Google Glass puede calificarse de invento fascinante: convierte las lentes de unas gafas en dos pequeñas pantallas digitales donde múltiples sensores reflejan datos en tiempo real, tomados de la Red, mientras caminamos por la calle y siempre relacionados con lo que estamos viendo y dónde nos encontramos. Por otro lado, nos conecta de un modo continuo a Internet y hace que nuestro mundo exterior entre por la cámara, que llevan las lentes, al mundo digital de nuestros sitios en las redes sociales. La conclusión es que Google Glass supone la fusión definitiva de dos mundos: el on line y el off line. ¿Sueño o pesadilla? Este artículo analiza las dudas que surgen con las nuevas gafas de Google.
Grabaciones y reconocimiento facial
Sin duda, estas gafas-ordenador para llevar encima presentan muchos problemas y muy serios.
Uno es la privacidad propia y ajena. ¿Nos interesa que Google sepa en todo momento qué hacemos, dónde estamos y con quién? ¿Qué pensarán nuestros amigos de que nos acerquemos a ellos con una cámara que les graba para después decir en Facebook o Twitter que están en tal o cual sitio, o que compran un determinado producto? ¿Cómo sabrán si les estamos grabando o no?
¿Nos interesa que Google sepa en todo momento qué hacemos, dónde estamos y con quién?
Un problema más filosófico es el límite de la intimidad en la era digital, que Google Glass podría fulminar. ¿Cómo sería un mundo en el que todos lleváramos puestas unas gafas inteligentes de este tipo y nos estuviéramos grabando y mostrando los unos a los otros todo el tiempo en Internet? La respuesta, según el sociólogo y semiólogo Noam Chomsky, es que sería un mundo transparente en el que nada se podría esconder; una pesadilla donde quedaría conculcado todo derecho a la intimidad y la discreción. «Sería una manera de destruir a la gente», ha puntualizado.
Otro aspecto polémico de Glass es que pertenece a Google, una empresa que ya ha desarrollado una amplia plataforma que se dedica a prestar servicios a los usuarios, a cambio de la recolección de sus datos para ofrecer una publicidad más eficiente. El negocio de Google no es servir a las personas, sino mejorar el impacto de las empresas en estas personas de modo que compren más sus productos y servicios. No son pocas las polémicas respecto a su concepto de la privacidad.
Glass podría ser una fuente enorme de entrada de datos tanto nuestros como de la gente con la que nos cruzamos
En este sentido, Glass podría ser una fuente enorme de entrada de datos tanto nuestros (nuestras costumbres, por qué sitios nos movemos), como de la gente con la que nos cruzamos o que nos acompaña. Sería, sin duda, una información muy valiosa para Google que, con métodos de big data, podría mejorar muchos sus estudios de mercado. También lo sería para nuestros gobiernos, a tenor de lo que ha sido desvelado por el proyecto PRISM, algo que no es nada tranquilizador.
Si bien a los usuarios de las Google Glass estos datos también les aportaría información muy útil, ¿hasta que punto somos conscientes de lo que sacrificamos para obtener esta calidad de servicio?
Google tiene patentados diversos desarrollos de reconocimiento facial muy eficientes, basados en extrapolar una cara desde uno solo de sus rasgos, como el cuello, la nariz, las orejas, etc. También es cierto que la compañía ha asegurado de que no aplicará estas tecnologías a Glass porque es consciente del peligro que ello entraña.
¿Quién controla las aplicaciones?
Pero, ¿quién nos garantiza que no se fabriquen aplicaciones de terceros que salten los controles de Google y permitan que Glass aplique el reconocimiento facial? Al fin y al cabo, Glass funcionará con Android, el sistema operativo de muchos móviles y tabletas que permiten la descarga de apps desde tiendas no oficiales.
Si Glass contemplara el reconocimiento facial, una persona con las gafas puestas podría ir grabando a la gente que se cruza por la calle y estas caras ser de inmediato identificadas por Google y difundida su identidad en cuestión de minutos. Es un escenario como el de la novela ‘1984’ de George Orwell, pero multiplicado por mil. Todo el mundo controlaría a todo el mundo. ¿Es así como será la sociedad del futuro?
Los ciberdelincuentes podrían instalar virus en las gafas que les reportaran imágenes de las personas con que se encuentra un usuario
Además, algunos ciberdelincuentes podrían instalar virus en las gafas que les reportaran imágenes de las personas que ve el usuario y, por tanto, recabar información que les permitiera después chantajear a otras personas localizadas en lugares comprometidos: fuera de la oficina en horas de trabajo, en locales de adultos, en el cine en lugar de estudiando, etc.
No son pocos los bares donde se han prohibido las Glass. De igual modo han actuado la mayoría de locales de ocio de adultos de Estados Unidos, desde teatros y cines hasta casinos como el Caesar’s Palace de Las Vegas.
Por otro lado, ha habido alguna tentativa de lanzar aplicaciones pornográficas para Glass que podrían ofender la dignidad de las personas con las que interactuamos, aunque Google ha asegurado que prohibirá este tipo de aps. ¿Y si escapan a su control?
En realidad, Google Glass no inventa nada nuevo, pues todas las tecnologías que usa ya existen y tan solo las aúna en un mismo dispositivo. Y aquí radica el problema: hace automático lo que antes se podría hacer pero de un modo más trabajoso.
Una vez lanzado Glass, puede que sea imposible detener el desarrollo de este tipo de aparatos, y menos prohibirlos. Pero para muchos analistas queda claro de que sus límites de uso deben estar controlados.
En esta dirección va la carta que las agencias de protección de datos de 37 países, entre ellos todos los de la Unión Europea, han dirigido a los fundadores de Google, con el fin de que aclaren las intenciones de Glass y los puntos polémicos que tiene el proyecto.
Por el momento, la compañía del buscador ha sido poco explícita en sus respuestas, aunque sí ha dicho que Glass es solo un proyecto, no un producto comercial.