Entrevista

Pablo Yuste, coordinador general de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) en Afganistán

En Afganistán se habla siempre de peligro, pero no de pobreza
Por Azucena García 25 de julio de 2007
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Imagen: Emiliano Ricci

Cuando Pablo Yuste (Palencia, 1972) llegó a la ciudad afgana de Qala-i-Nao el panorama era desolador. Asegura que la zona estaba vacía y que nadie asomaba la cabeza por la ventana. Después de Diwaniya (Irak) y Darfur (Sudán), entre otros destinos, a Yuste le correspondió coordinar las labores de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) en Afganistán. Precisamente, en la provincia de Badghis, donde en 2004 fueron asesinados cinco voluntarios de Médicos Sin Fronteras. Ni siquiera esto le desanimó. En estos momentos explica con entusiasmo los proyectos que desarrollan en el noroeste del país y su lucha diaria por conseguir que la mujer ocupe el lugar que le corresponde en la sociedad, “un proceso muy lento”, según reconoce. Entre sus logros, el presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, le ha condecorado por la asistencia prestada a su país tras el terremoto de 2005, aunque él defiende que las medallas deben ser para las familias, “que son las que de verdad sufren”. “Nosotros tenemos la suerte de que nos compensa el día a día”, afirma rotundo, convencido de que, por muy dura que sea la vida, “también está llena de satisfacciones”. La última, en su caso, es una escuela de matronas.

A finales de junio la AECI puso en marcha una escuela de matronas en la provincia afgana de Badghis. Esta escuela se considera un hito en la cooperación para el desarrollo en materia de salud sexual y reproductiva en la provincia, ¿por qué era tan necesario este proyecto?

Principalmente porque Badghis es una de las provincias más aisladas de Afganistán. En este país se habla siempre de inseguridad, insurgencia o peligro, pero no de pobreza. Incluso en las zonas donde existe una mayor inseguridad, también hay un mayor nivel de desarrollo. Sin embargo, en la provincia de Badghis y en la de Gor, que es una provincia vecina, encontramos los peores índices de desarrollo humano, ya que es donde hay una mayor mortalidad infantil y asociada al parto. La escuela es un hito porque estas provincias carecen totalmente de atención sanitaria. Badghis, en concreto, fue la única que se quedó sin que ninguna ONG u organismo quisiera desarrollar las actividades de salud y tuvo que solicitar a la ONG BRAC que llevara a cabo esta actividad. En ese sentido nos pareció que lo más importante era frenar la mortalidad materno-infantil y dada la dificultad del terreno, que nos impide llegar a los pacientes, consideramos que la única vía era formar a las mujeres de las propias comunidades para que pudieran realizar este trabajo.

¿Cómo se ha realizado el proceso de selección de las alumnas? ¿Había muchas candidatas?

Ha sido complicado vencer la primera reticencia porque la mujer afgana prácticamente no puede salir de casa, está recluida en su hogar. Pero nosotros necesitábamos que las mujeres vinieran y pasaran 18 meses con nosotros estudiando hasta llegar a ser matronas. Además, teníamos que conseguir mujeres que supieran leer y escribir -éstas representan menos de un 6% de la población femenina-, que tuvieran hijos para que estuvieran familiarizadas con los partos y el cuidado de los niños y, además, que sus maridos permitieran que pasaran 18 meses fuera de su hogar, en un lugar distante. Ahora tenemos mujeres que vienen de distritos que están a 300 kilómetros de Qala-i-Nao, el equivalente a dos días de viaje. Éste es el tiempo que tardamos nosotros en llegar a un paciente. Finalmente tuvimos que dejar a varias mujeres para futuras promociones y elegir a las 40 mejores, de las 60 que teníamos apuntadas en un primer examen.

“Ahora tenemos mujeres que vienen de distritos que están a 300 kilómetros de Qala-i-Nao, el equivalente a dos días de viaje”

¿Cuál diría, por lo tanto, que ha sido el principal problema?

Lo difícil ha sido convencer a la población. Ése ha sido el mayor problema. De hecho, llevamos en Qala-i-Nao dos años y hemos ido rompiendo reticencias muy poco a poco. Son personas muy conservadoras, muy celosas de lo suyo. Los propios afganos que van a Badghis son considerados extranjeros. Allí es extranjera cualquier persona que no sea de la propia tribu y del propio valle, por lo que no es de extrañar que unos señores que llegábamos de Occidente fuéramos mal vistos. Eso es lo que ha hecho que hayamos tardado dos años en conseguir la confianza de la población y de los consejos de ancianos, que son los que finalmente nos han confiado el honor de sus familias, es decir, a sus mujeres. Ése ha sido el inconveniente más importante. Una vez superado, las mujeres han demostrado tener unas ganas enormes de colaborar y todo el personal hospitalario está muy implicado en su formación. Lo difícil ha sido llegar hasta aquí.

¿Cuántas mujeres ejercen la medicina en la provincia?

Tenemos una sola médico que, por supuesto, es la mujer de otro médico. De otro modo no podría trabajar en nuestro hospital. También tenemos dos matronas en el hospital central y fuera de Qala-i-Nao apenas hay unas 15 trabajadoras de salud comunitarias, es decir, mujeres que reciben un cursillo de apenas seis semanas y que pueden dispensar una aspirina o un antibiótico. Por lo tanto, hay unas 20 mujeres para atender a una población de 400.000 habitantes y, además, hay que tener en cuenta que los médicos no pueden pasar consulta a pacientes femeninas en determinadas especialidades, como todo lo que tiene que ver con enfermedades ginecológicas o cualquier cuestión relacionada con el parto. También estamos trabajando en eso y, en breve, vamos a llevar a una ginecóloga española a Qala-i-Nao.

“Hay unas 20 mujeres para atender a una población de 400.000 habitantes”

De hecho, uno de los objetivos de la AECI en Afganistán es el empoderamiento de la mujer

Sí, pero es un proceso muy lento. El proyecto de la escuela de matronas, de alguna manera, pretende mejorar la imagen de la mujer dentro de sus comunidades porque, sin duda, el varón es quien se verá beneficiado. Al final es una mujer la que va a salvar a su hijo. Creemos que eso puede ayudar a despertar esa conciencia dentro de las comunidades. La mujer es un elemento patrimonial, es comprada, vendida y sufre injusticias prácticamente desde los doce años, cuando se considera que es mujer y puede ser objeto de matrimonio.

Dentro de esos éxitos hay otros proyectos

Sí, comenzamos ahora un proyecto que también ha llevado mucho tiempo de gestación. Hay que tener en cuenta que cualquier cosa que se haga victimiza a la mujer todavía más. El rechazo es grande y la acción directa suscita muchos recelos, por lo que, cuando llegamos a la zona decidimos que una manera de comunicarse con la mujer o de que las propias mujeres se comunicaran entre ellas sería a través de la radio. Un elemento que está a disposición de cualquiera. Y vimos que unas mujeres estaban elaborando además un periódico. Como muchas de se relacionaban a través del hospital decidimos apoyar esta idea y proporcionarles los medios para que convirtieran ese pequeño germen en un programa de radio que alcanzara a toda la provincia. Este mes se incorpora una periodista a la sede de Qala-i-Nao con la misión de reunir a este grupo de mujeres, hacer un programa de radio y conseguir que llegue al mayor número posible de mujeres en Badghis.

En paralelo, estamos construyendo una serie de centros o casas de mujer para explicar todo lo que puede interesar a la mujer afgana, como cuidados del niño, nutrición, temas de cocina o Islam, además de los derechos que la nueva legislación le proporciona y una especie de guía sobre cómo actuar ante las situaciones de maltrato o de injusticia que pueden vivir día a día.

¿Puede decirse entonces que la relación con la población local es difícil?

Ha evolucionado mucho. Por fin los afganos empiezan a acudir a sus autoridades, a hacer quejas ante su gobernador, ante su alcalde, ante sus representantes políticos, y eso es bueno. Antes todas las disputas o problemas con la población acababan en amenaza de muerte y ahora la amenaza es decir ‘Me voy a quejar a mi gobernador’. Eso es un salto enorme. También hay un mayor nivel de confianza de la población hacia los extranjeros. Para ello hemos tenido que romper la imagen que dejaron los rusos, los últimos extranjeros no afganos que llegaron a Badghis, mediante imposiciones y violencia.

Precisamente, en la provincia de Badghis fueron asesinados en 2004 cinco voluntarios de Médicos sin Fronteras. Este hecho provocó que la organización suspendiera sus labores en el país. ¿Ha sentido miedo en alguna ocasión?

Miedo no hemos tenido en ningún momento porque la situación no ha sido complicada y hemos contado con el apoyo del Ejército español, que está allí involucrado en las labores de reconstrucción. El asunto de Médicos Sin Fronteras marcó un antes y un después en el mundo de la cooperación, porque fue la primera vez que nos dimos cuenta de que el cooperante podía ser un objetivo. De todas formas, fue una situación que se explica más por política local que por otro motivo. En aquel momento hubo un cambio de jefe de Policía, que quiso demostrar que sin él la provincia iba a peor y mató a estos cooperantes. Estos elementos de política local no se han repetido y, por suerte, la violencia que asola otras zonas de Afganistán no ha llegado a Badghis. Incluso es difícil encontrar afganos que quieran venir a trabajar con nosotros porque Badghis para ellos es un destierro y eso es lo que nos ha mantenido libres de esos problemas que hay en el resto del país.

“El asunto de Médicos Sin Fronteras marcó un antes y un después en el mundo de la cooperación”

De lo que no les ha librado es de una práctica común en todo el país: la autoinmolación de las mujeres. Incluso en el hospital de Qala-i-Nao han habilitado una habitación sólo para atender los casos de mujeres que se autoinmolan.

La autoinmolación es un fenómeno que se produce en Afganistán y en Pakistán. Es un elemento terrible y, al mismo tiempo, es un elemento cultural. Curiosamente, la mujer que se quema consigue un doble objetivo: huir de los padecimientos que sufre en vida y traer la vergüenza a la familia que le ha llevado a esa situación. Por eso es una muerte tan dolorosa y terrible, porque pone en evidencia ante el resto de la comunidad que ha sido maltratada y que su familia política, en la mayor parte de los casos, la ha llevado a esa situación. Es un elemento bastante habitual en todo Afganistán. Cuando llegamos encontramos que estas mujeres no recibían la atención que necesitaban y que las que sobrevivían, apenas unos días, lo pasaban muy mal porque no se les daba ni sedación. En cuanto llegamos, quisimos mejorar esa situación, creamos esta sala e introdujimos la sedación a las mujeres para paliar el sufrimiento en esos últimos días de agonía.

Tanto trabajo parece tener recompensa. El presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, le condecoró por la asistencia prestada a su país tras el terremoto que asoló el norte en octubre de 2005. ¿De qué manera ayudan este tipo de reconocimientos?

Las medallas se las deberían dar más bien a las familias, que son las que sufren de verdad. Nosotros tenemos la suerte de que nos compensa el día a día, vemos el resultado de nuestro trabajo y disfrutamos de esa vida que es dura, pero que está llena de satisfacciones.

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