El año 2004 fue clave para Sahel. Una plaga de langostas acabó con las cosechas, maltrechas ya por la sequía, y agravó la situación de desnutrición en los países que conforman el denominado “cinturón del hambre”. Esta franja, que recorre África de este a oeste, da cobijo a las regiones más pobres del mundo. Las tasas de desarrollo, educación y nivel de vida están entre las más bajas. La desertización avanza como consecuencia del cambio climático y los sectores agrícola y ganadero son cada vez más insostenibles. Los tratamientos nutricionales buscan solucionar el problema del hambre, pero las ONG advierten: “El verdadero origen de la crisis está en la pobreza estructural”.
Desde Mauritania hasta Eritrea, en el cuerno de África, al sur del Sáhara, se extienden miles de kilómetros habitados por unos ocho millones de personas que sufren las consecuencias de la escasez de alimentos. Senegal, Malí, Mauritania, Guinea, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Chad, Camerún y Sudán conforman la Franja de Sahel. Conocida como el «cinturón del hambre», esta zona es una de las más pobres del mundo y con peores condiciones de vida. Así lo confirma el índice de desarrollo humano (IDH) elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). De un total de 179 países analizados, la Franja se reparte entre los últimos 30 puestos con unos índices que oscilan entre el 0,557 de Mauritania (el más alto, en el puesto 140) y el 0,370 de Níger (el mínimo, en el puesto 174). El primer lugar es para Islandia, con un índice del 0,968.
El punto de inflexión se registró en 2005. Un año antes, la sequía y una plaga de langostas azotaron la zona y destruyeron las cosechas. Acción Contra el Hambre (ACH) asegura que estos fueron los factores desencadenantes, aunque «los verdaderos orígenes de esta crisis deben buscarse en la pobreza estructural». A la escasez de alimentos se une la carestía del agua y de los productos básicos, además de las consecuencias del cambio climático, que agrava la desertificación.
Otras organizaciones no gubernamentales (ONG) como Manos Unidas trabajan también en Sahel para mejorar las condiciones de vida. Burkina Faso, Malí y Níger son países de atención preferente por ser los más pobres y con más casos de hambruna. En Mauritania, la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (FAO) reconoce que el acceso a los alimentos es cada vez más difícil y destaca el incremento de los casos de malnutrición infantil grave y el deterioro de la salud del ganado debido a la escasez de agua y pastos. Este contexto pone en riesgo «las únicas fuentes de alimentos e ingresos para las comunidades nómadas» y origina conflictos locales «por los limitados recursos».
La huella del hambre
En el Sahel las hambrunas son periódicas. La falta de agua provoca la sequía de las tierras, que se alterna con lluvias torrenciales que destruyen las cosechas. Acción Contra el Hambre subraya que las primeras víctimas son los niños, amenazados por una situación de desnutrición aguda. De hecho, el tratamiento nutricional de los pequeños es «la máxima prioridad hasta la recogida de la próxima cosecha».
La desnutrición se asocia a diversas enfermedades que dejan secuelas a largo plazo
Desde Burkina Faso, la ONG Bibir atiende principalmente a los menores, «quienes más padecen por las extremas condiciones climáticas y de pobreza en esa zona del mundo que es frontera entre la vida y la muerte». Al ser los más débiles, la desnutrición y las enfermedades les afectan, sobre todo, a ellos. Sus consecuencias más extremas suponen la muerte de un niño cada dos segundos. «Pero no es sólo la muerte, sino las huellas que el hambre deja en aquellos que la han sufrido», destaca Bibir.
Es importante que las mujeres embarazadas tengan acceso a una alimentación correcta para que el desarrollo del feto no se resienta. Asimismo, los menores deben disponer de comida suficiente durante los primeros años para alcanzar una talla física y desarrollo intelectual correctos. El déficit alimentario deja huella en los adultos, por las enfermedades que padecieron de niños asociadas a la desnutrición, e influye en los descendientes, a los que resulta más difícil procurar alimento.
Los tratamientos nutricionales parecen por el momento la vía adecuada para atajar el problema de la alimentación. Los centros de recuperación son muy apreciados porque atienden a la población desnutrida, principalmente, niños y mujeres. Ambos reciben tratamiento para fortalecer su sistema inmunitario, ya que en ocasiones padecen enfermedades asociadas a la desnutrición, y los pequeños son tratados además con productos enriquecidos que les ayudan a recuperarse.
Por otro lado, en estos centros se enseña a las mujeres a preparar la comida de los pequeños para mejorar sus posibilidades de supervivencia y se les anima a transmitir estos conocimientos en sus poblados. Sólo en Níger más de la mitad de los niños menores de cinco años no están bien alimentados. ACH apoya en aquel país a un total de 31 centros nutricionales ambulatorios en el medio rural.
En Malí, la inseguridad alimentaria es también una constante debido a la dependencia de sectores como la pesca y la ganadería. En un país en el que el 65% del territorio es desierto o semidesierto, la sequía dificulta el mantenimiento del ganado y obliga a muchas familias a venderlo para sobrevivir. Por ello, aunque los centros de salud son una medida efectiva para paliar los efectos de la malnutrición, todavía son necesarios otros medios para atajar la pobreza, la verdadera raíz del problema.