La emigración de los padres influye en el crecimiento y maduración de los hijos. En su mayoría, asumen responsabilidades que no son propias de su edad y experimentan los cambios fundamentales de su vida alejados de los progenitores o, al menos, de uno de ellos. Cristina Manzanedo, responsable del informe “Madurar sin padres” en España, asegura que los hijos de emigrantes son conscientes de que los motivos de la separación son económicos, ya que se busca mejorar el futuro de todos, pero reconoce que los menores desarrollan “un sentimiento generalizado de tristeza, junto con un cierto temor a que formen una nueva familia en el país de destino”. El estudio alude a “una generación marcada” por la ausencia de uno o ambos progenitores. “Los hijos de padres migrantes que permanecen en los países de origen son los grandes olvidados”, subraya Manzanedo. “No se habla de ellos, aunque son niños y hay que cuidar su desarrollo”, advierte.
Son procesos más largos de lo previsto en un principio por los progenitores que emigran. En nuestra investigación, la separación de los padres se remonta, para la mayoría de niños y jóvenes, a más de cuatro años (47%), pero algo más de un tercio (35%) se ha separado entre uno y tres años atrás y un porcentaje menor (18%), hace menos de un año. Las dificultades para obtener los permisos de trabajo y residencia en el país de destino, así como para conseguir un empleo estable, son las principales causas de estas cifras.
“El sentimiento generalizado de los hijos es la tristeza, junto con un cierto temor a que sus padres formen una nueva familia en el país de destino”
La emigración del padre, la madre o ambos tiene como consecuencia inmediata una reconfiguración del hogar familiar. El emigrante deja a sus hijos al cuidado de terceras personas. Son niños y adolescentes ubicados en un nuevo hogar, a la espera de un retorno temprano, aunque sin fecha, de sus padres. Estos nuevos hogares pueden ser estables y acogedores o vulnerar los derechos de los niños. En el segundo caso, la emigración se convierte en un factor de vulnerabilidad. En general, no se sienten abandonados, los niños y adolescentes tienen claras las razones que motivaron la emigración de sus padres. La mayoría lo atribuye a la falta de trabajo en el país. La búsqueda de mejores condiciones de vida se interpreta como un sacrificio de los padres a su favor. Pero el sentimiento generalizado de los hijos es la tristeza, junto con un cierto temor a que sus padres formen una nueva familia en el país de destino. Cuando emigra la madre, los hijos están especialmente preocupados por su bienestar y por cómo la traten en el país de destino.
Sienten tristeza por no poder acompañar a sus hijos en el día a día, aunque intentan rellenar esos huecos mediante contacto telefónico y a través de Internet, con regalos en fechas señaladas, etc. Saben que se pierden muchos acontecimientos y sufren, pero les anima a continuar su confianza en que, con esfuerzo, mejore la calidad de vida de sus hijos. Tienen mucho mérito.
La tendencia demuestra que hay mayores posibilidades de crisis si es la madre quien se ausenta, mientras que si es el padre, el hogar tiende a mantenerse en torno a la figura materna y los niños muestran mayor estabilidad. Cuando es el padre quien se queda, tiende a buscar la ayuda de otros parientes o no parientes para cumplir su responsabilidad. Los abuelos son muy importantes. Muchos han logrado alentar en los menores el sentido de pertenencia a una familia y establecer relaciones afectivas y de protección. Sin embargo, cuando quedan a cargo de otros familiares o amigos, las situaciones de vulnerabilidad, desatención, o incluso abusos, aumentan.
“En poco tiempo, los hijos han adquirido una gran autonomía y una capacidad de asumir responsabilidades muy superior a la que se espera para su edad”
Los hijos con padres emigrantes son niños que dan pasos vertiginosos hacia la madurez, sobre todo las hijas, porque asumen de una manera desproporcionada una mayor carga doméstica y familiar. En poco tiempo, todos han adquirido una gran autonomía y una capacidad de asumir responsabilidades muy superior a la que se espera para su edad. La emigración es para ellos un proceso de cambio, implica enfrentarse a nuevas relaciones y experiencias, asumir nuevas responsabilidades, adquirir nuevas destrezas y habilidades.
Significa cumplir su mayor deseo. Sin embargo, no es un camino exento de dificultades. El retorno supone una nueva reconfiguración del hogar que no es fácil ni para los progenitores ni para los hijos, ya que han estado separados durante años. Para un gran porcentaje de menores, los cambios fundamentales en su corta vida los atravesaron sin la compañía de uno o ambos progenitores: el ingreso en la escuela, el paso de la niñez a la adolescencia y de ésta a la juventud. Algunos ya no conocen a sus padres y madres.
“Muchos niños ven la migración de su padre o madre como un estímulo para su superación en la escuela”
El rendimiento es ligeramente inferior (1%) con dos matizaciones. En primer lugar, las niñas con padres emigrantes tienen un rendimiento superior al promedio de su curso, a pesar de que asumen más responsabilidades domésticas y familiares y tienen menos tiempo. La segunda matización tiene relación con el tiempo de migración de los padres. En el primer año, los niños sufren más ese impacto y bajan su rendimiento, pero con el transcurso del tiempo se recuperan. Muchos niños ven la migración de su padre o madre como un estímulo para su superación en la escuela. Los hijos perciben con mucha claridad que los motivos de la migración de sus padres son económicos y que lo hacen por ellos.
La percepción mayoritaria de los docentes sobre el impacto de la emigración en la escuela es negativa. La mayoría de los docentes y directores razonan que la migración rompe la estructura familiar, lo que supone un resquebrajamiento social y afectivo que provoca un rendimiento negativo en la escuela. Otros docentes defienden que la emigración no provoca siempre la desestructuración familiar, ya que algunos hogares sí brindan el sustento familiar necesario. Los hijos de emigrantes no responden a un parámetro único y no es posible generalizar. Incluso destacan aspectos positivos, como su mayor madurez y responsabilidad, su esfuerzo en clase por dar una alegría a sus padres y el hecho de que son alumnos que participan más en el aula. Son más demandantes, más activos. En ambos casos, no abordan la migración en el aula, todo se centra en el avance curricular, sin tener en cuenta las circunstancias socioculturales del alumnado en el proceso de aprendizaje.
“El reto es promover procesos educativos que recuperen la emigración como experiencia vital educativa para todo el alumnado”
La escuela muestra desconcierto ante este nuevo perfil del alumnado que se ha detectado en la última década, con la emigración masiva de madres y padres. No ha encontrado los mecanismos para abordar estas nuevas situaciones. Hasta ahora, las escuelas han apostado por una estrategia social compensatoria, es decir, solicitar la presencia de expertos externos (orientadores, psicólogos, asistentes asociales), pero las restricciones económicas de las escuelas populares hacen difícil cubrir estos puestos de forma estable. Por otro lado, algunos docentes están muy comprometidos y ayudan a estos niños, pero como iniciativa personal, al margen del trabajo. El reto es promover procesos educativos que recuperen la emigración como experiencia vital potencialmente educativa para todo el alumnado, no sólo crear instancias extraescolares de atención social, sino herramientas, recursos y habilidades que aprovechen estas experiencias de los hijos de emigrantes como punto de partida para generar aprendizajes en el aula.
Para muchos niños, como he mencionado antes, el propio hecho de la emigración de su padre o madre es un fuerte estímulo para estudiar y superarse. Cuando no ocurre así y el niño se dispersa y no estudia, el contacto habitual con los progenitores por teléfono o por Internet ayuda mucho. En ocasiones, las dificultades para el estudio no derivan sólo de la emigración de los padres, sino de la falta de atención que reciben en los hogares de acogida donde viven.
Es una responsabilidad que debemos afrontar ahora. El Informe es una llamada de atención. Los hijos de padres migrantes que permanecen en los países de origen son los grandes olvidados. Se habla mucho de los emigrantes y de los hijos de emigrantes que viajan al país de destino, como España, pero no se habla de estos menores, aunque son niños y hay que cuidar su desarrollo. Tiene que convertirse en un ámbito de atención y actuación dentro de las políticas educativas y sociales de los países de origen. No podemos permitir que fracasen en la escuela, boliviana o española. Nos jugamos la futura cohesión social de nuestros países. Tenemos que evitar que las historias de emigración sean historias de fracaso e invertir más recursos públicos en las escuelas que trabajan aquí y allí con estos jóvenes. Los recursos públicos educativos no pueden distribuirse de forma uniforme entre los colegios sólo en función del número de alumnos.