Durante el confinamiento, los menores están pasando frente a las pantallas más horas que antes de la irrupción del coronavirus en nuestras vidas. Sobre todo dedican mucho tiempo a videojuegos como el Fortnite, y eso que podemos organizar su ocio con otros juegos infantiles y más actividades en familia. El uso desmedido de videojuegos es una patología mental que requiere tratamiento. Pero en dosis adecuadas, puede aportar beneficios para el desarrollo cognitivo y la educación. Todo ello lo abordamos a continuación.
Cocaína, alcohol, cannabis… y otra adicción sin edad, los videojuegos. Uno de los pilares de la actual industria mundial del entretenimiento (solo en España, este sector generó más de 3.500 millones de euros en 2018) tiene un reverso poco amable que ha hecho saltar las alarmas. Desde hace algunos meses, la Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que el trastorno por su uso es una enfermedad mental con los mismos síntomas que cualquier otra adicción.
Sostiene la OMS que este desorden psiquiátrico se puede diagnosticar cuando, durante un periodo de al menos 12 meses, los pacientes (muchos de ellos, niños o adolescentes) muestran una serie de comportamientos alarmantes: pierden el control sobre el tiempo, el juego adquiere su máxima prioridad frente a otros intereses y actividades y mantienen esta conducta a pesar de que son conscientes de sus consecuencias negativas.
La decisión ha generado un profundo debate social. Algunos expertos insisten en que los videojuegos no son nocivos ni entrañan peligro per se. Admiten que, en caso de un mal uso, sí implican ciertos riesgos, pero jugar con responsabilidad puede tener efectos beneficiosos. De hecho, existen numerosos estudios que demuestran que los videojuegos pueden ayudar a mejorar habilidades de relación y comunicación entre menores de edad, trastornos del lenguaje y conductas impulsivas. Además, reducen la ansiedad y mejoran la relación entre los miembros de la familia. En definitiva, pueden ser una opción de ocio estimulante… siempre que no sea la única.
Perfil del adicto a los videojuegos
Desde hace alrededor de una década, cada vez más personas adictas a los juegos digitales acuden a las consultas psiquiátricas en busca de ayuda. La mayoría de los pacientes son menores de edad. Pero también hay adultos, muchos veinteañeros, enganchados a este pasatiempo.
El patrón de comportamiento suele ser muy parecido. “Desde que se despiertan hasta que se acuestan, cualquier actividad que hacen la relacionan con el videojuego”, explica Celso Arango, director del Instituto de Salud Mental y Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón (Madrid). “Si no juegan, lo pasan fatal y tienen síndrome de abstinencia. Cuando al fin consiguen jugar les alivia, pero enseguida se sienten culpables porque su vida gira en torno a esta adicción. Y aun a sabiendas de que es algo que les perjudica, no pueden dejar de hacerlo”.
Prevenir desde edades tempranas, la clave
El enganche no suele aparecer hasta los 12 o 13 años, como pronto. Pero en las consultas ya atienden a pacientes de 10 años. Como sucede con la mayor parte de los trastornos mentales, la prevención juega un papel fundamental. La educación desde edades tempranas es clave, tanto en el ámbito escolar como en casa.
Imagen: StockSnap
En mayor o menor medida, todos los menores tienen acceso y disfrutan de los videojuegos sin ningún problema. La adicción ha crecido en los últimos años, con la democratización de los smartphones y la multiplicación de los juegos en red. “Antes, los chicos se encerraban en casa con las videoconsolas y no salían de la habitación. Ahora, con los móviles, el acceso es inmediato y mucho más fácil. Hace cinco años que el problema se ha disparado”, admite Arango.
Un uso razonable, en tiempo y en contenido, puede contribuir a mejorar la concentración, la atención, la capacidad de respuesta, la planificación… “Todo esto puede ayudar a los chicos con mayores dificultades en las relaciones sociales a que se comuniquen mejor”, sostiene. De hecho, numerosas compañías han desarrollado videojuegos didácticos que incluso se pueden utilizar en las aulas.
En su estudio ‘Videojuegos y educación’, Felix Etxeberria, catedrático de Pedagogía de la Universidad del País Vasco, concluye que determinados videojuegos tienen una influencia positiva en el uso educativo y terapéutico: “En los colegios, pueden servir como un complemento de aprendizaje de idiomas, por ejemplo. También son muy útiles como herramientas de capacitación y formación. Permiten desarrollar habilidades para pilotos, enfermeros, médicos, bomberos, etc. O usarse para la resolución de conflictos, como rehabilitación motriz en terapias con niños autistas…”, señala Etxeberria.
El Parlamento Europeo ya destacó en 2009 distintos aspectos positivos de los videojuegos. “Pueden estimular el aprendizaje de hechos y aptitudes como el razonamiento estratégico, la creatividad, la cooperación y el pensamiento innovador, que son importantes en la sociedad de la información”, señalaba la institución europea en un documento.
El papel de las familias ante los videojuegos
El mismo informe destacaba los riesgos de los nuevos juegos (peligro de sexismo, violencia, consumo, adicción…) e instaba sobre la necesidad de controlar más a los niños y niñas por parte de las familias y de aumentar la protección sobre los menores que utilizan estos medios.
Es precisamente el desconocimiento lo que lleva a muchos padres y madres a criminalizar y demonizar los videojuegos, y a prohibir a toda costa que sus hijos se conecten para jugar. Un error, dicen los especialistas, ya que con toda seguridad generarán el efecto contrario: cuanto más prohíban los progenitores, más jugarán a escondidas los menores.
“Es necesaria una alfabetización digital con los padres. Si el videojuego se entiende como una forma de ocio que complementa al resto de las tareas diarias de un niño o adolescente, no tiene por qué ser perjudicial. Lo que no podemos pretender es vivir en una burbuja. La sociedad actual es digitalizada y las nuevas tecnologías juegan un papel importante”, insiste el profesor José Carlos Amador, quien colabora como analista de contenidos de videojuegos con la Fundación Aprender a Mirar. En su opinión, es imprescindible respetar las edades recomendadas para cada videojuego, enseñar a los menores a controlar el tiempo que dedican a esta actividad y esforzarse por jugar y compartir partidas con los ellos. Todo un reto que exige preparación, tiempo y paciencia.