La palabra cookie (galleta en inglés) hace referencia a unos pequeños archivos de texto que se alojan en el disco duro al visitar ciertas páginas web. Estos archivos contienen información que permite identificar al internauta que vuelve a una página, por lo que resultan muy útiles para no tener que introducir de nuevo nombres de usuario, contraseñas o preferencias como el idioma. También se emplean, por ejemplo, para obtener datos demográficos de los visitantes, personalizar la información, evitar mostrar la misma publicidad varias veces o recordar los artículos del carrito de la compra en una tienda virtual.
A pesar de sus virtudes, las cookies están bajo permanente sospecha por su capacidad para almacenar datos personales o sus potenciales riesgos para el ordenador. La información que almacenan sólo contiene datos que se han introducido previamente en la página web y otros relacionados con el ordenador conectado, tal que la dirección IP (un número único de cada computadora conectada a Internet) o el tipo y versión de navegador que se utiliza. También se pueden emplear para averiguar algunos hábitos del internauta, como cuándo visitó determinado sitio o sus preferencias al navegar. Por eso, aunque fueron creadas para facilitar la navegación, en ocasiones han sido empleadas con fines comerciales sin el consentimiento del usuario.
No hay que temer…
En principio las cookies sólo pueden ser leídas por el ordenador que las envió, aunque es cierto que ha habido algunos fallos de seguridad en Internet Explorer que permitían a cualquier sitio web ver su contenido. Pero la cookie en ningún caso desvela la identidad del internauta ni da acceso a su disco duro; es el navegador el que se limita a enviar y leer las cookies almacenadas en el directorio correspondiente.
Tampoco es verdad, como se ha dicho en alguna ocasión, que las cookies sean una puerta de entrada para los virus. Al tratarse de archivos de texto (no ejecutables) no pueden contener ningún código malicioso que se active automáticamente o por descuido, como sí es posible con las páginas con controles ActiveX (programas incrustados en las páginas).
Tipos de cookies
Se pueden distinguir dos tipos de cookies por el tiempo que permanecen activas en el ordenador:
- Cookies de sesión. Almacenan información mientras se visita un sitio web y expiran al final de la sesión, es decir, al cerrar el navegador se borran del disco duro. Se utilizan para recordar las preferencias del usuario al visitar las páginas.
- Cookies permanentes. Los sitios web determinan su caducidad, algo que también puede hacer el propio usuario en el navegador. Se emplean, por ejemplo, en correos web o en tiendas online, en las que el internauta que vuelve a la página se encuentra su email por defecto o información personalizada.
Limitar las cookies
Es cierto que a través de un ataque informático, el asaltante podría recabar algún tipo de información personal a través de las cookies. Además, el usuario puede no estar interesado en ser recordado por según qué páginas o, simplemente, no sentirse cómodo con la personalización que ofrecen algunas cookies. Por eso, especialmente si se utilizan un PC compartido o de algún sitio público, es interesante conocer cómo manejarlas.
Para empezar, nunca está de más estar al tanto de las últimas versiones del navegador, que suelen enmendar fallos de seguridad de versiones anteriores. Después, el internauta puede ajustar las preferencias del navegador respecto a las cookies:
- Aceptar las cookies normalmente (estableciendo, si se quiere, determinadas excepciones)
- Aceptar las cookies sólo para la sesión actual o preguntar cada vez que un sitio web la envía.
- Bloquear completamente las cookies.
También es posible acceder a la carpeta donde se almacenan (depende del sistema operativo, pero para localizarla basta hacer una búsqueda de ‘cookie’ en el disco duro) y borrarlas todas o eliminarlas a discreción (por el nombre del archivo se puede saber quién la envía).
Las palabras propuestas en español, chivato, fisgón, soplón o testigo (aludiendo a su función) y galleta o buñuelo (en traducción más o menos directa), no han conseguido acabar con el uso del término inglés. Se pueden encontrar diversas versiones sobre el origen de la palabra cookie aplicado a Internet. Hay quien dice que detrás está el voraz personaje infantil (el Monstruo de las Galletas de Barrio Sésamo) o el argot de los pilotos americanos en la Segunda Guerra Mundial, que arrojaban cookies (bombas). También se remite a las miguitas de pan que Hansel y Gretel dejaban en su camino hacia la casa de la bruja e incluso a las galletas mágicas que camuflaban LSD.
Pero la referencia más común es el artículo de Paul Bonner escrito en Builder.com en 1997. Allí se explicaba que Lou Montulli escribió la especificación para el uso de cookies en el Navigator 1.0 de Netscape, el primer navegador en usar esa tecnología. Montulli dice que el origen de la palabra no tiene nada de particular porque “es una forma habitual de describir un fragmento de datos opaco gestionado por un intermediario”.