El próximo sábado 17 de mayo se celebra el Día de Internet, un momento oportuno para reavivar ciertos debates como el de la neutralidad de la Red. En los últimos meses se han lanzado diferentes propuestas, tanto en Europa como en Estados Unidos y otros países, con el fin de o bien eliminar dicho principio fundacional o, por lo menos, frenar las iniciativas para que deje de ser solo un principio asumido y pase a ser una ley de obligado cumplimiento. El término llena páginas en los periódicos y levanta polémica en las redes sociales. ¿Por qué tiene tantos defensores la neutralidad de Internet? ¿Beneficia a los consumidores? Este artículo resuelve estas y otras dudas al respecto.
Todos partimos del mismo punto en Internet
El concepto de neutralidad de la Red se resume en esta máxima: «Un bit es igual a otro bit». Hace referencia a que el bit, como unidad básica de información, no debe distinguirse en un canal como Internet por la clase de contenido que lleve y, en consecuencia, debe ser valorado solo en cantidad, pero no en calidad. Por ello, cualquier contenido que circule por la Red deberá ser tratado igual que el resto, ya provenga del blog de un simple usuario anónimo o de una gran empresa de distribución como Amazon.
Cualquier contenido que circule por la Red deberá ser tratado igual que el resto, ya provenga de un simple usuario o una gran empresa
Las implicaciones de este principio básico, y casi fundacional, del funcionamiento de la Red son que dentro de ellas todos tenemos el mismo nivel de control y oportunidades en cuanto a la circulación de la información, y solo nos distinguimos por nuestra capacidad para crear contenidos o servicios mejores y para hacernos más populares que los demás. En otras palabras, la era digital nos iguala a todos en cuando a capacidad tecnológica.
Un ejemplo que hace entendible este concepto es el de la fotografía. Cuando era analógica, solo los profesionales ataviados con las mejores cámaras eran capaces de tomar imágenes buenas; en la digital, todo el mundo puede -más o menos- comprarse una cámara buena, aprender a usarla y obtener fotografías de calidad. El profesional seguirá contando con su talento y su experiencia para ser mejor, pero la tecnología fotográfica se ha vuelo más asumible para todos.
Un siglo de información limitada
Durante el pasado siglo, la televisión y la radio dominaron el panorama informativo, sobre todo en la segunda mitad, por lo que su influencia y capacidad de control sobre los contenidos que recibíamos era muy grande. En muchos casos, y en todo el mundo, fuimos informados de modo sesgado o incompleto sobre los más diversos asuntos, de modo que dichas noticias condicionaron nuestra visión del mundo. Y si bien en comparación con otras épocas la libertad de estar informados fue mucho mayor, también lo fue la capacidad de ser manipulados. Sin embargo, no era una situación injusta, sino limitada tecnológicamente: eran pocas las personas o entidades que podían adquirir la tecnología necesaria (cara y compleja) y, además, el espacio disponible para establecer un canal era limitado.
Durante el pasado siglo la televisión y la radio dominaron el panorama informativo con capacidad de control sobre el contenido que recibíamos
En la era digital, este panorama cambia por completo: el espacio para emitir es mucho más amplio, casi ilimitado y, además, la tecnología de emisión de información es asequible a todo el mundo, ya que basta con un smartphone de 200 euros. En tales condiciones, la asimetría informativa del siglo XX, en la que unos pocos tenían acceso a las fuentes de conocimiento y los canales de comunicación, se fractura. Y el resultado es el que todos conocemos: miles de blogs, nuevos medios -como el propio EROSKI CONSUMER-, emisiones de radio y vídeo independientes y las redes sociales para acelerar la compartición de la información generada. Como consecuencia, los antiguos oligopolios de la información se rompen y cada vez tienen menos audiencia.
¿Vamos hacia una Internet televisada?
Sin embargo, el hecho de que los contenidos circulen en igualdad de condiciones por la Red depende en gran medida de los operadores de telecomunicaciones, que son quienes crean la infraestructura (los cables) para que la red llegue a todos los hogares. Ellos hacen la inversión en cableado para que todos podamos entrar en Internet y publicar o recibir contenidos y servicios, y nos cobran una cuota mensual por este acceso.
El hecho de que los contenidos circulen en igualdad de condiciones por la Red depende en gran medida de los operadores de telecomunicaciones
Estos operadores no intervienen ni discriminan los contenidos que circulan, pero se quejan de que a mayor actividad, más consumo de ancho de banda y mayor inversión deben hacer ellos para que la Red siga creciendo. Quieren, por tanto, cobrar unas cuotas a las empresas que operan en Internet y tienen gran demanda de ancho de banda, como Google, Amazon, Spotify o Netflix entre otras, de modo que cuanto más paguen, más rápido lleguen al usuario.
Esto supondría que un bit dejaría de ser igual a otro bit y habría «bits ricos» y «bits pobres», de manera que unos llegarían con más facilidad a los usuarios que otros, según lo pagado por su emisor. Sería el fin de la neutralidad de la Red y también de la simetría informativa que ha reinado desde la aparición de Internet, ya que se pasaría a un modelo similar al de la televisión, con «contenidos pagados» que serían de acceso mucho más fácil que otros más independientes, pero que reducirían mucho la oferta informativa actual.
¿Cómo nos afectaría el final de la neutralidad?
La justificación de las operadoras ante esta reclamación -que vienen haciendo desde hace muchos años– es que estos pagos amortizarían las inversiones e incluso animarían a realizar mayores avances en el desarrollo de nuevas tecnologías, de modo que protocolos como el 4G o superiores podrían extenderse con rapidez, dado que reportarían un beneficio.
Sin embargo, el cobro de unas tasas que favorecerían a los servicios y empresas más poderosas de Internet podría ser un peligroso precedente para prácticas monopolísticas y contra la libre competencia que podrían situarnos de nuevo en el siglo XX.
A la larga, Internet podría acabar siendo un medio simplificado y empobrecido
Así, Telefónica podría haber favorecido en su día a la red Tuenti frente a Facebook. O ahora Facebook podría pagar para tener mejor acceso a los usuarios que otros competidores más débiles. O Amazon o Rakuten (dos gigantes de la venta on line) podrían ahogar a los pequeños y nuevos comercios que ofertaran productos interesantes, a base de pagar por tener mayor velocidad que ellos.
A la larga, en definitiva, la Red podría acabar siendo un medio simplificado y empobrecido, tal como lo es la televisión hoy en día o muchas calles comerciales de grandes ciudades. En cierto modo, volveríamos al panorama del siglo XX.
¿Cómo evitar el fin de la neutralidad?
Las grandes empresas de Internet, aunque no están de acuerdo con las tesis de los operadores, sí están dispuestas a pagar en algunos casos por acceder a métodos de conexión más avanzados que los normales, como es el caso del conocido como «interconexión». Aún así, temen que una parte importante de su beneficio acabe en los bolsillos de los proveedores de acceso y piden a los gobiernos que actúen para regular las exigencias de estos.
Las grandes empresas de Internet están dispuestas a pagar en algunos casos por acceder a métodos de conexión más avanzados
En el sector público hay varias corrientes de opinión: desde quien piensa que el cobro es un derecho de los proveedores, hasta los partidarios de garantizar la neutralidad por ley. Por supuesto, unos están presionados por grupos afines a los operadores, y otros, por cabilderos de las empresas, pero por el momento ninguna de estas corrientes se impone y el debate continúa.
En los últimos tiempos han surgido iniciativas para regular en parte la neutralidad. Las propuestas lanzadas van en la línea de garantizar una velocidad de acceso mínima para cualquier contenido sin importar su origen, y a partir de aquí, una escala de velocidades según el pago de tasas. Sin embargo, la futura ley debería asegurar que se prohibirá cualquier desembolso cuya intención última fuera atentar contra otro competidor o manipular el libre acceso a los productos por parte de los consumidores, asuntos en principio complicados de controlar.