Inteligencia Artificial

Aunque lejos de crear un cerebro artificial, se han realizado importantes avances
Por Alex Fernández Muerza 25 de mayo de 2004

El sueño de crear un cerebro artificial similar al humano está todavía muy lejos de hacerse realidad. Sin embargo, la Inteligencia Artificial (IA) ha servido para elaborar sistemas y dispositivos en cierto modo “inteligentes”: agendas electrónicas, sistemas de reconocimiento facial, programas anti-fraude, aviones de combate sin piloto, etc. Su aplicación en medicina ha conseguido también importantes logros; en Suecia se ha desarrollado una técnica que aplica IA a unos chips que empiezan a usarse para análisis genético de muestra, los denominados “biochips”, cuya labor se centra en distinguir distintos tipos de cáncer.

¿Qué es la Inteligencia Artificial?

La IA es un campo amplio de investigación científica que trata de crear sistemas y máquinas que se comporten de manera inteligente. Ahora bien, los científicos que se centran en esta área de investigación parten con la dificultad añadida de que no existe una definición precisa del concepto de inteligencia humana, y tampoco se conoce con exactitud el funcionamiento del cerebro humano. Por ejemplo, en el ajedrez, la intuición y la creatividad son importantes, al igual que en otros muchos aspectos de la inteligencia humana. ¿Fue entonces “inteligente” la victoria del famoso Deep Blue de IBM, que derrotó a Kasparov gracias a una memoria descomunal y una capacidad de cálculo de miles de millones de variantes para cada posición? Por todo ello, hay quien duda incluso de que la inteligencia humana como tal pueda ser reproducida por una máquina. Albert Einstein, en este sentido, decía que “las máquinas podrán resolver problemas, pero nunca podrán plantearse problemas”.

A pesar de las dificultades, los investigadores de la IA han logrado avances en campos muy concretos, dividiendo el problema para abordarlo desde varios puntos independientes. De hecho, muchos aparatos y dispositivos que se encuentran a nuestro alrededor se han desarrollado gracias a las técnicas de IA, y en la actualidad, supone un próspero sector que factura en el mundo unos 48 mil millones de euros al año. Como explica Julio Rives, de la empresa Indra: “A menudo, nos limitamos a hacer lo que el cliente nos pide, sin decir que se basa en técnicas de IA porque suena demasiado nuevo y por tanto poco seguro”. Por supuesto, la informática es uno de los terrenos en los que la IA se mueve con mayor empuje, desde sistemas cada vez más precisos para buscar en Internet, hasta programas para luchar contra el “spam”, el correo electrónico no deseado.

Historia de la IA

La historia de la IA está marcada por los continuos vaivenes entre el optimismo desmesurado y el profundo pesimismo. Se le considera al matemático inglés Alan Mathison Turing padre de la IA. En 1937, publicó un artículo en el que introdujo el concepto de “Máquina de Turing”, una abstracción matemática que resultó ser la precursora de los ordenadores digitales. También formuló la conocida como “Prueba de Turing”, que permitiría comprobar si un programa de ordenador puede ser inteligente como un ser humano, y que hasta día de hoy ninguna máquina ha conseguido superar.

Siguiendo a Turing, los entusiastas de la computación, como el Nobel de Economía Herbert Simon (recientemente fallecido), dijeron que cualquier actividad humana podría reducirse a una serie de instrucciones que podrían servir para programar una computadora. En 1956, se celebró un congreso en Estados Unidos en el que se acuñó el término de IA y en donde se hicieron previsiones triunfalistas a diez años que jamás se cumplieron, lo que provocó el abandono casi total de las investigaciones durante quince años.

Durante los años setenta, a medida que los ordenadores progresaron en capacidad y velocidad, el campo de la IA volvió a estar en auge. Marvin Minsky, director del departamento de IA del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), expresó el sentir generalizado de los científicos de la computación en 1967: “Dentro de una generación el problema de la creación de inteligencia artificial estará resuelto en lo esencial”. Otro pronóstico erróneo, que se repetiría en 1980 con el desafío japonés de la quinta generación de ordenadores, que dio lugar al auge de los sistemas expertos, máquinas que toman decisiones sencillas de entre un amplio abanico de posibilidades almacenadas en su memoria, pero que no alcanzó muchos de sus objetivos, por lo que este campo sufrió una nueva detención en los años noventa.

La IA en la vida cotidiana

Asimismo, sistemas como las redes neuronales, que comenzaron a desarrollarse en los años 80, abandonan completamente la idea de las reglas informáticas. Estas redes disponen de un sistema masivo paralelo que puede, al igual que el cerebro humano, describir simultáneamente muchos niveles de información, con lo que puede responder a nuevas situaciones. Los sistemas que reconocen personas por el iris del ojo o por la voz, por ejemplo, simplemente identifican y comparan patrones. Las agendas electrónicas, en las que se puede escribir con una especie de lápiz, muchas cámaras que ajustan automáticamente su diafragma, o los aires acondicionados que se autorregulan, utilizan estos sistemas. Las empresas de tarjetas de crédito también han visto la utilidad de estos sistemas en la lucha contra el fraude, al igual que los bancos, que pueden ofrecer cada vez más servicios financieros automatizados sin necesidad de ningún empleado. En la industria comienzan a extenderse las llamadas “Dark Factory” -fábricas oscuras- puesto que funcionan con cadenas de montaje formadas exclusivamente por máquinas robotizadas, que no necesitan luz, de ahí su nombre.

Rodney Brooks, director del laboratorio de IA del MIT e inventor de la aspiradora automática Roomba, sostiene que algunos avances en materia de visión computarizada y otras formas de IA han sido posibles gracias a la robótica. En este laboratorio, por ejemplo, están desarrollando el Cog, un sistema robótico que podría ser capaz de “aprender” a hacer cosas.

La IA está también utilizándose en el terreno militar. Por ejemplo, en el avión Eurofighter, el piloto indica qué es lo que desea hacer, y a partir de ahí, el ordenador, que es quien gobierna realmente el avión y quien da las órdenes para ejecutar las indicaciones del piloto. La tendencia que se sigue en la actualidad en la industria militar es la de crear armas que sean manejadas por máquinas inteligentes. En este sentido, ya existen modelos que han sido puestos a prueba en Afganistán e Irak.

La medicina es otro de los campos en los que también se están empleando técnicas de IA. Científicos del Instituto de Investigación en el Genoma Humano estadounidense y de la Universidad de Lund, en Suecia, han desarrollado una técnica que aplica IA a unos chips que empiezan a usarse para análisis genético de muestra, los denominados “biochips”, y que les permite distinguir con rapidez entre varios tipos de cáncer. Por otra parte, diversos equipos de científicos están tratando de crear sistemas contra la gran cantidad de enfermedades geriátricas que ocasionan pérdida de la memoria. Los sistemas de cognición asistida combinan software de IA, tecnología GPS, redes de sensores y placas identificativas infrarrojas que acompaña al paciente a todos los lugares. “Con los sistemas de cognición asistida, los ancianos podrán permanecer en su hogar más tiempo, y cuidar de sí mismos sin ayuda”, señala Eric Dishman, gerente de investigación de la división de I+D de la empresa Intel. Sin embargo, “todavía faltan entre 20 y 30 años” para que exista un dispositivo de IA perfeccionado y de tiempo completo que pueda reemplazar a las personas en el cuidado del paciente geriátrico”, en palabras de Henry Kautz, director del “Proyecto de Cognición Asistida” de la Universidad de Washington, cuyo objetivo es monitorear los hogares a través de complejas redes de detectores de movimientos y placas de identificación que emiten señales infrarrojas.

Los científicos especializados en IA también trabajan en el terreno del “lenguaje natural” para tratar de lograr que las máquinas hablen como un humano. Para azuzar el ingenio de los investigadores se creaba hace una década el premio Loebner, que todavía nadie ha ganado. De entre todos ellos, el que más se ha acercado a este objetivo es Alice, que tiene una web donde se puede conversar con “ella” (http://www.alicebot.org). Richard Wallace, su creador, dice que se inspiró en el lenguaje de los políticos, que parece activarse con palabras clave: “si el periodista pregunta sobre los colegios, el político responde con un discurso memorizado sobre la política educativa”. <>

Las relaciones entre los humanos y estas máquinas parlantes ya están dando pie a curiosos comportamientos, como explica Helena Matute, catedrática de Psicología de la Universidad de Deusto: “Tendemos a tratar a los robots como si fueran humanos, para lo bueno y para lo malo. Si hablamos con un robot, tendemos a tratarle correctamente. En el momento en que la máquina se equivoca en el trato, tendemos a enfadarnos con la máquina; incluso hay gente que llega al insulto. Además, los usuarios acaban contándole todo tipo de intimidades, algo muy peligroso, porque las máquinas no son precisamente una tumba.”

A pesar de las ventajas que ofrece la IA, hay quien está en contra de dotar de tanta “inteligencia” a las máquinas. El conocido físico Stephen Hawking ha advertido sobre la urgente necesidad de mejorar genéticamente la especie humana y evitar que las computadoras dominen el mundo. “A diferencia de nuestro intelecto”, afirma el físico, “los ordenadores duplican su capacidad cada 18 meses y por ello existe el peligro real de que puedan crear una inteligencia propia y asuman el control”. Otra de sus sugerencias es estimular el desarrollo de tecnologías que permitan la comunicación directa entre ordenadores y humanos, para que así las máquinas contribuyan a la humanidad en vez de rebelarse contra ella

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