El progreso tecnológico es la base del crecimiento de la economía española. El grado de desarrollo alcanzado no permite vivir de los avances técnicos ajenos, y el esfuerzo tecnológico propio es insuficiente para crecer. Además, el funcionamiento de las instituciones y de los mercados en España tampoco es todo lo ágil y flexible que sería de desear para garantizar una rápida difusión del progreso técnico.
Estas son las conclusiones a las que llega un informe de Rafael Miro, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, que el Colegio de Economistas madrileños ha publicado en el número especial que celebra el vigésimo aniversario de su revista especializada. En los últimos 20 años, explica Miro, la aportación del progreso tecnológico a la productividad de la economía española ha sido casi nula, porque el aumento de la producción por empleado se basa, casi en su totalidad, en la mejora del capital humano, es decir, en la mayor formación de los trabajadores, que repercute en la calidad de las funciones que realizan.
Productividad del trabajo
La economía española ha crecido de forma notable en los últimos diez años, reconoce el autor, y ha tenido gran capacidad de generar empleo. Sin embargo, se han registrado aumentos muy pequeños de la productividad del trabajo (producto por trabajador), basados en el muy limitado incremento del capital por empleado. Menor aún ha sido el avance de la productividad de todos los factores (cualificación del trabajador, mejoras técnicas), que hay que atribuir casi en su totalidad al aumento en el capital humano, porque la contribución del progreso tecnológico es «apenas perceptible».
Según este estudio, en los últimos años se ha reducido el progreso técnico procedente del exterior, y este recorte no ha sido compensado por el esfuerzo tecnológico propio, que sigue siendo «comparativamente reducido» y, por añadidura, parece centrado en cuestiones que no son fundamentales. Pero la economía española ha alcanzado un nivel de desarrollo que no puede fundamentar su futuro crecimiento en el esfuerzo tecnológico que realizan otras naciones -del que se aprovechan ellas mismas, y que también está al alcance de países de desarrollo medio-, sino en el suyo propio. Urge, por tanto, en opinión de Miro, «una nueva y más ambiciosa política tecnológica, que favorezca la inversión en investigación y desarrollo, que la extienda a nuevos campos y amplíe la difusión de las nuevas ideas e innovaciones».
Desde 1985 hasta 2003, el Producto Interior Bruto (PIB) español ha crecido a una tasa media anual alta, del 3,1%, sensiblemente superior a la de los países comunitarios, y lo ha hecho en un marco de continua e intensa apertura hacia la competencia exterior. También el empleo ha aumentado mucho, lo que se ha reflejado en el paro en los últimos años, una vez absorbido el principal efecto de la elevada incorporación de población activa al mercado laboral. Pero estos avances no han ido acompañados de mejoras significativas en la productividad del trabajo, matiza el estudio, porque su crecimiento anual, inferior al 1%, es el más modesto entre los socios europeos.
El esfuerzo inversor ha acompañado a la expansión -la formación bruta de capital fijo representa una media del 23,5% del PIB- pero una parte básica de esos recursos ha ido a parar a nuevas actividades con baja proporción de capital por empleado.