El presidente de la Organización Mundial del Turismo (OMT), Francesco Frangialli, aseguró que desde el 11 de septiembre de 2001 el sector turístico ha sufrido la crisis más grave de su historia. Asimismo, Frangialli señaló otros dos factores para esta crisis: la guerra en Irak y el brote de neumonía atípica. No obstante, hay otro problema, posiblemente mas silencioso aún, al que tendrá que hacer frente el sector en un futuro más o menos próximo. El cambio climático será el responsable de esta nueva amenaza para el negocio en torno a los viajes.
Así dio comienzo hace unos días la Conferencia Internacional sobre Cambio Climático y Turismo, que organizada por la OMT, reunió en la isla tunecina de Yerba a un centenar de expertos y representantes de gobierno de 45 países. Y lo cierto es que las conclusiones de esta reunión afectan directamente a España. Al margen de las predicciones de los científicos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC), que en el peor de los casos señalan la desaparición de muchas playas del litoral español, éste no va a ser el único impacto sobre los flujos turísticos. Un porcentaje muy importante del turismo de sol y playa que recibe nuestro país proviene de los países del norte de Europa.
Los desplazamientos a la Europa mediterránea por parte de estos turistas sumaron en el año 2000 un total de 116 millones, lo que supone seis de cada diez viajes que se hicieron en el mundo. Es claramente imaginable que estos movimientos se verán perjudicados por los cambios climáticos en las regiones de origen y en las de destino. Tan sólo dentro de veinte años en el norte de Europa los inviernos serán más calurosos y húmedos, los veranos más calurosos y secos y también más «fiables» meteorológicamente, según se afirma en un estudio elaborado por la consultora británica Travel Research International para la OMT y que se presentó en este encuentro de Yerba.
El informe también recoge el clima en las zonas de destino de los turistas de estos países, es decir, toda la cuenca mediterránea. Esta zona se caracterizará por un aumento del índice de calor con un incremento del número de días con temperaturas superiores a 40 grados centígrados, los paisajes serán más áridos y la amplitud de las mareas tendrán un importante efecto en el litoral. Las implicaciones para la región mediterránea son múltiples: aumento del riesgo de incendios forestales; mayor escasez de agua; degradación de playas por aumento del nivel del mar; mayor vulnerabilidad ante las enfermedades tropicales; mayor riesgo de inundaciones y sequías, y la calidad del aire será «mediocre» en las ciudades, al tiempo que el calor hará aumentar el estrés.
Naturalmente, estos factores tendrán un gran impacto en los flujos turísticos. De esta forma, al ser los veranos más agradables y previsibles en la Europa septentrional, «habrá una menor motivación para pasar las vacaciones de verano en el Mediterráneo» y nuestros vecinos del norte pasarán más tiempo de su veraneo en sus propios países, dejando el Mediterráneo para las etapas interestacionales, mientras que los habitantes de la Europa meridional se desplazarán al norte para pasar sus días de vacaciones.