Hace unos meses, la Fundación Ramazzini (Italia) publicó un estudio según el cual el aspartamo sería un agente cancerígeno multipotencial, incluso en dosis consideradas seguras por las autoridades sanitarias. El trabajo causó suficiente preocupación como para que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, en sus siglas inglesas), decidiera tomar cartas en el asunto y solicitara a la Fundación todos los datos del experimento para evaluarlo. Ahora la EFSA acaba de hacer pública esa evaluación y concluye que, contra lo que afirmaban los investigadores de la Ramazzini, no hay evidencias firmes que permitan decir que el aspartamo es cancerígeno a las dosis indicadas.
El trabajo se presentaba como la primera demostración experimental de los efectos cancerígenos del aspartamo sobre ratas Sprague-Dawley a lo largo de toda su vida. El aspecto más controvertido era la aparición de tumores en ratas que habían recibido dosis consideradas seguras, de 20 miligramos de aspartamo por kilo de peso, bastante menos que la dosis diaria actualmente establecida como máxima aceptable: 50 miligramos por kilo en EEUU y 40 miligramos por kilo en Europa.
Entre las principales conclusiones, los expertos de la EFSA indican que el incremento de linfomas y leucemias no es debido al aspartamo sino muy probablemente a que las ratas seleccionadas para el experimento sufrían, según observaron, «cambios inflamatorios en el pulmón y en otros órganos, incluso en los grupos de control que no recibieron aspartamo». La inflamación, debida seguramente a la enfermedad crónica respiratoria que sufrían todos los animales, «predispone al desarrollo de tumores y seguramente esa es la causa más probable», explicaba Iona Pratt, miembro del panel de expertos.
Además, añadía, «no hay relación dosis-respuesta». Si la causa fuera el aspartamo, lo esperable sería que las ratas que recibieron más edulcorante a lo largo de su vida hubieran desarrollado más tumores -los animales en el experimento, divididos en grupos, habían recibido dosis diarias de aspartamo de 5.000, 2.500, 500, 100, 20 y 4 miligramos por kilo de peso. Y esa relación no se vio. «Hay muy poca diferencia de incidencia de tumores entre animales de dosis más altas y animales de dosis más bajas», afirmaba Pratt.
Por otro lado, los tumores y lesiones precancerosas halladas en riñones, uretras y vejigas de las ratas «no son relevantes para los humanos», dice el panel. Estas lesiones son debidas a «compuestos químicos irritantes» y son «específicas de las ratas». Ya por último, los expertos señalan que el número de tumores que desarrollaron las ratas en nervios periféricos es «bajo y sin una relación clara dosis-respuesta». Además, no está claro, añaden, el diagnóstico de estos tumores, por lo que se requeriría una revisión independiente de los tejidos.
Dosis segura
La sospecha sobre los efectos cancerígenos recae no en la totalidad del aspartamo sino en uno de sus metabolitos, el formaldehído
Para elaborar esta evaluación, el panel de la EFSA contó además con un grupo de especialistas, explica Fidel Toldrá, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y uno de los expertos del panel. La fundación Ramazzini colaboró con ellos facilitando toda la información, tanto del trabajo publicado como de otros previos que no se habían publicado. «Lo que viene a decir en líneas generales nuestra la evaluación», dice Toldrá, «es que sigue siendo segura la dosis establecida de 40 miligramos de aspartamo por kilo de peso».
¿Y si se supera esa dosis? Se trata de una posibilidad «improbable». El aspartamo, aclara Toldrá, es 200 veces más edulcorante que la glucosa, de forma que las cantidades que hay en un refresco, por ejemplo, son muy pequeñas. Diversos estudios revelan que la ingesta media europea no llega a 10 miligramos por kilo de peso, y que en los casos más extremos, los consumidores que más aspartamo tomarían llegarían a los 20-25 miligramos por kilo de peso. «Además, cuando se establecen límites seguros de ingesta diaria, siempre se trabaja con un margen de seguridad muy elevado», añade Fidel Toldrá. Por otro lado, la sospecha sobre los efectos cancerígenos recae no en la totalidad del aspartamo sino en uno de sus metabolitos, el formaldehído. Y la cantidad de formaldehído que llega al cuerpo procedente del aspartamo es realmente pequeña.
La opinión de la EFSA coincide en el tiempo con un estudio epidemiológico del Instituto Nacional del Cáncer de EEUU, que se presentó el mes pasado en el Congreso Anual de la Sociedad Americana para la Investigación del Cáncer (AACR). El trabajo usa un cuestionario para averiguar el consumo de refrescos y productos light (que normalmente tienen aspartamo) en 340.045 hombres y 226.945 mujeres de entre 50 y 69 años, y ver si hay alguna relación estadística con el riesgo de desarrollar cáncer. «No podemos descartar la posibilidad de un error de medida asociado a este método», reconoce Unhee Lim, uno de los investigadores del trabajo.
En los trabajos observacionales, basados en las respuestas a un cuestionario, hay un margen de error. Pero la idea de los investigadores es que si hay alguna mínima relación, se debería ver estadísticamente con una población suficientemente numerosa, y esa relación, afirman, «no se da». Por su parte, la Administración para Alimentos y Fármacos de EEUU (FDA) ha anunciado que también revisará los riesgos del aspartamo.
El aspartamo está formado por dos aminoácidos, el ácido aspártico y la fenilalanina, compuestos muy comunes en muchos alimentos, y por metanol. Cuando el metanol es metabolizado en el cuerpo humano se convierte en formaldehído, clasificado como cancerígeno por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el año 2004, cuando se demostró su acción cancerígena por exposición laboral y ambiental. La polémica sobre la acción cancerígena del aspartamo se centra en este subproducto, del cual se generan cantidades minúsculas. ¿Es este formaldehído suficiente como para generar un mecanismo que desemboque en cáncer?
El formaldehído es un compuesto irritante pero «tal como explican los propios investigadores de la Fundación Ramazzini, no está demostrada su participación en el desarrollo de cáncer en pequeñas dosis», explica Xavier Parés, investigador de la Universidad Autónoma de Barcelona. En este caso hay que tener en cuenta la dificultad añadida del sistema de administración del metanol, «que se genera una vez absorbido el aspartamo y eso puede tener diferencias difíciles de predecir».
En el experimento de la Fundación Ramazzini, que se desarrolló durante toda la vida en las ratas -en el experimento, los animales no fueron sacrificados sino que se esperó a su muerte natural para hacer un estudio de los tejidos de cada una de ellas- la exposición es supercrónica y equivaldría a una persona tomando aspartamo toda su vida. Además, seguramente «hay diferencias entre personas, pues la enzima que metaboliza el metanol varía entre individuos: algunos oxidarían el metanol más rápidamente que otros».
El metanol se oxida por la acción de la enzima alcohol deshidrogenasa (ADH) que lo transforma en formaldehído. «Esta oxidación es muy lenta, porque el metanol es un mal sustrato para la ADH y posiblemente parte del metanol pueda ser eliminado por la orina sin metabolizar». Por otro lado, añade Parés, la oxidación se produciría en el hígado, ya que es allá donde hay más enzima. «El formaldehído es tóxico, pero en el hígado hay una gran cantidad de glutatión que lo atrapa y lo inactiva». Como el lugar donde se produce más formaldehído es el hígado, cabría pensar que es ahí donde se producirían más efectos patológicos, pero no es esto lo que se ha observado en el trabajo de la Fundación Ramazzini. Es un punto que «no encaja». «Yo dudo que todo el problema venga del metanol. Creo, de todas formas, que habría que hacer más experimentos para confirmar las observaciones».