La Biblioteca de las Indias Electrónicas es un ejemplo de cómo el ideal de unos valores diferentes propiciados por el impacto de la Sociedad de la Información se abren paso en la Red. Esta organización se ha dedicado desde su fundación en 2003 a estudiar y difundir el impacto de Internet y las nuevas tecnologías en la cultura popular, los nuevos estilos de vida, la democracia económica y la autonomía de las personas. Pertenece a la cooperativa Sociedad de las Indias Electrónicas, que funciona como un centro de formación y documentación para proyectos de alfabetización digital, “e-learning”, infraestructuras de conectividad y fomento del cooperativismo y el emprendimiento, todo ello enfocado desde el desarrollo local. Desde octubre de 2010, la Biblioteca de las Indias Electrónicas distribuye de forma gratuita y en formato electrónico los libros que publica en papel la Sociedad Cooperativa del Arte de las Cosas. La distribución se lleva a cabo con una licencia de Dominio Público. María Rodríguez es su directora.
Nace en 2003 de la iniciativa de los socios fundadores de la Sociedad de las Indias Electrónicas, que decidieron destinar una considerable parte del beneficio de la empresa para poner en marcha la Biblioteca. Era una época económicamente dura, ya que la Sociedad de las Indias llevaba poco tiempo en marcha y se había fundado con 3.007 euros y ningún cliente de partida.
Somos una asociación sin ánimo de lucro que se mantiene gracias a las donaciones del Grupo Cooperativo. No se nos debe confundir con la Sociedad de las Indias Electrónicas o con El Arte de las Cosas, que vende los libros en papel. Ellas, como cualquier cooperativa, tienen ánimo de lucro aunque se basen en la democracia económica. Nuestra tarea es obtener la máxima difusión de los contenidos íntegros de los libros, por eso están en libre descarga y en dominio público.
“La experiencia nos demuestra que cuanta más difusión tiene un libro electrónico libre y gratuito, más ejemplares vende en papel”
Mucha gente piensa que la nuestra es una actividad contradictoria, puesto que El Arte de las Cosas vende esos libros que nosotros difundimos en papel. La experiencia nos demuestra que cuanta más difusión tiene un libro electrónico libre y gratuito, más ejemplares vende en papel. El primer libro bajo dominio público que difundimos en formato electrónico, ‘El poder de las redes’, lo demostró desde el primer día. Hoy el libro lleva ya más de cinco ediciones, con decenas de miles de ejemplares vendidos en España, Argentina y Brasil, y se ha traducido a cuatro idiomas. Sin la difusión abierta y pública no hubiera sido posible.
Hace tiempo que lo vemos muy claro. El problema es que los directivos de las editoriales no lo ven de la misma forma, ya que un cambio de modelo de algo ya establecido como es la industria editorial da mucho vértigo. No vemos el fin del papel, como muchos auguran, sino su coexistencia con los formatos digitales. Estos serán de pago en el caso de las “grandes editoriales”, pero a precios más razonables que los actuales, que son absurdos. Con la eliminación de los costes de impresión y distribución, ¿cómo pueden las editoriales cobrar el formato electrónico al mismo precio que en papel? Por otro lado, grandes autores de género, como el escritor de ciencia ficción Neal Stephenson, optan por abandonar las editoriales y explorar por sí mismos formatos diferentes, como los canales temáticos.
“No vemos el fin del papel, como muchos auguran, sino su coexistencia con los formatos digitales”
Una cosa que siempre tuvimos clara es que el sistema de distribución en librerías se corresponde con la lógica de la escasez: el espacio es limitado, más aún los mostradores centrales donde los libros son más visibles (donde a menudo vemos los best-sellers o los libros que una editorial tiene especial interés en promocionar). También es limitado el “filtrado” que hacen las editoriales, cuya labor es discernir de entre todas las obras que llegan, las mejores. Pero las mejores, ¿según quién?
Hay y habrá libros de consumo masivo, pero también hay miles y miles de obras distintas con un público potencial en un mercado como el español, de apenas unos millares de personas, que a las editoriales no les compensa promocionar. En cambio Internet es abundancia, hay sitio para todos, y puede, por tanto, haber libros para todos los gustos. Da igual que una obra solo la compren cien personas en todo el mundo. Puedes tener más de un millón de títulos por los que cien personas estén dispuestas a pagar.
Creo que es como decir que por haber universidades privadas se confunde la enseñanza con la explotación del conocimiento. No veo nada malo en explotar económicamente los productos culturales. Su comportamiento es como el de cualquier producto: si haces una obra de calidad y la distribuyes por los canales adecuados, tendrá éxito. El problema hasta que llegó Internet es que muy pocos podían acceder a los canales adecuados. Ahora todo es distinto. Difundir la cultura, desarrollar la gratuidad, liberar de derechos las obras… ¡es negocio! Y es maravilloso que sea así.
Sí, se puede. Para empezar, un autor que cede su obra al dominio público renuncia a los derechos económicos, no a los morales, como tampoco renuncia a los honorarios que la editorial le quiera pagar por escribir un libro -como en el caso de los llamados “libros por encargo”, más habituales de lo que la gente cree-. Pero es cierto que para ello es necesario que el autor esté consolidado o, al menos, que ya haya publicado algo.
Para un autor nuevo o poco consolidado, el dominio público es la mejor forma para difundir la obra. Como ocurre con los músicos, que obtienen el grueso de sus ingresos de los conciertos, los escritores, salvo en muy pocos casos, obtendrán más dinero de conferencias, cursos y libros por encargo que de los derechos de autor. Pero para que se pague por conferencias, cursos y libros por encargo, el autor y la obra han de ser conocidos.
“Si un creador o un autor sabe que de una o dos obras puede vivir durante años gracias a los derechos de autor, tendrá menos incentivos para crear”
Claramente, no. La propiedad intelectual entendida no como privilegio real, sino como norma general, surgió en la Revolución Francesa como pago a los intelectuales por su apoyo. Su supuesta razón de ser fue fomentar la creación tras dar a los autores una forma fácil y automática, aunque artificial como todo monopolio legal, de generar ingresos a partir de sus obras.
Pero hoy en día consigue todo lo contrario. Tanto si hablamos de patentes como de obras culturales, si un creador o un autor sabe que de una o dos obras puede vivir durante años gracias a los derechos de autor, tendrá menos incentivos para seguir en tensión creativa, no más. Si en cambio el autor sabe que por su obra no va a cobrar derechos de autor y que además la competencia puede copiarle su idea, estará más incentivado a crear nuevas obras para ir siempre un paso por delante, es decir, estará más incentivado para innovar y así mantener la atención de sus lectores, una atención que, a fin de cuentas, le genera los ingresos.
Se abre la posibilidad de un nuevo modelo, que de hecho ya está aquí para quedarse. Internet ha traído la democratización del conocimiento, así como nuevas herramientas para las personas que les otorgan un poder de desarrollo antes impensable. Ya no hace falta un gran capital para montar un negocio, hay miles de ideas que se pueden llevar a la práctica desde la propia casa, sin más recursos que un portátil y una conexión a Internet. Se puede acceder a mercados nuevos, vender en cualquier parte del mundo sin salir de la oficina y encontrar socios y colaboradores al otro lado del océano. También se puede estudiar a distancia, lo que facilita enormemente las cosas para la gente que no se puede permitir ir a la universidad durante cinco años.
“Vivimos en un mundo donde lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir”
Uno de los primeros libros que publicamos, ‘El poder de las redes’, trataba sobre eso. El enfoque en 2005 era optimista. Las “revoluciones de colores” y las primeras “ciberturbas” daban la pauta de fenómenos que adelantaban lo que hemos visto recientemente en Túnez y Egipto. Sin embargo, ahora presentaremos el último libro del mismo autor, que se titula ‘Los futuros que vienen’. Con los años, el libro, como nosotros mismos, se muestra más moderado. Por un lado tenemos una serie de fuerzas ligadas a Internet y la “globalización de los pequeños” que nos impulsan hacia una sociedad más abierta y más libre, pero por otro están los viejos grupos privilegiados que intentan capturar el Estado para mantener su situación como si nada hubiera pasado. El resultado es un mundo donde lo nuevo no acaba de nacer y lo viejo no acaba de morir.
En ese “impasse” aparecen toda una serie de fenómenos de descomposición social cada vez más inquietantes: desde la guerra del narco en México a los modelos de “capitalismo autoritario” en Asia, sin olvidar los efectos sociales de la crisis. No es casualidad que en Europa la crisis se manifieste como crisis de la deuda pública. Los estados mantienen un capitalismo corporativista tan caro como improductivo, pero prefieren recortar gastos de cohesión social tan básicos como la educación, que son fundamentales para las personas en un contexto de globalización.
“Sin la neutralidad de la Red las personas normales perderíamos como ciudadanos, como potenciales emprendedores y como consumidores”
Como dice José Alcántara en su libro ‘La neutralidad de la red’: “Un bit es siempre un bit, y a la operadora le cuesta lo mismo trasportarlo, con independencia de que sea música, imagen o texto”. Al ciudadano sí debería preocuparle que la operadora, para imponer distintos precios, mirara qué información lleva cada bit que enviamos o recibimos a través de Internet. Y en un plano más general, hasta ahora Internet era un terreno de juego bastante nivelado para los emprendedores: gente normal podía abrir empresas con una buena idea y pocos medios. El fin de la neutralidad supondría que además tendrían que pagar una especie de impuesto privado a las operadoras para que los usuarios pudieran acceder a sus sitios. Las grandes empresas estarían encantadas, pagarían con gusto a las operadoras porque éstas cerraran las puertas a su competencia y, efectivamente, no volveríamos a ver triunfar a un Tuenti sobre un Facebook, como ha pasado en España. Es decir, las personas normales perderíamos como ciudadanos, perderíamos como potenciales emprendedores y perderíamos como consumidores.