Mañana se celebra el Día de la Escucha, una iniciativa del Teléfono de la Esperanza para animar a las personas a mejorar sus relaciones. En esta ocasión, el evento se centra en los adolescentes para estimular tanto a los padres como a los educadores a fomentar el diálogo y la escucha en el ámbito familiar y educativo. “Sólo a través de la escucha respetuosa es posible establecer relaciones positivas y constructivas”, asegura la entidad.
El teléfono es su principal vehículo de comunicación. Por ello, la Asociación Internacional del Teléfono de la Esperanza (ASITES) hace una llamada de atención a todas las personas y, en especial, a padres y educadores. Les pide que aprendan a escuchar y sean conscientes de que «muchas personas de nuestro entorno se sienten solas y aisladas», entre ellas, los adolescentes.
ASITES se fundó en 1971. Desde entonces ha recibido miles de llamadas que reclaman ayuda, orientación y atención. Ofrece un servicio gratuito de apoyo a quienes se encuentran en situación de crisis y promueve programas para mejorar la salud emocional. En los últimos años, ha registrado un aumento importante del número de llamadas. De ahí la idea de celebrar el Día de la Escucha.
Las ediciones anteriores se han entrado en las mujeres, las personas mayores o los inmigrantes. Este año les toca a los adolescentes «porque cada vez es mayor el número de padres y educadores que reconoce tener serios problemas para comunicarse con sus hijos o alumnos», subrayan los organizadores.
Escucha de calidad
Imagen: Bernard Pollack
Cada vez más personas sienten la necesidad de tener una auténtica comunicación. La «cultura de la escucha» debe arraigarse. Según datos del Teléfono de la Esperanza, buena parte de los adolescentes no se sienten comprendidos ni escuchados por sus padres. Creen que «no merece la pena» tratar con ellos sus problemas. Las cifras hablan por sí solas: el 46,6% de los adolescentes que llaman al Teléfono de la Esperanza lo hacen ante la necesidad de contactar con alguien que les escuche o para poder desahogarse, mientras que el 34,9% de las llamadas están motivadas por problemas de relación y conflictos con el padre o la madre.
El 46,6% de los adolescentes que llaman al Teléfono de la Esperanza lo hacen para contactar con alguien que les escuche o poder desahogarse
Trastornos de ansiedad, estados de depresión, sentimiento de soledad e incomunicación son las cuatro causas principales por las que los jóvenes contactan con el Teléfono. Por su parte, algunos padres aseguran que sus hijos se convierten en auténticos «desconocidos» al llegar a la adolescencia y justifican así la falta de comunicación con ellos. «En realidad, la mayoría de las personas que se sienten incomunicadas no lo están en sentido estricto, lo que sucede es que la comunicación profunda y auténtica va dando paso a otra, funcional, para salir del paso», explican desde el Teléfono.
Escuchar es muy importante. Cuando una persona se siente atendida en su infancia y adolescencia, casi con toda probabilidad sabrá prestar atención en la etapa adulta. Por ello, el Día de la Escucha plantea una reflexión: ¿Cuáles son las causas que influyen negativamente en la calidad de la comunicación?
La familia es el centro de la comunicación. El punto neurálgico en el que nace y debe desarrollarse la escucha. En este sentido, el educador José Luis Rozalén indica que escuchar al adolescente no es oír, juzgar o regañar, “ni siquiera aconsejar”, sino intentar aclarar a los jóvenes las dudas que se les presentan. Para ello, Alejandro Rocamora, psiquiatra y colaborador del Teléfono de la Esperanza, ofrece unas pautas de actuación para que los adolescentes se sientan escuchados pero, sobre todo, valorados.
En primer lugar, propone establecer unas reglas claras y concisas de convivencia familiar sin llegar al extremo de prohibir “todo” a los adolescentes. Asimismo, apuesta por una comunicación fluida, sin presiones ni imposiciones, defiende la necesidad de propiciar un clima familiar que facilite la expresión de los sentimientos positivos y negativos e insiste en la importancia de que los jóvenes se sientan siempre valorados.
En la misma línea, se debe mostrar respeto a la intimidad de los adolescentes, aceptar sus limitaciones -nunca se debe compararles con los demás-, aprender a negociar con ellos en lugar de responder a su rebeldía, establecer un castigo proporcional a la falta cometida, razonar las normas, admitir los errores, dejar claro el papel de padres (en lugar de intentar ser amigos) y, por último, educarles para superar la frustración.