La interacción entre dieta y enfermedades de la visión ha protagonizado en los últimos meses la aparición de estudios científicos y encuestas poblacionales que apoyan la necesidad de velar por la salud de los ojos desde el plato. Oftalmólogos del Goldschleger Eye Institute de Sheba, en Israel, han relacionado de forma consistente la obesidad con al menos cuatro enfermedades oculares: degeneración macular, cataratas, glaucoma y retinopatía diabética.
La degeneración macular es una enfermedad en la que las células del área central de la retina se atrofian hasta el extremo de impedirnos leer, conducir o llevar a cabo otras tantas actividades cotidianas. Michael Belkin y Zohar Habot-Wilner, de la Universidad de Tel-Aviv, han elaborado un metanálisis de 20 estudios del que se desprende que la obesidad contribuye a dicha atrofia. En cuanto al glaucoma, los autores descubrieron que la obesidad puede acabar castigando el nervio óptico y desencadenar una pérdida gradual de la visión que desemboca en ceguera.
Con respecto a las cataratas, los especialistas hebreos no han logrado establecer un vínculo evidente de causa-efecto, pero subrayan el hecho de que los pacientes obesos registran una mayor incidencia de gota que la población no obesa, «habiéndose demostrado que los pacientes gotosos tienen un elevado riesgo de cataratas». En declaraciones al diario británico Daily Mail, Belkin y Habot-Wilner aseguraban hace unos meses que la obesidad no sólo es un factor de riesgo para el cáncer o las enfermedades cardiovasculares, sino también para la ceguera.
Vitaminas y antioxidantes
Recientes estudios relacionan la degeneración macular con el consumo regular de vitaminas C y E, betacaroteno y zinc
Por su parte, investigadores del Centro Médico Erasmo de Roterdam se sirvieron de uno de los estudios epidemiológicos de mayor envergadura llevados a cabo en Holanda, de 1990 a 1993, para investigar si una dieta rica en antioxidantes era capaz de prevenir la degeneración macular. Hasta 4.170 pacientes con más de 55 años fueron posteriormente seguidos de cerca por espacio de una década, identificándose 560 nuevos casos de enfermedad.
Tal y como suscribieron en una edición reciente de JAMA los responsables del estudio, dirigidos por Redmer van Leeuwen, existe una relación inversamente proporcional entre la progresión de nuevos casos de degeneración macular y el consumo regular de vitaminas C y E, betacaroteno y zinc. «Los individuos que tomaban más vitaminas de lo normal tuvieron hasta un 35% menos de riesgo de degeneración, mientras que entre quienes tomaban menos vitaminas de lo normal el riesgo se incrementó en un 20%», aseguran los expertos.
Sustancia protectora
Expertos de la Universidad de Harvard, coordinados por Kathleen Dorey, investigaron a fondo la relación de la vitamina A con la visión y hallaron que, de los muchos carotenoides aportados en la dieta, la retina humana selecciona a su antojo solamente dos: luteína y zeaxantina. La concentración de estas dos moléculas en la mácula es tan elevada que se pueden identificar con una lente de aumento en forma de pigmentos. Dorey experimentó el efecto de dosis regulares de zeaxantina en animales de laboratorio (codornices), constatando que su función es precisamente la de proteger la retina contra la degeneración macular.«La degeneración macular ocurre por la pérdida irreversible de fotorreceptores y/o la proliferación de vasos sanguíneos lastimados en el espacio retiniano. Los ojos afectados no sólo no pueden realizar labores tan cotidianas como leer o conducir, sino que tampoco van a poder distinguir en muchos casos las facciones de un ser querido en su totalidad, comportando al paciente un estrés digno de consideración». La oftalmóloga estadounidense recuerda que más de 17 millones de americanos corre un riesgo importante de padecer degeneración macular, toda vez que dos millones pueden acabar padeciendo ceguera permanente. «Venimos diagnosticando una media de 500.000 nuevos casos cada año».
El equipo de Dorey objetivó que la zeaxantina protegía tanto los fotorreceptores de barra como los de cono en la retina de las codornices, y actualmente se dispone a investigar el uso terapéutico de zeaxantina en clínica humana.
Síndrome del ojo seco
El síndrome del ojo seco podría estar relacionado también con una ingestión excesiva de grasas en la dieta. Se trata de una enfermedad dolorosa y debilitante que afecta particularmente a las mujeres y se caracteriza por una reducción en la calidad y cantidad del lagrimeo ocular. Entre los síntomas destaca la aparición de una irritación que, de no tratarse, puede desembocar en cicatrices o ulceraciones de la córnea y pérdida de visión. Investigadores del Brigham and Women’s Hospital y del Instituto de Investigación Ocular Schepens (Boston, Massacusetts) llegaron a dicha conclusión tras estudiar los hábitos dietéticos de 37.000 mujeres.Según la coordinadora del estudio, Biljana Miljanovic, «observamos que una ingestión elevada de ácidos grasos omega 3, habituales en el pescado azul y los frutos secos, se relaciona con un efecto protector para los ojos; en cambio, una mayor proporción de omega 6, presente en aceites de aliño o salsas, puede aumentar el riesgo del síndrome del ojo seco». La investigadora subrayó que sólo la discriminación de ácidos omega 3 frente a omega 6 en la dieta permite reducir el riesgo de sequedad ocular en casi un 70%.
Para adecuar la cesta de la compra a la salud y la belleza de los ojos, los científicos aconsejan priorizar, pues, la vertiente vitamínica y mineralizante, sacando el máximo partido a los alimentos naturales y crudos. Las frutas frescas del tipo de cítricos, manzanas, uvas, melocotones, albaricoques o papayas son una interesante elección a tener en cuenta; al igual que lechugas, escarolas, espinacas, coles o berros.
Asimismo, los tubérculos del tipo del nabo, la patata, la cebolla, la remolacha y, por supuesto, la zanahoria, culminan el arsenal dietético para una buena salud del globo ocular; para la que no deben faltar tampoco cantidades discretas de lácteos y frutos secos.
Por contra, cantidades excesivas de carnes, pescados, pan o bollería con harinas refinadas, azúcares, cafés o alcoholes comprometen la salud oftálmica. Los ojos requieren también un aporte regular de riboflavina y vitamina B2, y las personas que rehúyen los alimentos antes citados suelen presentar unos ojos embotados y una agudeza visual deficitaria. Son ojos que se fatigan más a menudo y pierden sensibilidad hacia las variaciones lumínicas y la diferenciación de los colores. Se estima, por último, que un individuo adulto requiere 10.000 unidades diarias de vitamina A para mantener los ojos en buen estado.