El bebé desarrolla sus habilidades sociales desde el principio de su vida. La relación e interacción con la madre, el padre, los demás familiares y luego con otros niños pasa por distintas etapas. Y en esa maduración y aprendizaje, los primeros tres años son claves. El presente artículo ofrece detalles acerca del aprendizaje y desarrollo de las habilidades sociales del pequeño: desde la socialización inicial en los primeros seis meses de vida y la comunicación y autonomía a partir del segundo semestre, hasta que, a los tres años, está preparado para asumir su vida social.
Aprendizaje y desarrollo de las habilidades sociales del bebé
En lo referente a las habilidades sociales de los bebés, hay que tener en cuenta que su aprendizaje y desarrollo comienza literalmente desde cero, y que incluso el vínculo con su madre a partir del mismo nacimiento es parte de ese recorrido. Por eso, hay que situar en los primeros días del recién nacido el inicio de esta historia.
La Asociación Española de Pediatría (AEP), en su ‘Guía práctica para padres desde el nacimiento hasta los 3 años‘, señala que en este terreno influyen varios factores: el temperamento individual del niño, la maduración del sistema nervioso, los factores ambientales y educacionales y el desarrollo del lenguaje.
Más allá de que los plazos son orientativos, en función de todas esas variables, el documento establece una especie de cronograma con las distintas etapas en el desarrollo de las habilidades sociales del bebé.
Los primeros seis meses de vida, la socialización inicial
En los primeros días tras el parto, todo es nuevo tanto para el recién nacido como para sus padres, tanto más si estos son primerizos. El niño establece el vínculo más fuerte con una figura de apego, en general la madre, relación que se ve reforzada sobre todo a través de la lactancia. De hecho, en torno al mes de vida, el bebé reacciona a la voz y a la cara de la madre. Además, le gusta que le bañen.
Entre los dos y tres meses de vida, el pequeño ya logra una mayor interacción con los demás: pasa más tiempo despierto (en las primeras semanas puede dormir hasta 20 horas al día), ha desarrollado la visión y la audición, mueve las manos y la boca como si quisiera hablar. Su sonrisa comienza a ser «social», es decir, tiene un sentido de comunicación, a diferencia de la del primer mes, una sonrisa que es llamada «mimética» y que expresa comodidad y satisfacción, pero no está dirigida a nadie.
El periodo entre los cuatro y seis meses, afirma la AEP, es «de gran importancia en la socialización». Al bebé le interesa todo y le gusta estar rodeado de otras personas, incluso por extraños. Pero conoce a sus padres y los busca para sentirse seguro. Pronto comienza a reclamar atención, dice sus primeras palabras y replica sonidos como la tos. De algún modo, el pequeño ya en ese momento procura ser parte del entorno que lo rodea.
Comunicación y autonomía, a partir del segundo semestre
En su segundo semestre de vida, el bebé «se convierte en experto en la comunicación no verbal», apunta el texto de los pediatras. Se hace entender con gestos, le gusta arrojar objetos al suelo para que hagan ruido, imita gestos y le gusta jugar a buscar objetos escondidos, a esconderse él mismo y al «cucu-tras», ya que ha aprendido que los objetos y las personas siguen existiendo aunque él no las vea.
Aparece la angustia o ansiedad por la separación de sus progenitores, una etapa normal que se inicia entre los 9-10 meses y puede extenderse hasta los dos años de edad. «Hay que evitar dar un sentido negativo a esta ansiedad ante el extraño -señala la ‘Guía’ de la AEP-, ya que no indica que el niño tenga un problema de sociabilidad, sino que ha desarrollado un adecuado vínculo afectivo con sus padres». Es decir, el problema sería lo contrario: que el pequeño no experimentara esa sensación de ansiedad.
Durante su segundo año de vida, el bebé amplía sus capacidades de relacionarse con los demás: gana autonomía para ir de un sitio a otro y se convierte en un explorador, es capaz de abrazar, señala con el índice lo que le interesa, imita las actividades de los adultos y ya le atrae estar con otros niños. Sin embargo, todavía no entra en contacto directo con ellos: juega a lo mismo, los imita y se pone cerca de ellos, pero aparte.
A los tres años, preparados para asumir la vida social
Entre los dos y tres años, el pequeño completa su socialización inicial, es decir, la que se produce en el ámbito de su familia. Participa en las conversaciones y hace preguntas sobre todos los temas. A menudo vive una «mini-adolescencia», una etapa de rebeldía conocida como «edad del no» en la cual, como un modo de autoafirmarse y reforzar su autonomía, dice que «no» a todo y se enfada por los más variados motivos. Al igual que la de ansiedad por separación y tantas otras, es una etapa normal, necesaria y temporal, que pasará tras unos meses. Poco a poco, además, aparece el juego cooperativo. El niño se interesa, ahora sí, por otros menores y los busca para jugar.
En palabras del psiquiatra infantil Fernando González Serrano, miembro de la junta directiva de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA), durante sus primeros tres años de vida se debe procurar que el pequeño desarrolle unos fuertes sentimientos de seguridad básica y autoestima, que surgen a partir de sentirse el centro de su mundo y de la ilusión de poder crearlo y manejarlo a su antojo. «Cuando logran esa seguridad básica -afirma el especialista- están preparados para iniciar su vida social con visos de éxito».
Por eso, aparece como una dificultad la socialización precoz de los niños que asisten a la guardería y a la escuela desde muy pequeños. Solo a partir de los tres años, explica González Serrano, «el niño está mucho más preparado para ir asumiendo los valores sociales, que no terminan de consolidarse hasta los cinco o seis». En todo caso, se debe procurar no exigirles ciertos comportamientos (interacción con otros menores, compartir sus juguetes, etc.) para los cuales todavía no están preparados. Si un niño de dos años no quiere compartir algo, no es que será un egoísta en el futuro, sino que todavía no ha llegado al momento de su vida en que sienta el deseo de compartir, es decir, de socializar de esa manera.