Desde que el vídeo doméstico aterrizó en los hogares de medio mundo, todo parecía indicar que le había salido un enemigo irreconciliable al cine. Los primeros magnetoscopios, al igual que la televisión, ‘robaban’ espectadores a las salas de cine. Pero con el tiempo esa batalla no ha llegado a mayores; lo que parecían mundos paralelos han terminado entendiéndose. Y todo gracias al concepto de vídeo digital, que ofrece la comodidad necesaria para el mundo doméstico, pero con una calidad que se acerca mucho más a la que ofrece el mundo cinematográfico.
Los tiempos analógicos
El concepto de cámara doméstica existe desde hace mucho tiempo. Los primeros en capturar recuerdos en movimiento fueron los famosos tomavistas, y las cámaras de cine Super 8. Los costes en material fungible que suponían ambos aparatos, que requerían película de celuloide que luego había que revelar, hicieron que ninguno de los dos consiguiese una aceptación demasiado relevante. Sí que existían usuarios ‘enganchados’ a estas máquinas, y eran bastante comunes en los lugares de vacaciones, pero no fue hasta los años 80, con los magnetoscopios (el nombre real de los vídeos VHS, Beta, 2000…), cuando las videocámaras se convirtieron en un fenómeno.
En el campo doméstico, dos estándares dominaron el mercado de las videocámaras. Por un lado, un gran número de fabricantes (como JVC o Canon), que apostaron desde el principio por las nuevas videocámaras domésticas, se decantaron por el VHS-C. Este formato consistía en reducir el tamaño de una cinta VHS normal y corriente; se mantenía el grosor de la cinta, pero se comprimían las bobinas y se acortaba el metraje para que la cinta ocupase menos espacio. De hecho, este formato era perfectamente compatible con los magnetoscopios VHS domésticos, utilizando un adaptador en el que se introducía la cinta y que recalibraba las bobinas para adaptarlas a los tamaños estándar del VHS convencional.
Algunos fabricantes, como JVC, intentaron crear un estándar más cómodo para el usuario, que no era otro que introducir en la cámara un magnetoscopio VHS normal. Como punto positivo, estas cámaras permitían que el usuario grabase en la misma cinta que luego iba a ver en su vídeo del salón. En contra, el espacio que requería el propio magnetoscopio era tan desproporcionado que la cámara resultaba demasiado grande. Estas cámaras quedaron relegadas al uso semi-profesional, para la grabación de acontecimientos como bodas y comuniones, vinculadas a negocios que no se podían permitir una cámara profesional, como las Betacam o las U-Matic, de mayor calidad.
Sony, que a menudo ha seguido un camino diferente al de los demás, decidió no apostar por el VHS. En su lugar se decantó por cintas de 8 milímetros de grosor (el grosor de las cintas VHS es de 12 mm.). Estas cintas, llamadasVideo-8, consiguieron bastante más popularidad que las, en muchas ocasiones, engorrosas VHS-C. Además, Sony trabajó para facilitar la interconexión entre los equipos: para que el usuario almacenase sus películas en otras cintas, podía conectar la cámara al vídeo del salón y hacer copias con la máxima calidad posible.
Estos formatos se quedaron muy pronto obsoletos con la llegada de los primeros vestigios de Alta Definición al campo de las videocámaras. Hay que tener en cuenta que la resolución de dichos formatos rondaba las 200 líneas verticales, lo que, al igual que el VHS, no aprovechaba la siempre limitada calidad de los televisores de tubo de entonces.
Con la llegada del formato SuperVHS, también apareció el SVHS-C, que mantenía la misma calidad para las videocámaras. Sony contraatacó con el Hi-8, un formato que, de nuevo, consiguió convertirse sin demasiados problemas en el estándar del mundo de las videocámaras.
Ambos formatos, utilizando técnicas analógicas de grabación, conseguían resoluciones de hasta 400 líneas, aunque para poder ver el cien por cien de la información grabada se debía conectar la cámara al monitor mediante un cable de S-Vídeo. En caso contrario, si se utilizaban los cables de vídeo compuesto normales, la resolución de lo grabado quedaba reducida a unas 300 líneas, por lo que se desaprovechaba notablemente la inversión realizada en la nueva cámara, o en las propias cintas, que llegaban a costar incluso el doble que sus antecesoras.
La llegada del digital
A finales de los 90 comenzaron a aparecer las cámaras fotográficas digitales, que rápidamente han ido desplazando a las analógicas de toda la vida. En esos años el ordenador ya había asumido perfectamente las funciones multimedia, lo que permitía, entre otras cosas, que los usuarios pudiesen trabajar o almacenar sus fotografías en el PC.
Cuando los usuarios comenzaron a familiarizarse y trabajar con la imagen digital, los fabricantes aplicaron la misma regla a las videocámaras domésticas. Realmente, desde hacía unos años, todo el mundo podía trabajar con vídeo en un ordenador personal. El único problema consistía en que, para ello, era necesario tener un equipo de gama alta con una tarjeta digitalizadora instalada. Pero esas estas tarjetas no ofrecían demasiada calidad (en gran parte porque era necesario conectar la cámara al ordenador mediante un cable de vídeo compuesto, que pierde calidad por el camino) y su precio era muy elevado.
Por ello, se buscó la forma de conseguir que la información original, es decir, la que había sido grabada en la cinta, fuese también digital. En ese momento se intentó encontrar la fórmula más económica de dar el paso digital. La técnica elegida consistió en utilizar las mismas cintas magnéticas, prácticamente iguales a las que se habían utilizado en el formato analógico, pero cambiando radicalmente el mecanismo de grabación.
Las cintas analógicas graban la película mediante unas partículas magnéticas que, dependiendo de su posición, definen si hay registrado un color, una forma o un sonido. Con el tiempo, el uso o, simplemente, con un golpe que reciba la propia cinta, la posición de estas partículas puede variar, por lo que poco a poco la información se va deteriorando hasta convertirse en una serie de capas borrosas que no dejan ver correctamente la grabación original.
En el uso de esas mismas cintas en un sistema digital, el procedimiento cambia completamente. Dependiendo de la colocación de las partículas, la información varía entre un 0 y un 1, los clásicos elementos de un sistema binario. De esta forma se va creando una cadena larguísima de información que pueden interpretar sin el menor problema los equipos digitales.
Con el uso, los golpes y el tiempo esas partículas pueden variar igualmente su posición, pero es más difícil que cambien finalmente de un 0 a un 1. Y, en el caso de que lo hagan, se perderá un único dato dentro de una enorme cadena. Aparte de todo ello, la información traducida al idioma binario define muchos más campos, de una forma más precisa. Así, en una misma cinta caben más datos que, entre otras cosas, ofrecen una mayor resolución, más canales de audio, y de mayor calidad.
Por ello, normalmente, las grabaciones digitales, que incluyen más información que las analógicas, duran menos. En una cinta en la que cabrían 60 ó 90 minutos de grabación en Hi-8, caben alrededor de 40 y 60 minutos, respectivamente, en un formato digital similar.
Los formatos actuales
El primer formato de vídeo doméstico digital que apareció en el mercado fue el MiniDV, surgido del acuerdo de la mayoría de los fabricantes. Esta cinta, más pequeña que las Hi-8 de Sony (ocupa prácticamente la mitad), es capaz de ofrecer una calidad bastante similar a la de algunos formatos semi-profesionales.
Una de las características principales de este formato es sin duda el tamaño. Gracias a él, sin sacrificar la calidad de la imagen, los fabricantes han podido jugar con el tamaño de las cámaras. Por un lado, podemos encontrar modelos de videocámaras como la familia XL1 de Canon, que ofrecen prestaciones semi-profesionales, y otros como la Sony PC1 que, reduciendo drásticamente el tamaño, son mucho más económicas y cómodas para los usuarios que buscan en una videocámara la forma de grabar sus recuerdos de unas vacaciones, y no una rentabilidad profesional.
Como en otras ocasiones, Sony volvió a emprender su propio camino y, aunque firmaban como co-creadores del estándar MiniDV y fabricaban cámaras con ese sistema, también lanzaron las Digital 8. Estas cámaras ofrecían prácticamente la misma calidad que las MiniDV, y compartían las características más importantes. El único cambio radical se encontraba en la propia cinta, que era exactamente la misma que Sony había utilizado en su sistema Hi-8. De esta forma, una persona que había comprado en la generación anterior una cámara analógica de Sony, podía utilizar todas sus cintas en la nueva Digital 8, tanto para visionarlas como para regrabarlas. Eso sí, una cámara Digital 8 sólo podía grabar en digital si se utilizaban cintas Hi-8, sacrificando alrededor de un 30% de su duración.
Lo que en un principio parecía una muy buena idea, que haría conseguir a Sony su tercer triunfo en el campo de las videocámaras, se quedó en poco tiempo en un segundo lugar, con vistas a desaparecer del mercado en un espacio de tiempo limitado. Y es que parece que lo que el mercado demanda es que las cintas sean cada vez más pequeñas, y eso era lo único que no ofrecía, entre sus ventajas, el estándar Digital 8.
Justo por este motivo comenzaron a comercializarse dos tipos de videocámaras hace unos dos años. Por un lado, las MicroMV, con cintas que ocupan la mitad que las MiniDV, y por otro las cámaras que directamente graban la imagen en tarjetas de memoria SD, como las que usan las cámaras fotográficas digitales.
Y todo por conseguir un tamaño de la propia cámara que se ajuste a las exigencias de los usuarios, en lo que a comodidad se refiere, pero disminuyendo radicalmente la calidad que puede llegar a ofrecer una videocámara digital. A estas cámaras se les quitaron gran parte de los atributos de sus hermanas mayores, quedando como unos tomavistas de nueva generación, que sólo utilizan aquellas personas que buscan guardar recuerdos de sus eventos y vacaciones, y nunca por personas que quieran realizar un trabajo más profesional con ellas.
La mejor cámara
Existen muchos elementos que hacen mejor a una cámara, casi siempre relacionados con la cantidad y calidad de sus CCD, la parte sensible del objetivo de la cámara. Se trata de, digamos, el sustituto de la película cinematográfica, en el que quedan impresas las imágenes que le llegan al objetivo. Las cámaras domésticas, de forma habitual, incluyen un único CCD que convierte la información visual en información digital.
En el caso de que se quiera comprar una cámara con un único CCD, es preciso conocer la resolución que, supuestamente, permite capturar. Este dato es importante, porque define la calidad de la grabación. Normalmente, los formatos digitales domésticos, como el MiniDV, utilizan una resolución vertical de 425 líneas y la resolución del CCD determina la calidad horizontal. Es decir, las líneas verticales son propias del formato e inalterables, pero la cantidad de puntos que las forman horizontalmente pueden variar, y mucho, la calidad general de la imagen. Por lo tanto, las cámaras MiniDV de 1 Megapíxel tendrán mayor definición que las de 800 Kpíxeles (1 megapíxel son 1.000 kpíxeles).
Hay cámaras dentro de la gama doméstica que incluyen tres CCD en su objetivo, cada uno encargado de digitalizar uno de los tres colores primarios en luz emitida: rojo, azul y verde. Con este sistema se obtiene una mayor calidad de imagen, el objetivo tiene mayor luminancia y los colores quedan mucho más realistas e intensos.
Otro de los atributos a valorar a la hora de seleccionar una buena videocámara es el zoom, donde no hay que dejarse llevar mucho por el máximo permitido con el teleobjetivo. Cuando se usa el zoom al máximo, la imagen suele quedar muy plana, mal iluminada y es tremendamente inestable. También resulta interesante probar el gran angular (el zoom al mínimo) para comprobar si provoca un efecto barril que deforma la imagen. Es un error clásico en cámaras de baja calidad y menor precio, que sucede por incluir lentes de material sintético en el objetivo, que pueden producir desde este error a cualquier tipo de aberraciones (distorsiones en la imagen).
Al analizar el zoom de la cámara también es importante fijarse sólo en los datos ópticos. Una cámara suele incluir un zoom óptico, el que realiza el objetivo de la cámara, y uno (mayor) digital. Este último es el que tira, literalmente, del CCD; por cada aumento del zoom se efectúa una ampliación ficticia en el CCD. De esta forma, poco a poco, se va utilizando menos superficie del mismo y, por lo tanto, aprovecha menos píxeles. Al final, si se usa un zoom digital a su máxima potencia, se obtendrá una imagen sin apenas calidad.
Esto no significa que el efecto de un zoom digital no sea el correcto para realizar una grabación. Simplemente que tanto éste como otros muchos efectos digitales se pueden realizar en un proceso de post-producción con un ordenador. Cuando se realiza el efecto durante la grabación, se tiene que arrastrar con él para siempre. Mientras que si se incluye al trabajar con el vídeo en un ordenador es posible volver atrás o probar con diferentes efectos hasta hallar el deseado.
Algo parecido pasa con el estabilizador de la imagen, que desde hace más de una década sirve como reclamo para vender videocámaras. Esta tecnología, una vez más, aprovecha el CCD -utiliza menos proporción del mismo a la hora de volcar la información a la cinta-, recortando calidad a la imagen. Según se mueva la cámara, hace una media de la imagen total que recibe el CCD y coge la parte que a la cámara le parece correcta. Si se quiere obtener una mayor calidad es más recomendable utilizar un trípode, o ensayar hasta conseguir movimientos más fluidos con la mano.
En cuanto a la autonomía, hoy en día prácticamente todas las videocámaras que existen en el mercado utilizan baterías de alto rendimiento. Las Info-Lithium que suele entregar Sony ofrecen una autonomía muy elevada, se cargan en muy poco tiempo y han depurado notablemente el llamado efecto memoria, que acorta la vida de la pila por cargarla antes de que se haya descargado completamente.
Por último, es importante contar con una entrada de micrófono auxiliar. En muchos casos, el propio motor de la cámara se cuela por los altavoces integrados, por lo que es importante contar con la posibilidad de utilizar fórmulas adicionales. Para solventar este problema, también se pueden evitar las cámaras demasiado pequeñas, que son las que tienen peor insonorizada la carcasa de la cinta.