Pablo Martínez Osés, coordinador de la Plataforma 2015 y más, no esconde su tono crítico al responder a cada pregunta, quizá movido por la impotencia de saber que el cambio es posible, pero que en los últimos años no se han dado los pasos precisos para logralo. Esta organización, compuesta por 17 ONG de Desarrollo (ONGD), toma su nombre del año fijado, 2015, para cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). Martínez Osés se une a quienes alertan desde hace tiempo que en el contexto actual no se cumplirán los objetivos marcados y apenas habrá espacio para las felicitaciones porque “hay retrocesos serios, riesgos crecientes en muchas partes del mundo y mucho más por hacer, que por celebrar”. Desconfía del actual modelo de desarrollo, que estima “basado en una espiral de crecimiento y de explotación de recursos que es insostenible”, y lamenta que en los últimos años los países pobres hayan enviado más dinero al Norte para pagar sus deudas externas, que las cantidad recibidas de estos para ayudar a sus programas de desarrollo.
“Los Objetivos del Milenio no pueden cumplirse si se dejan al arbitrio o la buena voluntad de gobernantes y filántropos”
Ya lo explicamos desde hace años: los Objetivos de Desarrollo del Milenio no pueden cumplirse si se dejan al arbitrio o la buena voluntad de gobernantes y filántropos. Los ODM, a pesar de su escasa ambición, exigen transformaciones serias en políticas internacionales y nacionales, particularmente las de fiscalidad para la redistribución, las de comercio y las de defensa de los derechos sociales.
Algunos indicadores, en algunos países o regiones, registrarán mejores cifras que en 1990 y algunos de ellos alcanzarán lo comprometido. Pero felicitaciones pocas: hay retrocesos serios, riesgos crecientes en muchas partes del mundo y mucho más por hacer, que por celebrar.
“Hay retrocesos serios, riesgos crecientes en muchas partes del mundo y mucho más por hacer, que por celebrar”
Supongo que intentan rebajarlas cada vez que justifican los retrasos por motivo de la crisis actual. No creo que consigan rebajarlas con eso, porque cualquiera sabe que la responsabilidad de la crisis no está en haber sido demasiado generosos con los excluidos o en haber aplicado demasiados mecanismos de distribución de las riquezas. Por otra parte, los compromisos no eran especialmente ambiciosos, ni la credibilidad de las instituciones tan alta como para haber generado muchas expectativas.
El actual modelo de desarrollo se caracteriza por generar desigualdades en todos los niveles y en todos los países y regiones. Actualmente, la desigualdad que tenemos es la más alta de toda la historia de la Humanidad y va en aumento. También nuestro modelo se caracteriza por estar basado en una espiral de crecimiento y de explotación de recursos que es insostenible. Estos elementos hacen que el modelo no sea universalizable. El modelo, por cierto, no es un ente abstracto, sino un conjunto de acuerdos y políticas llevados a cabo por personas que trabajan en instituciones y que, con estos acuerdos, tienden a perpetuar un conjunto de privilegios.
A veces incluso con la mejor de las intenciones, cuando agentes “cooperan” con la idea de que los 6.600 millones de personas podrían vivir como lo hacemos en el Norte sin que por ello se colapse el planeta. Históricamente, el Norte no ha querido el desarrollo del Sur, sino que lo ha utilizado para financiar su propio desarrollo. Hay una deuda gigantesca que sigue en aumento. En los últimos años, los países pobres envían más dinero al Norte para pagar sus deudas externas, de lo que estos envían al Sur para ayudar a sus programas de desarrollo. Pero quienes pasamos por generosos somos nosotros, mientras que ellos financian nuestros derroches.
“La AOD no ha logrado independizarse de los intereses nacionales de cada donante”
Con los ODM y la Agenda de Eficacia de la Ayuda, que han predominado en el discurso de los donantes durante la última década, lo cierto es que se incorporan elementos que proceden de una visión muy autocrítica con lo hecho hasta ahora. Pero aún la AOD no ha logrado independizarse de los intereses nacionales de cada donante y es incapaz de construir un discurso cosmopolita, en el que se procure la gestión democrática de los bienes globales a problemas que no son nacionales. La interdependencia de los problemas del desarrollo es muy clara, pero todavía no contamos con instrumentos que cumplan con los discursos más avanzados.
En términos académicos y profesionales, sin duda que sí. En términos de opinión pública, algo menos. Creo que aún es determinante y hegemónica la visión liberal que tiende a mercantilizar y a simplificar las cosas. Considero que la identificación más peligrosa hoy en día se da entre crecimiento económico y desarrollo. Deberíamos aprender de conceptos de procedencia indígena y popular como el “buen vivir”, sobre el que países en Latinoamérica construyen sus propuestas de desarrollo.
“El PIB se convirtió en una divinidad falsa que acaba por constituir una atadura para el desarrollo humano”
Debemos hacer pedagogía para tiempos de crisis, que empieza por explicar que los supuestos tiempos de bonanza, aquello que teníamos antes de la crisis, no era una propuesta de desarrollo aceptable. Debemos construir un desarrollo basado en un descenso de algunos indicadores, como el de emisiones de CO2, los de consumo y desperdicio, o algunos valores de exportaciones, como los de productos alimentarios. El PIB se convirtió en una divinidad falsa que acaba por constituir una atadura para el desarrollo humano.
Las propuestas son muy claras en su definición: las ONGD debemos orientarnos más hacia la influencia en las agendas políticas y solo podemos hacerlo si reforzamos nuestro rol de organizaciones para la promoción de la participación política de la ciudadanía. Hemos empleado demasiados esfuerzos en una ruta equivocada, la de la prestación de servicios para sustituir a los estados mediante la profusión de proyectos. Las ONGD debemos repolitizarnos, aunque esto en el siglo XXI tenga formas y prácticas diferentes de las que conocimos en el pasado.
Los ciudadanos son quienes han conseguido todos los avances sociales y en derechos de los que podemos disfrutar hoy, con garantías diferentes en algunas partes del mundo. La verdadera pregunta creo que sería: “Si no lo hace la ciudadanía, ¿quién crees que se ocupará de la justicia, la equidad y la sostenibilidad?”.
“El gasto público debe priorizar los derechos sociales y, entre ellos, el cuidado y el fomento del empleo con derechos”
No solo son compatibles, sino que son coherentes y complementarias. El mandato del ajuste del déficit no puede realizarse solo mediante la reducción del gasto, sino que exige políticas fiscales progresivas que impidan que las grandes fortunas mantengan su beneficio a costa de las grandes mayorías. La democracia ciudadana exige democracia económica. El gasto público debe priorizar los derechos sociales y, entre ellos, el cuidado y el fomento del empleo con derechos. Tanto en el ámbito nacional como en el internacional o global.
El término glocal se refiere a un aprendizaje que las organizaciones sociales hemos realizado en los últimos tiempos: es imprescindible recorrer un camino en dos sentidos, que nos permita participar en la demanda y la construcción de las políticas que más afectan a los territorios y localidades donde vivimos, pero proponiendo soluciones que sean coherentes con las interdependencias actuales. Por otro lado, no hay soluciones globales si no encuentran caminos para concretarse en las aspiraciones de las personas que viven en los territorios. Un ojo en cada aspecto de la misma realidad: lo local y lo global. Para ser coherentes y eficientes.
La globalización es un proceso que, en mi opinión, se inició hace cinco siglos y terminó a finales del siglo XX. Ahora, en consecuencia, vivimos la primera era globalizada, en la que ya no hay rincones geográficos por descubrir o nuevos lugares donde llegar. Así entendida no creo que sea buena ni mala, más bien constituye una exigencia para adaptar nuestros pensamientos, nuestras culturas y nuestras políticas a la necesidad de proporcionar respuestas globales. Esto nos obliga a tener en cuenta a “todos los otros”, no ya producto de una voluntad solidaria o generosa, sino como producto de una inteligencia consciente de que la mayoría de los problemas ya no responden a una matriz nacional o territorial. Nos exige reforzar nuestras capacidades de escucha, de reflexión colectiva, de tolerancia y de cooperación horizontal. Todas ellas deberían sustituir en el futuro a aquellas antiguas capacidades que nos trajeron hasta aquí, las de ganar batallas y guerras, las de manipular en nuestro propio interés, y todas aquellas basadas en la superposición de lo mío a lo de todos.
La Plataforma 2015 y más, explica su coordinador, reúne las voluntades de 17 organizaciones dedicadas a la cooperación para el desarrollo, que comparten la necesidad de revisar críticamente su modelo de desarrollo en el Norte y, con ello, reorientar el sistema internacional de ayuda hacia un enfoque más político y menos economicista. “Compartimos una apuesta por generar alternativas a la globalización, basadas en la equidad y los Derechos Humanos”, concreta.
La referencia al año 2015 en su denominación será útil incluso pasada esta fecha. “Nos permitirá seguir subrayando la importancia de los compromisos adquiridos con los ODM y la incapacidad de quienes disponen del poder político y del poder económico para cumplirlos”, señala Pablo Martínez Osés. Después de 2015, se mantendrá la presión desde la sociedad civil a los poderes, añade, “para que se permitan las transformaciones políticas, económicas y sociales que demandamos”.