Robots buenos

Lejos de resultar amenazantes para la existencia humana, los robots realizan numerosas tareas importantes en los más variados campos
Por Marta Peirano 5 de abril de 2006

Los ludditas (movimiento del siglo XIX de oposición a toda clase de tecnología) perdieron la guerra contra los robots, pero la suspicacia hacia ellos sobrevivió entre muchos occidentales. La máquina no come, no duerme, no protesta, no cobra. No experimenta sentimientos de culpa, ni para bien ni para mal. En el mundo occidental, tanta infalibilidad despierta sospecha. En Asia, sin embargo, a las personas les gustan más las máquinas que la gente. Porque cuidan de los enfermos, acompañan a los ancianos, recogen la basura, cuidan de la casa y hasta indican a los turistas perdidos el camino de vuelta al hotel sin equivocarse ni perder la paciencia. Los robots no tienen por qué ser malos.

Robots que curan

A los ‘robodocs’ (conjunción de robot y doctor) no les tiembla el pulso, no respiran ni estornudan ni se ponen nerviosos; pueden hacer más en menos tiempo, realizar giros imposibles con los brazos y muñecas y su grado de precisión es inigualable. Son auténticos artistas de la endoscopia, un tipo de cirugía que se realiza a través de una reducida incisión en el paciente por la que se introduce un endoscopio, un pequeño instrumento de fibra óptica que navega y opera gracias a unas cámaras y un sistema de monitorización.

El médico puede estar en la habitación, en la planta de arriba o al otro lado del Atlántico y practicar la operación; en un monitor puede ver al paciente a través de dos cámaras dirigidas por brazos robóticos que le ofrecen una visión tridimensional del campo de cirugía y que le obedecen con la voz. El ‘robodoc’ más famoso y popular es Da Vinci.

Robots que curan

Contratar a Da Vinci cuesta un millón de dólares, pero los especialistas opinan que merece la pena. Tiene tres componentes: un robot de cinco pies de alto con brazos mecánicos articulados, un centro de comando y un monitor. Aunque empezó como asistente en cirugía abdominal, estuvo estancado unos años debido a la lentitud en la transmisión de vídeo, que hacía las intervenciones mucho más largas de lo deseable. Sin embargo, sus competencias han crecido desde junio de 2000; ahora realiza operaciones de corazón y transplante de órganos sin mayores problemas.

El éxito de Da Vinci ha impulsado a los investigadores a crear toda una nueva generación de robots para la mesa de operaciones, capaces de realizar desde intervenciones de próstata hasta la cirugía ocular. Tal es el caso de Pathfinder (no confundir con el robot astronauta ‘Mars Pathfinder’), que realizó sus primeras operaciones de neurocirugía en el Queen’s Medical Centre de Nottingham, en el norte de Inglaterra.

La programación del brazo robótico de Pathfinder se realiza a partir de una tomografía (un método para obtener imágenes corporales similares a las radiografías) de la cabeza del paciente. Los médicos han puesto muchas esperanzas en Pathfinder, especialmente para casos en los que la intervención suele ser tanto o más peligrosa que la enfermedad, como el cáncer cerebral, el síndrome de Parkinson o algunos tipos de epilepsia.

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Microrobots

La tecnología todavía no permite miniaturizar personas, como sucede en ‘Viaje alucinante’, un cuento de Isaac Asimov en el que una pequeña nave tripulada por un equipo de médicos navega por el cuerpo de un importante científico en coma para curar un coágulo en su cerebro.

Sin embargo, sí es posible crear microrobots que cumplan la misma función. Paolo Dario, decano del departamento de robótica médica en la escuela superior Santa Ana de Pisa, presentó el pasado año un microrobot capaz de introducirse en el cuerpo humano y explorarlo en profundidad.

Se ingiere como una pastilla y utiliza sus patas plegables para moverse de manera independiente. El microrobot utiliza su inteligencia artificial para adaptarse automáticamente al entorno y obedecer puntualmente las órdenes del médico. Puede cambiar de posición, adelantarse o detenerse en las zonas de conflicto. Su habilidad quirúrgica está todavía en desarrollo, pero se espera que en poco tiempo pueda realizar intervenciones a distancia sin necesidad de sutura u hospitalización.

Enfermeras cibernéticas

En otro hospital de Inglaterra, el St. Mary’s de Londres, combinan al doctor Da Vinci con una enfermera excepcional; la hermana María. María no es tan intuitiva como sus colegas de carne y hueso, pero lo compensa con paciencia, energía y muy buena memoria. Se acuerda de todos los detalles relativos a cada paciente y se asegura de que todos toman sus medicinas a la hora, asisten a los programas de reconocimiento que les toca y se ocupa de otras muchas pequeñas y grandes cosas imprescindibles.

La presencia de este robot en el hospital subsana errores humanos y permite al equipo de enfermeras convencionales pasar más tiempo con cada paciente. En el asilo de Longwood, Palo Alto (California), han ‘contratado’ a Perla, que además bromea con los pacientes y hasta flirtea con ellos cuando la ocasión lo permite.

Perla es una de las primeras robots occidentales dedicadas al cuidado de ancianos. Es hija del ‘proyecto enfermera’, un programa del fabricante de procesadores Intel en colaboración con las Universidades de Michigan, Pittsburgh, Carnegie Mellon y Stanford.

Primo Puel y Paro, robots de compañía

Enfermeras cibernéticas

En Japón, donde la natalidad se ha estancado y un tercio de la población tendrá más de 65 años en 2050, la enfermera robot es un hecho consumado desde hace años. Pero los japoneses aspiran a más: quieren asegurarse de que sus mayores contarán con la mejor compañía, incluso para los delicados asuntos del corazón. Para eso se crearon a Primo Puel y a Paro, la foca bebé.

Ambos cuentan con un sistema que vigila el estado de salud de su dueño y aprende sus patrones de conducta para dar la alarma rápidamente si detectan un comportamiento extraño, pero no son médicos, son robots de compañía.

Popularmente se dice que, si se quiere mejorar y alargar la vida de una persona, lo mejor es regalarle un gato. Las mascotas son excepcionalmente efectivas a la hora de prevenir enfermedades y ahuyentar la depresión por el simple hecho de proporcionar cariño y atenciones a las personas que viven solas. Primo Puel y Paro no son gatos, pero tampoco producen alergia ni necesitan más atenciones que una recarga de baterías de vez en cuando.

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Reconocen y agradecen las caricias, gracias a un conjunto de sensores colocados a lo largo de su pelo, y desarrollan su propia personalidad de acuerdo con las necesidades de su nuevo dueño. Hay siete millones de unidades de Primo Puel en las casas japonesas y un número similar se han adquirido en el mercado coreano en los últimos años. Por su parte, el último modelo de Paro puede reconocer hasta siete idiomas.

Super héroes de lata

Enryu significa ‘dragon rescatador’ en japonés, y es el último grito en robots super héroes. Empezó como asistente en terremotos y desprendimientos de tierra, pero pronto se especializó en avalanchas de nieve. Este robot, que parece más un tractor con brazos, tiene siete cámaras (muchos ojos para situaciones de poca visibilidad), dos brazos hidráulicos con un alcance de cinco metros cada uno y capacidad para levantar hasta 500 kilos de peso.

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En las pruebas que se le realizaron antes de comercializarlo consiguió levantar sin problemas un coche sepultado bajo varios metros de nieve mientras retiraba hielo de los tejados circundantes. A finales de año se graduará y entrará a formar parte de los servicios de rescate del Japón. El resto del tiempo, Enryu prestará servicios sociales retirando hielo de las calles.

Mucho más pequeño y menos heroico es RIDC01, de la empresa Temsuk. RIDC01 limpia las calles y ayuda a los turistas y despistados a encontrar calles y monumentos con su vídeo proyector. Son dos ejemplos de cómo Asia se imagina el futuro más próximo: con millones de robots trabajando de sol a sol en la producción de bienes y servicios mientras el resto de la población se dedica a desarrollar nuevas áreas de conocimiento que enriquezcan el país.

Contra las minas antipersona

Otros países menos avanzados tecnológicamente que Japón desarrollan, sin embargo, robots encargados de realizar tareas importantes. Por ejemplo, prototipos para resolver problemas acuciantes como las minas antipersona.

Según Oxfam, las minas matan entre 150 y 300 personas al mes, la gran mayoría civiles. Sólo en Afganistan hay diez millones de minas, plantadas por las fuerzas soviéticas entre 1979 y 1992, y se calcula que hay otros 90 millones repartidos por el mundo. La detección y deshabilitación de estas minas no es sólo peligrosa, sino también lenta.

Super héroes de lata

La Universidad de Chiba, al norte de Tokio, ha creado el Comet III, un cazador de minas inteligente con ojos dignos de una criatura de ciencia ficción, un sistema de propulsión dual y seis patas de araña para realizar movimientos delicados. Su misión es rodar hasta el campo de minas y después ejercitar sus dotes de observación: una combinación de un detector de metales, un visor estereoscópico y un complejo sistema de radares. De momento su procesador es lento, pues tarda unos 20 segundos en calcular cada paso que tiene que dar, aunque consigue cubrir 1.800 metros cuadrados por hora. Teniendo en cuenta dónde está, ya es un milagro que se mueva.

Robots al rescate

El mismo principio que dirige las máquinas que cazan minas antipersona funciona en las operaciones de rescate. Sus ventajas son interminables: ligereza, movilidad y fuerza; mayor habilidad de percepción y resistencia al monóxido de carbono y otros gases generados por explosiones en minas o incendios en fábricas. Pequeños como ratones o grandes como tanques, ligeros como mariposas o escurridizos y delgados como una culebra, hay robots rescatadores para todos los gustos.

Desde el ataque a las Torres Gemelas y los desastres naturales en Asia y Carolina del Norte, se han ultimado muchos prototipos destinados a encontrar supervivientes entre los escombros en los Estados Unidos. Entonces, cuando en 1999 el huracán Floyd destruyó más de 57.000 casas y mató a 51 personas en Carolina del Norte, se enviaron a los ‘Inuktun’, unos pequeños tanques diseñados por el equipo de Robin Murphy, investigador del Centro de Investigación de Asistencia Robótica de Palo Alto (California), que no tuvieron demasiado éxito.

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En los últimos cinco años, sus descendientes han aprendido de sus errores. “No se puede enviar a un rescate a un robot cualquiera” explica Craig Eldershaw, investigador del mismo centro, “porque nadie sabe lo que se va a encontrar allí; tiene que tener brazos para trepar, goma para arrastrarse, juntas para escurrirse por los agujeros..”. “Tiene que ser reconfigurable” concluye. Sus criaturas, Hansel y Gretel, usan una combinación de radio y ultrasonidos para crear mapas en zonas devastadas antes de que actúen los grupos de salvamento.

Hay muchos más ejemplos de robots de rescate, como la ‘serpiente’ de Howie Choset, de la Universidad de Carnegie Mellon (Pittsburgh), que no sólo se escurre entre los restos de un edificio derrumbado en busca de supervivientes, sino que también vigila regularmente grandes estructuras públicas como puentes y acueductos en busca de grietas u otros signos de posible peligro.

Otro ejemplo es el prototipo de William L Whittaker, de la misma universidad. Éste crea mapas detallados y tridimensionales del interior de las minas de explotación usando una especie de dedos con láser en las yemas, entre otros instrumentos. Los mapas son útiles para prevenir accidentes, pero también para reconocer el terreno tras un accidente y facilitar el trabajo a las fuerzas de rescate.

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