La pobreza, igual que el sida, tiene rostro de mujer. Son ellas las que más desigualdades padecen en el mundo y quienes más sufren la falta de la formación e información necesaria para reclamar sus derechos. África, Asia y América Latina son las zonas en las que se dan las peores condiciones: carecen de atención sanitaria, están obligadas a someterse a matrimonios forzados, mutilación genital, analfabetismo… Parece difícil conseguir acabar con esta situación sin el esfuerzo de todas las sociedades, principalmente las del Primer Mundo. Los denominados ‘programas de microcrédito’, pequeños préstamos de apenas 20 euros que se emplean para el autoempleo de las mujeres, están resultando una buena vía de solución, pero no puede ser la única.
Factores de discriminación
Las mujeres representan el 70% de los 1.200 millones de personas que viven en el mundo en situación de extrema pobreza. Así lo reconoce el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), que destaca, además, otras importante desigualdades respecto a los hombres. Por ejemplo, de los 550 millones de trabajadores pobres que hay en el mundo, se estima que 330 millones (60%) son mujeres, la brecha de salario en algunos países se sitúa entre el 30% y el 40%, más de la mitad de la mano de obra agrícola es femenina y por cada 100 niños que hay sin escolarizar, 117 niñas tampoco lo están. Los peores índices tienen tres puntos claros de origen: América Latina, Asia y África Subsahariana, señalada en todos los estudios como la zona amplia más desfavorecida.
Cristina de Benito, miembro del departamento de Proyectos en África de la ONG Manos Unidas e integrante del grupo de Género y Desarrollo de la Coordinadora de ONGD de España (CONGDE), subraya también otros factores de riesgo. En este sentido, apunta al matrimonio forzado como causa de “grandes daños psicológicos que son difíciles de superar y que llegan a provocar, incluso, suicidios o depresiones severas”. Remarca las consecuencias negativas que puede tener la supeditación al marido y lamenta cómo las mujeres que viven en los países en vías de desarrollo “sufren, en líneas generales, a lo largo de toda su vida”, una situación de dependencia familiar, unida a una “escasísima” participación en los puestos de decisión, tanto gubernamentales como de la vida laboral. “Por todo ello es importantísimo que la mujer deje de ser invisible para las estadísticas y los organismos oficiales, y que se realicen censos fiables, señalando las verdaderas cabezas de familia”, añade.
“Si hay que elegir qué miembro de la familia debe ir a la escuela, el niño siempre tiene preferencia sobre la niña”
En cuanto al acceso a la educación, un indicador más de las desventajas que padecen las mujeres, Martine Castaing, desde Medicusmundi reconoce que las niñas son las primeras en abandonar la escuela. “Si hay que elegir qué miembro de la familia va a ir a la escuela, el niño siempre tiene preferencia sobre la niña”, afirma. “Lo mismo sucede con la alimentación: si no hay suficiente comida, siempre se da más de comer a los niños que a las niñas”, agrega. Por este motivo, cuando las mujeres se quedan embarazadas, suelen ser frecuentes los casos de anemia o malnutrición. “Es una cadena”, concluye Castaing.
Problemas de acceso a los servicios sanitarios
De los 17 millones de mujeres entre 15 y 49 años que viven con VIH/Sida, el 98% viven en países en desarrollo. Además, más de medio millón de mujeres mueren cada año por causas relacionadas con el embarazo, el parto o el aborto. “El riesgo a morir durante el parto o el embarazo afecta a una de cada seis mujeres en África Subsahariana”, concreta Martine Castaing. Las dificultades de las mujeres para tener una vida sana suelen estar relacionadas con la situación de pobreza y marginalidad en la que viven, los conflictos bélicos o las catástrofes naturales. A estos problemas se une la dificultad de acceso geográfico, ya que los hospitales o centros de salud no siempre se encuentran cerca de los núcleos rurales, donde viven las personas con más necesidades.
“El riesgo a morir durante el parto o el embarazo afecta a una de cada seis mujeres en África Subsahariana”
“También en muchas zonas los servicios sanitarios no están preparados culturalmente y las mujeres no acceden a ellos para que les hagan un control prenatal porque consideran que no se respetan sus costumbres”, explica Castaing. A pesar de ser médicos locales, suelen estar formados “según la medicina occidental” y poseen un nivel social más alto que sus pacientes, lo que supone que ni siquiera se pueden comunicar con estos porque desconocen su dialecto y su cultura. “Cuando llegan al hospital, echan a las mujeres en una camilla con los genitales descubiertos y ellas sienten vergüenza”, describe Castaing, que aboga por que el personal sanitario haga un esfuerzo “muy grande” para adecuarse culturalmente a la zona en la que trabajan.
Según Cristina de Benito, la atención durante el embarazo es “realmente deficiente”. La mujer no recibe información previa a la concepción, ni acerca de la salud materna o el cuidado de los bebés. Asimismo, aunque no existe ninguna norma que regule la atención preferente a los hombres, así aparece en algunos indicativos de los países. “Por ejemplo, la mayoría del personal sanitario es masculino y no suelen crearse salas separadas”, señala De Benito.
Respecto al sida, las propias características biológicas de las mujeres las convierte en un blanco fácil (la vagina tiene más riesgo de contraer la enfermedad), así como el desequilibrio de poder entre el hombre y la mujer, que a menudo no puede elegir el uso de preservativos o no los tiene a su alcance. De nuevo, la falta de acceso a una información adecuada es una de las causas de esta pandemia, muy relacionada con el analfabetismo. Las mujeres con educación se casan mas tarde, recurren a la planificación familiar, crían hijos más sanos, viven más y tienen más facilidades para acudir a los servicios sanitarios. También influyen en las dificultades de acceso a la sanidad otros factores como el número de médicos o de camas disponibles. La fuga de enfermeras, parteras y médicos de los países más pobres a los más ricos es casi una constante, ante el objetivo de mejorar sus condiciones de vida y laborales.
Microcréditos: la cara positiva de la pobreza
En 1976, Mohamed Yunus creó el Banco Grameen, conocido como el “banco de los pobres”. Su función: proporcionar a las personas más pobres de Bangladesh el acceso al sistema financiero a través de microcréditos. El pasado año, Yunus fue galardonado con el Nobel de la Paz por esta labor, que ha conseguido que el 80% de las familias más pobres de Bangladesh tengan acceso a un préstamo para su autoempleo (el 97% de los beneficiarios son mujeres). Su objetivo es que antes de 2010 llegue al 100% de la población en extrema pobreza. El éxito de este tipo de programas ha hecho que se extiendan a otras zonas de África, Asia y América Latina, donde las mujeres trabajan más horas que los hombres y en peores condiciones que estos. Según un informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), elaborado en 2004, la población femenina constituye casi el 44% de la mano de obra agrícola de los países en desarrollo y produce la mayoría de los alimentos básicos de África. Sin embargo, en estos lugares, la mujer es considerada casi siempre como un objeto de trabajo, donde se la explota más que a los hombres por menos dinero.
“La pobreza tiene rostro femenino y es fundamental el apoyo a las partes más débiles”
El director de Solidarios para el Desarrollo, David Álvarez, explica el programa que la ONG tiene en Ecuador, donde ayuda al mantenimiento de una cooperativa de mujeres, “porque la pobreza tiene rostro femenino y es fundamental el apoyo a las partes más débiles”. Asegura que las mujeres son agentes “muy responsables”, que consiguen una gran efectividad y minimizan el riesgo de impago, y recalca que, en su caso, los microcréditos les permiten afrontar el cultivo y venta de productos que logran la supervivencia de su propia familia. A menudo se trata de pequeños préstamos de 20 euros o, como máximo 100 euros, que son devueltos en el plazo de un mes y que se emplean para comprar semillas o vacas, “con las que pueden alimentar mejor a los hijos o emplear abono para sus cultivos”, explica Álvarez.
Otra opción es comprar una máquina de coser, hilos y telas para confeccionar ropa que más tarde se vende en los mercadillos. Esta tarea es especialmente importante en Centroamérica (Honduras, El Salvador, Nicaragua y Guatemala, principalmente), donde miles de mujeres trabajan para marcas textiles internacionales, durante largas jornadas y sin recibir un salario digno. Son las denominadas ‘maquilas’: “mujeres que trabajan en talleres grandísimos y en condiciones, en muchos casos, de falta de seguridad, higiene y salud, con jornadas de más de 14 horas y salarios de miseria”, describe el director de Solidarios, quien considera que los microcréditos ayudan a superar estas situaciones y permiten que las mujeres “se sientan útiles, ganen autoestima y afronten el día a día con mejores perspectivas”.