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La violencia interrumpe la educación
En 2020 la radio nacional de Sudán anunciaba a Ibrahim Abdulrahman con los mejores resultados en los exámenes de bachillerato del país. Esta noticia fue celebrada por toda la pequeña aldea montañesa de Al-Dambaire, en el estado sudanés de Kordofán del Norte, lugar de origen de Ibrahim. No solo sus padres y amigos compartieron su felicidad, al día siguiente los líderes locales, incluidos funcionarios del gobierno, visitaron su escuela. “Fue un momento muy feliz para mí”, recuerda.
Ibrahim tenía muy claro su futuro. Al año siguiente se matriculó en la universidad de Jartum para estudiar Agricultura, con el sueño de algún día llegar a ser ministro de Agricultura de su país. Este sueño hoy en día se encuentra en pausa, ya que, apenas dos años después de comenzar la universidad estallaron feroces combates en la capital. “Esperábamos que la situación mejorara para poder seguir trabajando y estudiando”, explica Ibrahim. Finalmente, la situación no mejoró, lo que obligó a Ibrahim a volver a casa con su familia a Kordofán del Norte.
Millones de jóvenes, más del 90 % de los 19 millones de niños y niñas sudaneses en edad escolar, no tienen acceso a educación formal después de dos años de guerra en Sudán. Las escuelas de todo el país se han visto mutadas de lugares de aprendizaje a albergues para acoger a las personas desplazadas, familias que viven hacinadas en aulas o en campamentos, huyendo de grupos armados que saquean sus cosechas y granjas.
“Todavía espero que algún día la situación mejore en Sudán y termine la guerra. Volveremos a nuestra vida normal —afirma Ibrahim— y regresaremos a nuestras universidades. Todavía tengo esperanzas de ser ministro de Agricultura o experto en economía”.
Avance lento pero seguro
El informe sobre la educación de la población refugiada indica que se han logrado grandes avances, pero aún quedan retos que superar. Casi la mitad de los 14,8 millones de niñas y niños refugiados en edad escolar siguen sin estudiar.
Los 35 países informantes indican que las tasas de matriculación del año académico 2022-2023 son del 37 % para preescolar, el 65 % para primaria, el 42 % secundaria y el 7 % para educación terciaria. La paridad de género también está pendiente en la educación de las personas refugiadas: en estos cuatro años solo uno de los países con las mayores brechas de género ha conseguido la paridad.
Factores como la inseguridad, falta de políticas educativas inclusivas, limitantes de capacidad, barreras lingüísticas, la proporción de alumnos y alumnas por docente o la falta de cualificaciones mínimas son algunos de ellos.
Los éxitos
A pesar de todo esto y de que aún queda camino por recorrer, también se están logrando éxitos. Las personas refugiadas que deciden presentarse a los exámenes nacionales, en la medida que pueden, consiguen tasas de aprobación altas y, en ocasiones, superan la media nacional. En el curso 2022/23, el 82 % de las y los estudiantes refugiados que se presentaron a los exámenes de primaria aprobaron, y las cifras fueron del 65% y el 68% para el primer y el segundo ciclo de secundaria, respectivamente.
La educación es de vital importancia para las personas refugiadas y para el desarrollo propio y de sus comunidades. Gracias a la educación existe una menor probabilidad de embarazo adolescente o de matrimonio precoz, ofreciendo a las niñas la posibilidad de decidir su futuro. La educación facilita el acceso al mercado laboral, ofreciendo a las personas refugiadas la oportunidad de ganarse la vida, de mantener a sus familias, de una vida mejor, al fin y al cabo.