No es fácil contabilizarlas, pero las asociaciones que trabajan con las personas sin hogar afirman que en España existen unas 30.000 en esta situación y cerca de tres millones en Europa. Las razones por las que llegaron a la calle son variadas e incluyen desde la pérdida de la pareja o el empleo, hasta las deficiencias del sistema de protección social para atender sus necesidades y la autopercepción de fracaso. Quien vive en la calle siente que el resto de la sociedad le culpa de esta situación, que molesta, y elude reivindicar sus derechos. En su mayoría (82,7%) se trata de hombres menores de 45 años, que convivían antes en una familia y carecen de un empleo. Sin embargo, las ONG advierten que cada vez hay más mujeres y jóvenes que se ven obligados a vivir en la calle. La falta de empleo estable y de calidad, unido a la carestía de la vivienda, son el caldo de cultivo de esta situación.
¿Por qué se llega a esa situación?
La Federación Europea de Asociaciones Nacionales que Trabajan con los Sin Hogar (Feantsa) califica a este grupo como “personas que no pueden acceder o conservar un alojamiento adecuado, adaptado a su situación personal, permanente y que proporcione un marco estable de convivencia, ya sea por razones económicas u otras barreras sociales, o bien porque presentan dificultades personales por tener una vida autónoma”. Una definición que se adapta a unas 30.000 personas en toda España, a las que se unen otras 273.000 que habitan en infraviviendas. En total, Feantsa distingue entre trece situaciones diferentes de exclusión residencial, agrupadas en cuatro grandes bloques: personas sin techo, personas sin vivienda, personas que residen en viviendas inseguras (sin título legal) y personas que habitan.
Respecto a los dos primeros grupos, Cáritas considera que una ‘persona sin techo’ es la que vive en un espacio público (sin domicilio) o pernocta en un albergue, forzada a pasar el resto del día en un espacio público, mientras que por ‘personas sin vivienda’ describe a las que residen en centros de servicio o refugios, como hostales que admiten diferentes modelos de estancia, en refugios para mujeres o en alojamientos temporales reservados a los inmigrantes y a los demandantes de asilo. “Cuando nos referimos a las personas sin hogar, nos referimos a las personas que viven en las calles o dependiendo de organizaciones en cuanto a la vivienda y que tienen, además, otras carencias. Aquellas para las que vivir en la calle es una consecuencia, no el único problema”, precisa Ramón Noró, desde Arrels Fundació, entidad que forma parte de Feantsa.
Según explica, todas las personas somos una especie de tela de araña con muchos hilos. Esos hilos son nuestras relaciones afectivas, el trabajo, la salud, la formación, etcétera, y lo que ocurre en el caso de las personas sin hogar es que estos hilos se han ido rompiendo paulatinamente y sin dar tiempo a recuperarlos. “Como consecuencia de todo esto, se ha producido el desarraigo y la desconfianza en el sistema social, todavía deficitario en procesos de mejora o inclusión social”.
“Se ha producido el desarraigo y la desconfianza en el sistema social, todavía deficitario en procesos de mejora o inclusión social”
El fenómeno es complejo. Las ONG advierten de la existencia de personas que no disponen de ningún tipo de techo y de otras que lo tienen, pero de manera temporal. También reconocen que una vivienda no es sólo un espacio físico en el que pernoctar, sino un espacio que “posibilita y propicia las relaciones personales humanas, mientras que su ausencia las dificulta”. “Por ello, la persona sin techo, de alguna manera siente que la sociedad la excluye, la margina y la culpa de esa situación”, subraya Barciela, quien recuerda que este colectivo no exige sus derechos como tal y está tan ‘deteriorado’ por la situación en la que se ve obligado a vivir, que muchas veces siente que molesta, que perturba y que no tiene hueco en la sociedad.
Principales causas
estas situaciones llevan a una especie de espiral que hace que las causas por las que una persona se ve abocada a vivir en la calle sean varias, según revela Cáritas en el Documento base elaborado con motivo del Día de los Sin Techo, celebrado el pasado 12 de noviembre:
- Cambios en los modos de producción. La aplicación de las nuevas tecnologías a todos los campos de la producción ha propiciado un crecimiento económico, pero a la par, ha potenciado la reducción de mucha mano de obra que antes era necesaria. Barciela remarca que “un mayor crecimiento económico no supone una mejor distribución de la riqueza”, ya que la situación actual genera mano de obra excedente y exige una cualificación o especialización que antes no era necesaria.
- Cambios en el empleo. No es raro que la situación anterior derive en cierta precariedad en el empleo, inestable y temporal, que afecta, de manera especial, a jóvenes, mujeres, parados mayores de 45 años y trabajadores inmigrantes no regularizados. Por ello, las ONG defienden que no sólo es necesario un empleo de calidad y a largo plazo, sino que éste vaya acompañado de una serie de medidas sociales. ?El empleo es una de las llaves fundamentales para la inclusión social, pero no es la única. Debe ser de calidad, digno y que permita vivir o estar dentro de la sociedad y tener acceso al resto de derechos sociales que tienen todos los ciudadanos, pero por sí solo no es suficiente?, insiste Barciela.
- Acceso a la vivienda. El artículo 47 de la Constitución española afirma que “todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”.Sin embargo, este derecho se encuentra con importantes dificultades a la hora de hacerse efectivo. El elevado precio de la vivienda privada y la falta de viviendas de protección oficial o pública, dificulta en exceso el acceso a una vivienda hasta el punto de que “nunca antes tantas personas se habían visto privadas de ella”.
“Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada”
- Deficiencias en la protección social. Las ONG son unánimes, denuncian la contención en el gasto social y la falta de recursos para desarrollar estrategias de inserción. Aseguran que España está en la cola en materia de protección social, a nivel europeo y precisan que, con un sistema de Seguridad Social con un marcado carácter contributivo, “difícilmente las personas afectadas por un empleo irregular o precario van a tener la capacidad de ahorro para proveerse de planes privados”.
- Cambios demográficos y familiares. El envejecimiento de la población y el descenso del índice de natalidad, suponen que cada vez haya más demandantes de servicios y menos cotizantes que aporten ingresos. Además, Barciela explica que “se ha perdido ese núcleo referencial que era la familia y que evitaba que, en muchos de los casos, las personas cayesen en una situación de exclusión”. El cambio en la concepción de la familia ha propiciado la pérdida de una especie de colchón o abrigo que evitaba antes la soledad de la persona y el riesgo de acabar en la calle.
- Autopercepción de inseguridad y fracaso. A menudo, las personas que residen en la calle, se ven a sí mismas fracasadas y apenas sienten motivación por salir adelante ante la falta de educación, vivienda o atención sanitaria.
En este contexto, Barciela recalca que no es una única causa la que propicia que una persona caiga en una situación de exclusión social, sino que puede haber muchas y lamenta que, en más de una ocasión, se culpe a estas personas de haber llegado a esa situación, sin entender que a veces es el sistema el que la genera. “El crecimiento económico, la competitividad, la riqueza, a la par genera pobreza”, explica.
Cómo ayudar
¿Qué puedo hacer para paliar esta situación? ¿Cómo puedo ayudar? Éstas son algunas de las preguntas que algunos ciudadanos se cuestionan. La respuesta no es sencilla. “Primero hay que luchar contra un imaginario de la sociedad en general y de los responsables políticos, que responsabiliza a la persona en lugar de culpabilizar a un sistema que excluye”, manifiesta Ramón Noró. Para él, lo importante es “hacer las cosas ordenadamente” y pasar, primero, por proyectos sociales que faciliten el acceso a una vivienda, aunque sea de manera provisional, para abordar después temas de salud, mejora de autoestima, concesión paulatina de responsabilidades. “Hay que cubrir las carencias de estas personas de manera ordenada, ayudándoles a que recuperen la confianza en sí mismas”, recalca. Si esto no se produce, augura que en el futuro el colectivo de personas sin hogar se irá incrementado por la llegada de personas inmigrantes que tampoco han conseguido superar este reto.
Quien desee ayudar, puede hacerlo. Lo que sí recomiendan las ONG y asociaciones que trabajan en el ámbito social es que no se intente ayudar individualmente, “porque los problemas van a sobrepasar a quien lo haga”, según Noró. Hay que intentar reflexionar para conocer el tema, que la Administración pública desarrolle alternativas reales que permitan una inserción de estos colectivos y que la sociedad se coordine y colabore con ella. Para eso son necesarios más recursos económicos, pero también hay que hacer políticas públicas que mejoren el acceso a una vivienda y eviten la especulación inmobiliaria.
“Son necesarios más recursos económicos, pero también hay que hacer políticas públicas que mejoren el acceso a una vivienda y eviten la especulación inmobiliaria”
Hay que llamar a la sociedad a que entienda que esta situación no es buscada ni querida, sino que es una situación en la que se ven obligados a vivir. Además, necesita de una mayor coordinación, implicación y participación junto con el Gobierno y el resto de agentes económicos y sociales, para poner sobre la mesa una serie de propuestas tendentes a una verdadera y real inclusión social que mejore en todos los niveles la situación de estas personas. En España la pobreza es una realidad que, no sólo no está disminuyendo, sino que se está perpetuando. “La sociedad debe poner el prisma de la sensibilidad hacia estas personas, cuyo camino de recuperación es responsabilidad de todos”, expone Barciela, quien lamenta que todos estos “son temas cercanos, pero desconocidos por la mayoría”.