Windows, el sistema operativo más conocido de Microsoft, está instalado en la gran mayoría de los ordenadores personales del mundo. Su penetración llega a superar el 90% del mercado según varios estudios. Esta situación de dominio es la que, según la Comisión Europea, habría usado Microsoft para realizar prácticas abusivas contra sus competidores, por lo que le ha impuesto una multa récord de 497 millones de euros (82.694 millones de las antiguas pesetas). En el fondo, el gran perjudicado con estas supuestas prácticas de abuso es el consumidor final, que ve recortada su libertad de elección al encontrarse con programas por defecto imposibles de desinstalar y formatos propietarios y secretos de Microsoft.
El porqué de la multa
“Microsoft Windows sigue dominando el mercado global de sistemas operativos”. Así de contundente se muestra OneStat.com, empresa de análisis de visitas a sitios web, al afirmar que copa el 97% de los sistemas operativos instalados en el mundo. Google, el buscador de Internet por excelencia, mediante el análisis de los ordenadores que se conectan a sus páginas, rebaja un poco ese porcentaje hasta el 91% del mercado. Pero aún así, Microsoft es el amo y señor de los sistemas que la mayoría de los usuarios utilizan. Su situación es tan dominante, que muchas personas desconocen que existan otros sistemas operativos distintos al del gigante informático (como Mac OS, propietario y de pago, o Linux, libre y gratuito).
Microsoft, además de producir sistemas operativos, también dispone de un inmenso catálogo de software y aplicaciones de todo tipo. Aunque las más conocidas sean Office (el paquete ofimático por excelencia que incluye a Word, PowerPoint, Excel y Access) o Internet Explorer, también dispone de multitud de juegos para PC y consolas, bases de datos, programas de mensajería instantánea (MSN Messenger), entornos de programación (C# ó .NET), reproductores multimedia (Media Player), etc.
Debido a esta doble vertiente de Microsoft, como creador del sistema operativo y de gran parte del software que trabajará dentro de Windows, puede incluir dentro de él, de forma gratuita, aquellos programas que más le interese divulgar. De hecho, Internet Explorer, MSN Messenger o Media Player son programas instalados por defecto y de forma gratuita en Windows, produciéndose, en algunos casos, una mimetización casi absoluta entre programa y sistema operativo, como es el caso de Internet Explorer.
Esta práctica, según la Comisión Europea, restringe las posibilidades de éxito de programas alternativos a los producidos por Microsoft. En concreto, la instalación por defecto de Windows Media Player dentro del sistema operativo es lo que ha provocado la multa que la Comisión Europea ha impuesto a la multinacional estadounidense. Según afirma Mario Monti, comisario de Competencia de la Comisión Europea, esta práctica de Microsoft de fundir sus programas con su sistema operativo “atenta contra la ley europea de competencia”.
RealPlayer o Quicktime, competidores directos de Media Player, podrían terminar desapareciendo si Microsoft continuase preinstalándolo de forma gratuita dentro de Windows. Para evitarlo, Bruselas, además de imponer una multa record de 497 millones de euros (82.694 millones de las antiguas pesetas), también obligará a Microsoft a que ofrezca su sistema operativo sin el programa Windows Media Player, para evitar la desaparición de sus competidores. Monti ha justificado la multa por la necesidad de “proteger la libre elección de los usuarios” y “potenciar la innovación tecnológica” en Europa.
El gran perjudicado, el consumidor
Al fin y al cabo, lo que está en juego detrás de todos estos problemas legales y empresariales es la libertad del consumidor a la hora de elegir. Microsoft preinstala por defecto, dentro de Windows, aquellas aplicaciones sobre las que le interesa obtener una cuota de mercado dominante. De esta manera, a medio y largo plazo, consigue que el resto de competidores de la misma gama de productos se quede sin mercado, abocándolos a su desaparición: ¿por qué va a adquirir alguien un programa si en Windows ya viene instalado, por defecto y de forma gratuita, otro programa de características muy similares?
La ausencia de competidores reales en determinadas gamas de productos informáticos lleva al usuario a estar, en cierto modo, “atrapado” por las decisiones del productor del software dominante. La libertad del consumidor desaparece en la misma medida en la que desaparecen los opciones a elegir. Si Microsoft decide cambiar o eliminar alguna de las funcionalidades de sus aplicaciones, o empezar a cobrar por aquellas que hasta ahora eran gratuitas, el usuario se encontraría en un pequeño callejón sin salida: la no existencia de opciones competidoras reales le obligaría a tener que aceptar las decisiones del gigante informático.
Esta situación, además de coartar la libertad de elección del consumidor, supone también una paulatina pérdida en la calidad de los programas dominantes. Tal y como se ha demostrado en otros casos en los que la competencia entre empresas es real, la continua competición e innovación entre los productos acaba beneficiando al usuario. Pero si no existe ninguna otra opción que pueda arrebatar cuota de mercado al programa dominante, este termina por dejar de innovar y de ofrecer avances y nuevas funcionalidades a sus usuarios.
La guerra de los navegadores
Al igual que con Windows Media Player, Microsoft ya ha usado esta estrategia en otras ocasiones, dando como resultado la desaparición casi total de su competencia: los navegadores de Internet y la conocida como “Guerra de los navegadores“. En torno a 1998 y 1999, el gran competidor de la multinacional estadounidense, en el sector de los navegadores de Internet, era Netscape. Para conseguir desbancar a su oponente, Microsoft introdujo, preinstalado y de forma gratuita (Netscape era de pago, aunque voluntario) su navegador Internet Explorer dentro de Windows. De esta forma, los millones de usuarios de Internet que usan Windows se encontraban con un navegador ya preparado en su escritorio, sin necesidad de acudir a ninguna página web para descargar e instalarse otro navegador.
Como consecuencia de esta decisión, Netscape fue rápidamente desapareciendo, hasta quedar prácticamente eliminado del mapa de los navegadores. Mientras tanto, Internet Explorer se hacía con la práctica totalidad de este mercado. Posteriormente, un juez estadounidense obligaría a Microsoft a separar Internet Explorer de Windows, a lo que la compañía alegó que no era posible ya que formaba parte indivisible de su sistema operativo, y que ni siquiera podía ser desinstalado de él. Finalmente, Microsoft consiguió librarse de la obligación de prescindir de Internet Explorer, convirtiéndose en el rey de los navegadores.
Windows Messenger
Al igual que con los navegadores o el sector multimedia, la mensajería instantánea es otro de los campos donde Microsoft también intenta ganar una amplia cuota de mercado. Los grandes competidores de la compañía estadounidense en este área son Yahoo! Messenger, AIM (de America Online) y ICQ. Por defecto, Microsoft instala dentro de Windows el programa de mensajería MSN Messenger, de ahí que una gran cantidad de usuarios de Windows terminen usando este programa en vez de alguno de la competencia, ya que no hace falta ni descargarlo de Internet ni instalarlo.
MSN Messenger no tiene todavía una posición dominante en este mercado de la mensajería instantánea, a pesar de que más de 100 millones de personas usan hoy en día este servicio, según la propia compañía. Aún así, el pasado 15 de octubre de 2003, obligó a todos sus usuarios a actualizar sus versiones del programa, mediante el cambio del protocolo que MSN Messenger usaba (el protocolo es el lenguaje que utilizan los programas para comunicarse). Sin embargo, con este cambio también se cortó el acceso a este servicio de mensajería a los programas desarrollados por terceras compañías, como Trillian (propietario y de pago) o Gaim (libre y gratuito).
Protocolos y formatos: la batalla de la compatibilidad
La libertad de los consumidores y usuarios de programas informáticos no sólo se restringe ofreciendo productos gratuitos que absorban el mercado de los competidores. Los protocolos y formatos con los que trabajan los programas pueden suponer también una barrera infranqueable a la hora de que otras compañías puedan ofertar alternativas.
Los protocolos y formatos son los lenguajes con los que los programas se comunican entre si o guardan sus datos en el disco duro del ordenador: son los “idiomas” de los programas. Para evitar que el mundo de la informática sea una enorme torre de babel en la que cada aplicación hable su idioma y ningún programa sea compatible con otro, se han desarrollado una serie de protocolos y formatos abiertos, públicos y documentados. Normalmente suelen estar definidos por varias empresas, representantes de la industria informática, para que ninguna de ellas pueda imponer sus intereses propios por encima del interés general.
El problema surge cuando estos protocolos y formatos no son públicos ni abiertos. Si además el programa que hace uso de ellos ostenta casi la totalidad del mercado, se produce una combinación de factores que pone en peligro la libertad de elección del consumidor: la única forma de poder trabajar con dicho protocolo o formato es usando el programa dominante, el único capaz de “hablar ese idioma”. En la práctica, significa atar al usuario a la aplicación, sin que tenga posibilidad de usar ningún otro producto de la competencia.
El caso más claro de este problema es el procesador de textos Microsoft Word, integrado dentro del paquete ofimático Microsoft Office. Word es el procesador de textos por antonomasia, por lo que la gran mayoría de los documentos redactados en el mundo son creados usando esta herramienta. El formato con el que Word trabaja por defecto es el conocido como “.doc”, un formato propietario y cerrado, que sólo Microsoft conoce en su totalidad.
Debido a la gran expansión del formato “.doc”, el resto de aplicaciones que luchan por obtener un hueco dentro del mercado de ofimática tienen que, necesariamente, entender ese formato. La razón es que han de ser compatibles con los millones de documentos que en la actualidad existen ya redactados en formato “.doc”. Pero la tarea de ser compatible y entender ese formato no es nada sencilla: es cerrado, y Microsoft no revela ningún detalle de su estructura.
La única opción que le queda a estas compañías es la de intentar “descifrarlo” por su cuenta, usando la técnica de “prueba y error”. De esta manera se han conseguido aplicaciones que se acercan mucho a Microsoft Word a la hora de trabajar con el formato doc, como OpenOffice, Abiword o Kword (todos ellos libres y gratuitos). Sin embargo, ninguno de ellos ha logrado todavía imitar totalmente y a la perfección el comportamiento de Word, ya que el formato “.doc” sigue siendo todavía desconocido en varios apartados.
A las dificultades intrínsecas de un formato cerrado hay que sumarle la estrategia que Microsoft emplea para evitar que nadie consiga descifrarlo en su totalidad. Y es que cada vez que publica una nueva versión de Word, transforma a su vez el formato que éste usa. Así, echa por tierra el trabajo de su competencia, la cual tiene que volver a empezar de cero su tarea de descifrar el formato doc.
En resumidas cuentas, el gran perjudicado es el consumidor, ya que no le queda otro remedio que seguir adquiriendo un software determinado para poder ser compatible con la inmensa mayoría de documentos que existen en la actualidad.