La elección de la caldera en una comunidad de vecinos es una decisión importante ya que, en España, el consumo en calefacción doméstica representa más de un 45% del total de un hogar, según datos del Instituto para la Diversificación y el Ahorro de Energía (
Prohibidas las calderas atmosféricas
Las últimas normativas respecto a la instalación de calderas fomentan la reducción del consumo de energía y la emisión de gases contaminantes. Desde enero de este año, están prohibidos los aparatos atmosféricos, que toman el aire de la sala en la que se ubican y desembocan en una chimenea común del edificio. Quienes tengan una caldera atmosférica en su comunidad no están obligados a cambiarla, pero si se estropea y hay que sustituirla por una nueva, ésta no podrá ser atmosférica. Los trámites se facilitan si la caldera es colectiva. Los nuevos modelos deberán ser estancos, más seguros porque toman el aire del exterior y expulsan los humos mediante un sistema de tubos. Realizan la combustión en una cámara hermética. Además, a partir del 1 de enero de 2012, el Reglamento de Instalaciones Térmicas de los Edificios (RITE) prohibirá la utilización de combustibles sólidos de origen fósil en las instalaciones térmicas de los edificios. Ninguna caldera podrá ser de carbón.
¿Cuándo cambiarla?
El IDAE aconseja cambiar las calderas que tengan más de 15 años, ya que los equipos han evolucionado y un rendimiento a potencia total por debajo de un 80% se considera inadmisible. El sistema de regulación debe tener tres funciones básicas fundamentales: regulación de la temperatura de impulsión a los radiadores en función de las condiciones del exterior, posibilidad de diferentes temperaturas en distintos horarios y corte del servicio de calefacción a partir de una temperatura exterior prefijada. Este último factor permite adecuar el funcionamiento del sistema a los días de invierno con temperaturas altas. Si la regulación está obsoleta y no dispone de las funciones indicadas, debe sustituirse.
Una directiva europea de 1992 clasifica las calderas en función de su rendimiento y de la temperatura mínima con la que trabajan. Se distinguen aparatos estándar, de baja temperatura y de condensación. El calor medio en el primer caso debe limitarse a partir de su diseño. La de baja temperatura puede funcionar de forma continua entre 35º y 40° de retorno y, en determinadas circunstancias, produce condensación (calderas de condensación de combustibles líquidos). La caldera de gas de condensación es la técnica que ahorra más energía, ya que se recupera el vapor de agua, que en las calderas convencionales se desperdicia por la chimenea.
Los aparatos de baja temperatura y de condensación se consideran de alta eficiencia puesto que rinden más, tanto a plena carga como a carga parcial (30%). Las diferencias son notables: una caldera de baja temperatura alcanza un ahorro de combustible del 10% al 15% sobre una caldera estándar, mientras que una caldera de condensación ahorra entre un 17% y un 22%, según datos de Gas Natural. El precio de las calderas de condensación comunitarias a partir de 70 kilowatios ronda entre 7.000 y 15.000 euros. Si se añade la instalación, el precio asciende a entre 10.000 y 24.000 euros.
Antes de cambiar la caldera hay que considerar el coste del equipo nuevo y el consumo de energía durante su vida útil
Cuando una comunidad se plantea cambiar la caldera, deberá hacerlo por un equipo del máximo rendimiento energético y en función del régimen de funcionamiento que se estime. Será necesario contar con el asesoramiento de un profesional y comparar los precios entre las diferentes marcas; analizar la rentabilidad de la propuesta y considerar tanto el coste del nuevo equipo como el consumo de energía a lo largo de su vida útil. Una caldera más barata pero menos eficiente puede resultar cara a largo plazo. En cuanto al número mínimo de calderas, dependerá de la potencia conjunta de la instalación. La reglamentación vigente requiere dos calderas a partir de 400 kilowatios. Si se emplean aparatos de condensación, o incluso de baja temperatura, se puede justificar un número menor, si bien a carga parcial pueden incrementar el rendimiento.
Antes de decidirse, es necesario comprobar el estado de la chimenea porque algunos tipos de caldera incrementan las condensaciones de humos en esta parte de la instalación. La chimenea debe tener un buen aislamiento térmico para evitar el enfriamiento de los humos. Además, tiene que estar construida con un material que soporte las condensaciones. Si no lo hiciera, sería necesario evacuar los humos a temperaturas más altas, con lo que el rendimiento disminuiría. Las más adecuadas son las de doble pared de acero inoxidable.
¿Con qué combustible?
Las fuentes de energía para alimentar una caldera, a excepción del carbón, se dividen en dos: los combustibles convencionales -gasóleo, gas natural y gases licuados- y las energías renovables –biomasa-. Al elegir entre gas o gasóleo, hay que tener en cuenta que el segundo tiene un coste menor por caloría, pero precisa un aparato más voluminoso, un depósito de almacenamiento y, además, genera mayores niveles de olor y ruido y tiene riesgo de explosión. Uno de los inconvenientes de los gases no licuados es la necesidad de reponer el depósito de combustible con frecuencia. El gas natural resulta más cómodo porque, al distribuirse por tuberías, no precisa de atención personal para su funcionamiento. Es un combustible gaseoso, cuya combustión en mezcla con el aire se facilita y mejora el rendimiento energético.
La electricidad es la energía menos eficiente y ecológica. Una unidad energética (1 Kwh) generada de esta manera es responsable de la emisión de 450 g de CO2, mientras que con gas natural sólo se emiten 200 g y con biomasa no hay emisión.
Caldera de biomasa
Las energías renovables son una alternativa a los combustibles tradicionales. En los últimos años, las calderas de biomasa se han convertido en una opción más para calentar el agua o dar calor a una vivienda. Son una manera de reducir de manera considerable los gastos de la comunidad de vecinos, como asegura la Asociación Española de Valoración Energética de la Biomasa, Avebiom. Según esta organización, el ahorro derivado de la sustitución de combustibles fósiles por biomasa es del 40%: calentar con pellets (pequeños cilindros a base de los desechos de madera) es un 40% más barato que con gas.
Son calderas de alto rendimiento, por encima del 95%, que utilizan como fuente de energía un biocombustible renovable. El más habitual es el pellet, pero también es posible emplear cáscaras de frutos secos o huesos de aceituna. La alimentación es automática y un moderno mecanismo de combustión permite que se desprendan pocas cenizas. Avebiom afirma que apenas hay que vaciar el cenicero una o dos veces al año. Estos aparatos se conectan a un termostato que regula la temperatura en el interior de la vivienda y su tamaño es mayor que el de las calderas de combustibles convencionales. Además, requieren un silo para almacenar el combustible, por lo que las antiguas calderas de carbón son idóneas para sustituirse por una de biomasa, puesto que cuentan con el espacio suficiente para el silo. Respecto a la factura del combustible, en comparación con el gasóleo o gas natural se reducirá entre un 35% y un 50%, si se usan pellets, y entre un 60% y un 80%, si se utilizan astillas o microastillas. Si la comunidad de vecinos es mediana o grande, la caldera debe ser de policombustible, ya que se ahorrará al utilizar diferentes tipos de biomasa.
El ahorro derivado de la sustitución de combustibles fósiles por biomasa es del 40%
Se distinguen dos tipos de calderas: compactas y no compactas. Las primeras tienen el silo adherido y su precio oscila entre 8.000 y 12.000 euros. Es habitual que se nutran de pellets, cuyo kilo cuesta entre 0,17 y 0,21 euros, mientras que cada tonelada alcanza unos 150 euros. Si es necesario transportar la mercancía en camión hasta la vivienda, el precio del kilo ronda los 25 euros. Las calderas no compactas admiten todo tipo de biocombustibles, pero requieren de un espacio donde acumularlo, y su instalación es más cara porque el material exige un sistema que lo transporte hasta el fuego. El coste por tonelada de las astillas se sitúa entre 60 y 80 euros, mientras que una tonelada de huesos de aceitunas cuesta unos 95 euros.
Las cifras de ahorro y su carácter ecológico han convencido, entre otras, a una comunidad de vecinos asturiana de 422 viviendas. La sustitución de cuatro calderas de gasóleo por dos calderas de biomasa de 2.000 kilowatios cada una supuso una inversión de 800.000 euros. La comunidad ha dejado de utilizar 750.000 litros de gasóleo al año, lo que equivale a un ahorro de 2.000 toneladas de emisiones de CO2. En términos económicos, con una financiación autonómica de 240.000 euros, ha reducido el gasto anual en 120.000 euros.
Un ahorro considerable
Sustituir una caldera de gas por otra de gas natural implica un ahorro considerable en la factura. Según un estudio de Remica, empresa de instalación y mantenimiento de sistemas de calefacción, el consumo anual de gasóleo en una comunidad de 80 viviendas es de 110.000 litros, lo que se traduce en 120.000 euros. El equivalente con gas natural sería inferior a 50.000 euros. A ese ahorro, habría que sumarle las subvenciones de la Administración, que oscilan entre un 20% y un 75% de la inversión realizada. Decantarse por energías renovables cuenta de manera habitual con ayudas para el fomento de usos ecológicos.
Las diferencias económicas entre una caldera estándar o tradicional y una de condensación, considerada de alta eficiencia, se basan en tres parámetros: la factura anual, el precio de la caldera y las subvenciones aplicables. La Fundación de la Energía de la Comunidad de Madrid (Fenercom) señala que una caldera individual estándar tiene un coste anual en torno a 900 euros, frente a una de condensación, que no alcanzaría los 800 euros. El precio de estas últimas es unos 200 euros más elevado, sin embargo, cuentan con ayudas públicas para la instalación de equipos eficientes, los denominados Plan Renove.