Hoy día resulta imprescindible poder identificar los productos. Precisamente para eso sirven los códigos de barras que ya estamos acostumbrados a ver en todas partes. Gracias a esas barras se puede seguir la pista a un producto, diferenciarlo de todos los demás y pasar más rápido con el carrito lleno por la caja del supermercado.
Pero existe una tecnología que perfecciona estos códigos; se trata de las etiquetas RFID (Radio Frequency Identification), también denominados en ocasiones DSRC (Dedicated Short Range Communication). Es un sistema para identificar objetos mediante ondas de radio que nació en los años 60, se comenzó a popularizar en los 80 y ahora se encuentra a punto de caramelo para iniciar una revolución.
En qué consiste
Toda etiqueta RFID, también denominada chip o transponedor, contiene una pequeña antena emisora que puede ser activa o pasiva (permanece inactiva hasta que se le solicita información). La información que alberga debe ser leída con un receptor adecuado. Las hay de baja frecuencia, que emiten ondas de radio a una distancia de hasta unos dos metros y suelen ser pasivas, de media y de alta frecuencia, capaces de alcanzar hasta 100 metros (suelen ser activas).
Sus ventajas son muchas:
- No resulta necesario que entre en contacto directo con un escáner, por lo que, por ejemplo, permitirían que saliéramos del supermercado con el carrito de la compra lleno y que una antena receptora identificase todos los productos y los cargase a nuestra cuenta sin esperar colas.
- Algunos chips pueden albergar gran cantidad de información, no sólo la identificación del producto. Y aunque la mayoría únicamente permite su lectura, los hay en los que se pueden añadir datos (el momento de la adquisición, por ejemplo).
- Es un antirrobo más sofisticado. De hecho, uno de los primeros productos que utilizaron esta tecnología fueron las maquinillas de afeitar Gillette, uno de los objetos que más se hurta en las grandes superficies.
- Estas etiquetas se pueden leer a través de muchos materiales, como la pintura (prácticamente todos salvo metal o agua, aunque ya existen etiquetas lavables), algo que no se puede hacer con los códigos de barras convencionales.
Pero la tecnología RFID no sólo es aplicable al etiquetado de productos. Ya se está empleando en muchas otras situaciones: los chips de identificación que llevan nuestras mascotas bajo la piel desde hace años, sistemas de acceso a zonas restringidas para empleados, peajes en las carreteras que no requieren que nos detengamos, facturación de equipajes más eficaz, para evitar la falsificación de moneda, para acceder a grandes eventos deportivos o de ocio (se está estudiando su aplicación para los juegos olímpicos de 2008), etc. Incluso, existen empresas como Applied Digital Systems que defienden la implantación de estos chips bajo la piel de todos los ciudadanos como un método de identificación personal infalible, imposible de robar o de perder.
Un problema de números
Obviamente, a mayor complejidad y potencia, más caro resulta el dispositivo. Y precisamente su precio es el obstáculo que está frenando su implantación; los expertos calculan que habrá que esperar aún entre cuatro y seis años para lograrla.
Una etiqueta RFID cuesta hoy, dependiendo de su complejidad, entre 20 céntimos y 50 euros. Eso sin contar lo que valen los lectores. Los precios caen continuamente, pero los expertos opinan que hasta que la etiqueta más barata no valga uno o dos céntimos, no será rentable sustituir los códigos de barras. Por eso se está llevando a cabo una transición lenta en la que los códigos de barras conviven con las etiquetas de radiofrecuencia, empleadas únicamente en determinados productos.
Otro inconveniente para su popularización es que hay demasiados sistemas RFID distintos. Los analistas creen que habría que encontrar un estándar lo antes posible.
Los sistemas RFID podrían ejercer un control excesivo sobre el consumidor. Por ejemplo, a priori podría darse que al entrar en un comercio los lectores nos hicieran una ficha completa: qué ropa llevamos y por dónde nos movemos. Por ese temor al Gran Hermano ya hay decenas de grupos que, sobre todo en Estados Unidos, quieren limitar el uso de estos sistemas ahora que estamos a tiempo.
Entre los más conocidos se encuentran Consumers Against Supermarket Privacy Invasion and Numbering (CASPIAN) y Electronic Privacy Information Center (EPIC). Este último pretende que las leyes obliguen a desactivar las etiquetas al salir del establecimiento. Ya hay quien ha ideado y enseña por Internet maneras de desactivar estas etiquetas en casa, empleando el microondas.