Richard Matthew Stallman, a quien todo el mundo parece preferir nombrar por sus iniciales (RMS), es un asiduo visitante de España, a donde suele acudir como conferenciante para explicar qué es el movimiento del software libre y su Proyecto GNU. Su enorme influencia en este movimiento (alternativa al desarrollo y distribución de software cerrado y de pago, conocido como propietario o privativo, como él prefiere llamarlo) garantiza la asistencia a sus conferencias de un público mayoritariamente joven y tecnófilo que goza con sus extravagancias y su forma de intentar transmitir la teoría de que “el mundo no es como es, sino como permitimos que sea”. Stallman es autor del libro “Filosofía del Proyecto GNU”, que junto con el artículo “El derecho a leer” conforma el núcleo duro de sus ideas.
En primer lugar no me gusta emplear el término ‘consumidor’ en referencia al software, prefiero hablar de usuarios; el software no es un objeto de consumo, es algo perdurable que se usa. Pero entrando en la definición, el software libre es aquel que respeta la libertad del usuario. El que no es libre es privativo [propietario]: priva de la libertad a sus usuarios, mantiene a sus usuarios en un estado de prohibición y de impotencia.
No se trata de que otros lo llamen software propietario. Teníamos el término propietario, pero hace tres años más o menos, Enrique Chaparro, un argentino, activista del software libre, pensó que la palabra propietario es un nombre y no un adjetivo, y que, en consecuencia, privativo expresa más claramente el mal que hay en este software: el mal está en privar de libertad a los usuarios. Por eso decimos ahora software privativo, aunque algunos sigan llamándolo propietario como nosotros lo decíamos hace unos años.
Un programa es libre si cumple cuatro condiciones, si permite cuatro libertades esenciales: si permite a los usuarios ejecutar el programa como quieran, para cualquier propósito; si permite que estudiemos el código fuente [el conjunto de órdenes que conforman el programa] y cambiarlo cuanto queramos; si permite ayudar al prójimo libremente haciendo copias y distribuyéndolas a los demás como se desee y, finalmente, si ofrece la posibilidad que ayudemos a la comunidad distribuyendo versiones cambiadas del programa cuando queramos.
Si queremos asegurar algún logro social, como por ejemplo la salud pública o el medio ambiente, siempre necesitaremos la capacidad de elección que nos da el software libre
La gran diferencia con el actual sería que en un mundo de software libre, el software siempre haría más o menos lo que quisieran sus usuarios, mientras que en un mundo de software privativo ya sabemos no es así. Frecuentemente, los desarrolladores de software privativo [empresas como Microsoft, Oracle, Sun, Apple…] escriben su software no para hacer lo que quieren los usuarios, sino para imponerles lo que quieren ellos u otros negocios con los que tienen relaciones estrechas. Pueden hacerlo porque en el software privativo el desarrollador tiene poder sobre los usuarios. Los usuarios no tienen recursos, excepto el de no usar el programa. Y es muy difícil librarse del poder centralizado de una empresa. Por lo tanto, salvo la opción de elegir, el público no tiene mucho poder de nada. Y si queremos asegurar algún logro social, como por ejemplo la salud pública, la protección del medio ambiente o un nivel mínimo de vida para todos, siempre necesitaremos algo más que la opción de no comprar algún producto.
Cuando los niños van a la escuela, la escuela debe decirles la regla: “Cuando traéis un programa a clase hay que compartirlo con todo el mundo en esta clase. Y si no quieres compartirlo, no puedes traerlo”. Y para mostrar un buen ejemplo de este espíritu de buena voluntad y de compartir el conocimiento, la clase debe seguir su propia regla: traer sólo software libre a la clase. Debe decirse a los alumnos: “Todo el software que encuentres en la clase puede copiarse y llevarse a casa para usarlo y puedes también leerlo y comprender su funcionamiento”.
Cuando los niños van a la escuela, la escuela debe decirles: “Cuando traéis un programa a clase hay que compartirlo con todo el mundo en esta clase”A la edad de tres años no lo harán, pero a la de catorce los que tengan dones naturales de programación sí lo harán y profundizarán en el espíritu de colaboración con la gente. Y el resto de la clase, los que no serán programadores, aprenderán a usar el software libre. Es decir, que no aprenderán a vivir bajo el poder de ninguna empresa. Como adultos habrán sido formados para ser adultos en una sociedad libre, a vivir con independencia. Lo contrario, enseñar el uso de software privativo, es enseñar la dependencia eterna, es formar adultos capaces de vivir en dependencia de una empresa específica. De este modo, las escuelas se encuentran ante la disyuntiva de dirigir a la sociedad rumbo a la independencia y la capacidad o rumbo a la dependencia y la debilidad. Hay que elegir entre poner rumbo a una o a otra. La misión social de las escuelas pasa por hacer lo primero, por dirigir a la sociedad rumbo a la independencia y la capacidad.
No es tan complicado. Este aprendizaje no es tan difícil, puede hacerse. Pero lo importante es que, al dirigir la sociedad sus esfuerzos a enseñar el software libre, con el paso de los años habría muchos jóvenes que sabrían manejarlo junto a los adultos que no han aprendido. Entonces sería fácil para cualquier empresa migrar a software libre, porque habría muchos que ya sabrían trabajar con él y desarrollar programas útiles para todos los usuarios. La ventaja principal con que juega el software privativo es la inercia social. Muchos ya saben usar el software privativo y para usar el libre tendrían que aprender algo nuevo. Pero la inercia social no es tan difícil de superar cuando hay voluntad. Necesita un esfuerzo, pero no es difícil.
Es otra manera de hablar de lo que es más o menos el software libre, pero olvidando su filosofía, evitando toda mención de la libertad. La palabra libre alude a la libertad. La palabra abierto no. Por lo tanto, ellos [los defensores del concepto de código abierto] prefieren decir ‘abierto’ porque no quieren dirigir la atención a la libertad, a los asuntos éticos.
¿Debe ser un delito escuchar música? Si la respuesta es no, hay que eliminar la SGAEHay muchas maneras de colaborar con el movimiento de software libre, de participar en la cultura del software libre. Hay muchos trabajos que necesitamos y que no son programación, que muchos pueden hacer sin saber programar. Pueden actuar políticamente, pueden escribir manuales, pueden enseñar a principiantes, presionar a sus escuelas a migrar al software libre o pueden organizar eventos de software libre. Hay una enorme lista de posibilidades para ayudarnos en la página de la GNU; hay docenas de peticiones de ayuda y la mayoría no tienen que ver con la programación.
El problema de las diversas leyes de propiedad intelectual es que no se han adaptado a la sociedad de las redes. La ley de derechos de copia restringía en el pasado a los editores sin hacer lo mismo con el público, porque anteriormente el lector no podía copiar los libros y si lo hacía nadie le prestaba atención. Sólo era un tema aplicable a los editores. La misma ley restringe ahora a todo el mundo porque no se ha adaptado al nuevo sistema que han traído las redes. En lugar de relajar la ley la han hecho tan dura que ahora prohíbe lo que antes permitía. Es ilógico que se prohiba copiar las recetas de cocina o las obras de conocimiento, que deberían ser completamente libres. No digo que tenga que ser igual para otro tipo de obras, pero sí que en muchos casos las leyes deberían permitir que todo el mundo pudiera cambiar, publicar y difundir las obras.
¿Debe ser un delito escuchar música? Si la respuesta es no, hay que eliminar la SGAE. La SGAE, como ya dije en mi conferencia, es una organización muy mala, que no merece existir, que debe ser eliminada. A renglón seguido tendremos que plantear el asunto de cuál es la mejor manera de apoyar a la música sin para ello impedir el acceso a la música; sin impedir la compartición de la música. Y tengo dos sugerencias para hacerlo. Primera sugerencia: en lugar de prohibir que se comparta música, usar un canon sobre cualquier cosa. Y en lugar de pagarlo a la SGAE, porque no existiría, se pagaría directamente a los músicos o compositores. O sea que no sería un canon, sino un impuesto para promover la música. Pienso que la cantidad pagada a cada músico debe depender únicamente de su éxito, porque no sería bueno dar a la administración, a los funcionarios, el poder de decidir a qué músicos apoyar. Pero no debe ser en proporción lineal, porque una estrella grande puede tener mil veces más éxito que un músico de popularidad mediana. Y no es bueno dar mil veces más dinero a la estrella. Esto no dejaría dinero para apoyar a otros músicos. Por lo tanto sugiero que la cantidad varíe según el éxito, pero siempre de forma que dos veces el éxito no suponga dos veces el dinero; mil veces el éxito podría suponer cinco veces más dinero, pero no mil. Así, siempre correspondería a más éxito más dinero, pero las pocas estrellas que hay no recibirían casi todo el dinero, que quedaría más para el resto de los músicos; para apoyar a muchos músicos. Y eso con la legalización completa de la posibilidad de compartir entre pares [mediante redes P2P] la música y con la prohibición completa de la restricción digital de comparticiones [los DRM o sistemas anticopia]. Sería un sistema mucho mejor que el actual, que les viene muy mal a los músicos. Este sistema apoyaría mucho más eficientemente a los músicos y, además, el público podría pagar mucho menos mientras apoya mucho más a los músicos, porque no apoyaría a las empresas de discos. Esta es una posibilidad, una idea.
Los teléfonos móviles son herramientas de vigilancia, y yo no tolero la vigilanciaLa otra posibilidad no usa ningún impuesto, funciona con pagos voluntarios. Si cada reproductor de música tuviera un botón que dijera: un euro para el grupo tal o cual, el usuario podría apoyar mucho mejor a la música. Porque, no se en Europa, pero en Estados Unidos hace unos años la cantidad de dinero gastada por cada persona en música era de unos 20 dólares al año de media. Pero las editoriales de música pagan sólo el 4 % de sus ingresos a los músicos. Esto es: si ingresan 20 dólares por persona, pagan un dólar por persona a los músicos. Si reemplazáramos este sistema por un sistema de pagos voluntarios fácil, con sólo pulsar una vez ese botón los músicos cobrarían ese 4%. Pero pienso que sería bastante lógico que se pulsara ese botón más de una vez por año… Incluso que muchos lo harían una vez por mes.
Pues yo pienso que es tonto. No es exactamente inmoral, pero es otro gasto público. Y quizás no hay bastantes fondos para bibliotecas. Sería muy triste tener que cerrar bibliotecas por este motivo o que no se pudieran comprar más libros porque no hubiera fondos para ese canon. Además: ¿A quién se pagaría? ¿Qué harían con el dinero? Es algo completamente inútil si se trata de repetir el modelo de la música. Si de verdad se quiere promover la escritura, se debe hacer apoyando más a los autores noveles. Pagar más a los pocos autores ricos no mejoraría nada.
A que los teléfonos móviles son herramientas de vigilancia, y yo no tolero la vigilancia. Son capaces de activarse remotamente para escuchar tus conversaciones en cada momento, y si pueden hacer eso están irrumpiendo en el ámbito de tu intimidad.