Juan Carlos García de Castro ha sido cooperante en Perú durante los últimos ocho años. Allí ha coordinado un proyecto impulsado por InteRed y Entreculturas, en colaboración con el Instituto Peruano de Educación en Derechos Humanos y la Paz (IPEDEHP), que ha pretendido conseguir una educación de calidad e igualitaria. Tras su experiencia, García de Castro habla en esta entrevista de los logros de la cooperación internacional, su eficacia y la importancia de reforzar la solidaridad Norte-Sur.
“La actual crisis pone en riesgo la consolidación de los cambios iniciados en la promoción de sociedades más justas y equitativas”
La actual situación de crisis en la sociedad española supone una reducción brusca y significativa de los recursos que financian los proyectos de cooperación internacional, lo que pone en riesgo la continuidad de los procesos de desarrollo de capacidades y fortalecimiento de la institucionalidad local, que garanticen la consolidación de los cambios iniciados en la promoción de sociedades más justas y equitativas.
En primer lugar, debe fortalecerse el sentido de reciprocidad e intercambio de la cooperación Norte-Sur, para convertirse en una auténtica cooperación Norte-Sur-Norte, que dé cuenta de un proceso de construcción colectiva y conjunta de un modelo de desarrollo. Pero además, ahora es fundamental que la tradicional cooperación unilateral Norte-Sur sea sustituida por una cooperación multidireccional que no solo incluya y promueva las relaciones Sur-Sur, sino también y sobre todo, que se pueda articular a partir de la identificación de problemáticas comunes y la planificación concertada de estrategias de intervención.
Los ciudadanos necesitamos movilizarnos en la lucha por los derechos fundamentales de las poblaciones más vulnerables, tanto a nivel interno como en el exterior. Pero esta movilización debe dar paso a un proceso más complejo y con un enorme potencial de cambio, la organización en redes, el análisis crítico de la realidad -desde el que se puedan plantear y sustentar propuestas de intervención- y, al final, acciones de incidencia política que permitan participar en los espacios de toma de decisiones sobre las políticas públicas, así como en su posterior desarrollo y evaluación. La lección aprendida de esta crisis es que los ciudadanos ya nunca más podemos ser espectadores pasivos de lo que ocurre a nuestro alrededor para evitar ser después víctimas resignadas de crisis, conflictos y problemáticas totalmente previsibles y evitables.
De manera habitual, en la cooperación, los proyectos centrados en actividades económicas suelen tener mayores posibilidades de ser financiados, por el hecho de que es más fácil la visibilización y medición de sus resultados, a lo que se une que estos se pueden evidenciar en periodos más cortos de tiempo. Pero también hay que insistir en que las sociedades con mayores desequilibrios demandan cambios estructurales, en los que el papel de la educación como motor de cambio es fundamental.
Los proyectos de cooperación internacional al desarrollo se proyectan al logro de un fin o propósito a largo plazo, que representa el cambio o transformación más significativa, en términos de solución, a una situación problemática. Para conseguir ese objetivo, el proyecto de cooperación planifica procesos para desarrollarse a medio plazo (dos o tres años) y concretados en resultados que se miden a través de un conjunto de indicadores observables, medibles y cuantificables, que den cuenta en términos cuantitativos y cualitativos -como el número de docentes formados en el enfoque de educación en derechos humanos y democracia, unidades didácticas planificadas y aplicadas en el aula que incorporan este enfoque-, de hasta qué punto se han generado las condiciones más favorables que permitan garantizar el logro del fin o propósito de cambio planteado.
“Los proyectos centrados en actividades económicas tienen más posibilidades de ser financiados, pero las sociedades más desequilibradas demandan cambios estructurales”
La mirada sería más amplia e integradora. El Instituto Peruano de Educación en Derechos Humanos y la Paz, que ha llevado a cabo el proyecto en Perú con InteRed y Entreculturas, considera que la debilidad formativa de los últimos tiempos tiene que ver con la ausencia o la insuficiente formación ética de las personas, centrada en el desarrollo de un juicio moral basado en valores éticos fundamentales, como la solidaridad, justicia, libertad, igualdad o respeto, que ayuden a juzgar la realidad y orienten nuestras conductas. Este vacío es especialmente importante por el hecho de que hoy un niño en cualquier país donde la cultura occidental sea la dominante, como España o Perú, crece influido por el contexto de una sociedad de consumo que ha impuesto unos valores materializados.
En este contexto, sin duda, el valor de la solidaridad hace posible que desarrolle una empatía hacia los sectores más desfavorecidos de la población, hasta el punto de hacer míos sus problemas y comprometerme en el planteamiento y puesta en práctica de alternativas de solución éticas, válidas, viables y pertinentes.
“El objetivo de todo proyecto de cooperación debe ser el empoderamiento de la población que sufre una problemática”
El objetivo de todo proyecto de cooperación debe ser el empoderamiento de la población que sufre una problemática que limita el ejercicio de sus derechos fundamentales y reduce sus oportunidades de desarrollo pleno como seres humanos. Este empoderamiento supone asumir un papel activo como sujeto protagónico de nuestra propia historia, que analiza de forma crítica la realidad en la que vive, se posiciona ante ella y actúa para construir su propio destino. Con ello, se consigue que la cooperación no genere relaciones de dependencia sino, por el contrario, procesos de liberación personal y social.
Para conseguir este empoderamiento, no solo es fundamental transmitir conocimiento, sino construirlo de forma colectiva y cooperativa, así como desarrollar las capacidades y promover las actitudes necesarias para aplicar ese conocimiento en la práctica y convertirlo en instrumento de los procesos de transformación de la realidad.
La cooperación plantea un modelo alternativo de sociedad, de una democracia que pase de ser meramente representativa y electoral a convertirse en una democracia participativa y deliberativa y de un modelo de desarrollo centrado en las personas, frente a la productividad y riqueza material que pueden generar. Si este es el objetivo de la cooperación, su esencia plantea el cambio de las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales en las que se sustenta el actual modelo de desarrollo del mundo occidental, por lo que la visión a largo plazo, en términos de utopía que se siente tan lejana como necesaria, es fundamental.
Una ciudadanía global que ha sido capaz de superar todas las barreras y distancias que se han ido construyendo y levantando entre las sociedades a lo largo de la historia, que asuma un compromiso ético, activo y solidario con el desarrollo de los pueblos, y donde la educación sea siempre un espacio e instrumento de transformación social desde la centralidad de la persona y su desarrollo pleno como ser humano.