“Descubrí unas vacaciones diferentes en 1992, cuando fui con Mario, mi marido, al hospital de Goundi en Chad”. Así comienza Isabel Rodríguez el relato de una aventura, ya cotidiana en su vida. ‘Goundi. Unas vacaciones diferentes’ (Plataforma Editorial, 2009) es la historia de una pareja que aprovechó su tiempo libre para dedicárselo a los demás y descubrió que los otros tenían mucho más que ofrecerles a ellos. Cada dos años, Isabel y Mario permanecen en Goundi durante dos meses -el tiempo que duran sus vacaciones- para atender a las personas enfermas que ingresan en el hospital. El resto del tiempo, compaginan su vida diaria con la organización de actividades e iniciativas de recaudación para financiar y mantener abiertas las puertas del centro.
Fue casual. Ese año tenía que volver al Congo Brazaville para culminar una segunda acción de cooperación sanitaria junto a mi marido, pero justo se había desatado en la zona una revuelta militar. El cónsul nos advirtió para que no acudiéramos y entonces ofrecimos nuestros servicios a Intermón Oxfam. Allí conocimos al padre Lluis Magriña, quien nos presentó al padre Angelo Gherardi, fundador de la Misión de Goundi en Chad. Él se encontraba de visita en Barcelona y, de una breve conversación, salió nuestro compromiso para sustituir cada dos años el trabajo de cirugía, traumatología y ginecología que desempeñaba el padre Francesc Cortadellas en Goundi. De este modo, nosotros tendríamos unas vacaciones diferentes y él podría descansar.
“Tuve que espabilar de un día para otro porque el volumen de enfermos era importante”
Mario se encargó de las urgencias, cirugía programada, yesos, curas ambulatorias y curas de hospitalización, mientras yo ayudaba en las tareas que podía. En quirófano, le facilitaba los instrumentos necesarios para las operaciones y en el dispensario, colaboraba en las curas. Todavía no tenía el título de enfermera, carecía de experiencia y tuve que espabilar de un día para otro porque el volumen de enfermos era importante.
Nadie está preparado para algo así, se resiste porque estamos allí para dar un servicio y nos necesitan, no podemos desfallecer y el cuerpo aguanta, pero queda registrado en el alma y en el subconsciente, no sólo por los niños, sino también por el dolor de las madres y la impotencia ante la fatalidad. Es muy doloroso ver morir.
No tengo experiencia en centros nutricionales, tan sólo en el de Goundi. Allí se acoge a los bebés malnutridos, de bajo peso y quienes quedan huérfanos después del parto. Estos últimos permanecen hasta que cumplen tres años y pasan a vivir con un miembro de la familia. En total, el Centro Nutricional de Goundi alimenta a un promedio de 60 niños al mes. El Chad es uno de los países con una tasa de mortalidad infantil más alta, alcanza el 50% en total y un 20% de los niños no llega a los cinco años de edad. El centro protege y vela por la vulnerabilidad de los niños en sus primeros años de vida.
Implica riesgo de infección, complicaciones en los alumbramientos, fístulas vesicovaginales, frigidez e, incluso, la muerte por anemia debido a la cantidad de sangre que pierden.
La mayor parte de la capital, N’Djamena, sigue sin alumbrado público, ni servicio de recogida de basuras, conducciones de agua potable y residual. Excepto el barrio donde se ubica el Palacio Presidencial. Esta situación favorece las enfermedades digestivas derivadas del uso de agua contaminada y las enfermedades de la piel, por falta de higiene de la población.
“Descubrí que lo sencillo me hacia feliz, que con menos también se vive”
Fue fácil porque el ambiente, aunque distinto, desprendía amor y entrega. Descubrí que lo sencillo me hacia feliz, que con menos también se vive, y valoré el gran ejemplo recibido al convivir junto a los misioneros y monjas.
Se aprende el significado del día a día de quienes viven allí, sus dificultades para todo: acarrear leña para combustible, extraer agua de los pozos, desplazamientos a pie. Precisan mucho tiempo para resolver situaciones que para nosotros son instantáneas y sin esfuerzo alguno, así que se aprende a valorar muchísimo todo.
Diría que su realidad, no su secreto, es otra. Al no tener nada y desconocer otras cosas, no ambicionan, no atesoran, no son dependientes de nada. Viven el momento y el ahora. Son libres y, a su modo, son felices. Despiertan compasión en los países del Norte porque los vemos con los ojos del consumismo, del confort, de la denominada calidad de vida que nos hemos creado.
Para ellos supuso la oportunidad de practicar y aprender durante las 24 horas del día con un profesor experimentado en cirugía. Para Mario, mi marido, fue una experiencia inolvidable. La capacidad e interés demostrada por los estudiantes fue increíble, una actitud poco o nada habitual en nuestro mundo occidental.
“Despiertan compasión en los países del Norte porque los vemos con los ojos de la denominada calidad de vida que nos hemos creado”
Los cooperantes son personas que realizan un trabajo remunerado, a diferencia del voluntario que lo hace de manera gratuita. Pero ambos actúan bajo la dirección de una organización local, estatal u otra, en todo tipo de ámbitos. Remunerado o no, su trabajo no tiene precio, porque dejan el país propio, la familia y el confort para ir lejos a entregar conocimiento y disponibilidad.
En nuestro caso, no contamos con ninguna seguridad, protección o garantía ya que ni siquiera hay representación diplomática en Chad. En la capital, N’Djamena, se encuentra el cónsul honorario español, que canaliza las actuaciones que se deben seguir, a través del consulado francés o a través del consulado español en Camerún y disponemos de un seguro de repatriación privado.