Ni en las empresas ni en la escuela era una tecnología de uso generalizado. Nada evitaba un largo viaje para una reunión o para ver a la familia. Con la pandemia nos hemos visto obligados a convivir con las videollamadas a diario y a utilizarlas para hablar con los primos, para reunirnos con los compañeros de trabajo, para atender a proveedores o para acudir a clase. ¿Cómo funcionan? ¿Su uso es seguro? ¿Qué necesidades técnicas exigen? Lo detallamos aquí.
Nacieron en los años 40 del siglo pasado, pero no fue hasta los 70 y 80, con la llegada de las redes digitales de telefonía (RDSI), cuando comenzaron a desarrollarse. En los 90 llegó la videoconferencia basada en Internet y su popularización a partir de la década de 2000 a través de servicios gratuitos como Messenger o iChat (hoy FaceTime). Hoy están a la orden del día. En algunos sectores incluso se utilizan más que el teléfono.
Cómo funcionan las videollamadas
La tecnología ha evolucionado en los últimos años, pero sigue funcionando de la misma manera: a través de la compresión digital de audio y vídeo en tiempo real, que se envía y recibe de forma simultánea a través de una misma plataforma que deben utilizar dos o más interlocutores, ya sea a través de un ordenador, smartphone o tableta.
Las mejoras en el ancho de banda de las redes y los algoritmos de compresión (gracias a ellos se requiere cada vez gastar menos datos para hacer las llamadas con más calidad) proporcionan una mejor calidad de imagen, alcanzando ya cotas de alta resolución (FullHD, o 1080p). Y cantidad: hemos pasado de unos sistemas para conectar entre dos personas a reunir a cientos en una sala de manera simultánea.
Qué se necesita para hacer videollamadas
Cualquier portátil o smartphone integra todos los componentes necesarios para realizar una videollamada: pantalla, cámara, altavoz y micrófono. Siempre es recomendable utilizar accesorios como auriculares con micrófono –para obtener mayor privacidad y calidad–, pero ya no es siempre necesaria la instalación de un programa para realizar la llamada, gracias a la tecnología WebRTC (siglas de Web Real- Time Communication), y que ha supuesto una revolución en estas plataformas.
La mayoría ofrecen la posibilidad de conectarse a una videollamada solo con entrar en un enlace a través de navegadores como Chrome o Firefox. Esto es porque son compatibles con esta tecnología, que pide permiso al usuario para utilizar micrófono, altavoces o auriculares del dispositivo, al tiempo que le conectan a una aplicación en la nube que da acceso a la plataforma de videollamadas, como si la hubiera instalado de forma local.
No siempre se obtienen las mismas prestaciones. Google Meet, por ejemplo, ofrece funciones como la de la grabación de pantalla, solo disponible en su versión de escritorio, y no a través del navegador. Pero, en general, la experiencia suele ser similar con y sin app.
Videollamadas, ¿son seguras?
Cuando una tecnología se hace masiva, inevitablemente se pone en el objetivo de los delincuentes, como comenta Ruth García, técnico de ciberseguridad de Incibe (Instituto Nacional de Ciberseguridad de España): “Este bum ha sido utilizado por los ciberdelincuentes para intentar explotar vulnerabilidades de las aplicaciones, así como para propagar malware (virus informático) apoyándose en técnicas de ingeniería social: correos, SMS y llamadas fraudulentas, principalmente, más conocidas como phishing (mensajes con enlaces fraudulentos), smishing (estafa mediante SMS) y vishing (fraude a través de llamada telefónica), respectivamente”. Técnicas de hackeo para hacerse con nuestras claves de acceso, especialmente, a servicios financieros o, entre otros, suscribirnos a un servicio de SMS premium que nos supondrá un gran coste en la factura telefónica.
Videollamadas en el trabajo
Como indica Pablo Contreras, profesor en EAE Business School y autor del estudio ‘El impacto del coronavirus en estados de ánimo, hábitos y consumo’, las videollamadas han permitido paliar, en parte, la necesidad de interacción y de intercambio de ideas imprescindible en el trabajo y los negocios. “Tenemos suerte de contar con este recurso al alcance de todo el mundo que antes no teníamos, dado que la simple llamada telefónica es inferior en capacidad de comunicar y compartir ideas”.
Pero todo ello no sirve de mucho, si no nos adaptamos a una nueva forma de trabajar. Se requiere, para que estas herramientas funcionen y tengan sentido realmente productivo, una planificación rigurosa y una propia capacidad de organización que no todas las personas tienen, de entrada.
Isabel Aranda, psicóloga experta en psicología del trabajo, añade otro factor: “La comunicación no verbal es muy importante para dar un valor concreto a los mensajes. Relativiza, maximiza, minimiza… y en la videollamada nos falta la comunicación corporal, nos tenemos que atener solo a lo que dice el rostro. Eso hace que pongamos más atención en la voz, en el rostro y en el contenido”.
Lejos de lo que podría presumirse, las videollamadas no han disparado la “reunionitis”, indican ambos expertos. La facilidad de convocatoria y la comodidad de no tener que desplazarse son más ventajas que adicción. Según Aranda, “habría que considerarlo un medio para ganar eficiencia. En ese sentido, tener un tiempo cerrado hace que, para muchos, por primera vez las reuniones se hagan previsibles. Pautar principio y final es perfecto para saber cuándo desconectar”.
Clases virtuales, educación online
El reto en las aulas ha sido superior cuanto más jóvenes son los alumnos. Universitarios y profesionales estaban ya acostumbrados a los webinars (seminarios online en directo) y cursos a través de Internet, pero niños y adolescentes han pasado de estar en la clase con sus compañeros a seguir las explicaciones de su profesor desde una ventana. Y no siempre es fácil conseguir que un menor –o un adulto– siga las explicaciones del ponente con la misma atención que en el aula: no nos comportamos igual en una reunión o en un curso mediante videoconferencia que en persona.
Como revela Aranda, una de las cosas que más nos afecta es estar viendo la cara de los que están en la reunión o en clase. “Nuestra mente está acostumbrada a mirar al que habla y no simultáneamente a todos”. En una reunión presencial hay una vivacidad del debate, unas intervenciones más inmediatas y fluidas que dan energía a la conversación. En las videollamadas la voz del que habla puede resultar monótona y propiciar cierta desconexión. Hay muchos más elementos visuales y auditivos a controlar simultáneamente que exigen un mayor esfuerzo de atención y concentración y, por eso, según la psicóloga Isabel Aranda, las videollamadas nos provocan esa sensación de mayor cansancio.