En torno a los tres años de edad, muchos niños atraviesan una etapa de enfados y rabietas que parece un pequeño anticipo de lo que será, años después, su adolescencia. Es una fase normal, temporal y no muy extensa en la que el menor refuerza su autonomía y su identidad. Este artículo ofrece algunos consejos para afrontar esa “edad del no” y de la rebeldía: van desde no enfadarse con los niños ni castigarles, hasta informar de las cosas con antelación, guiar de manera positiva y evitar que haya demasiadas reglas y negativas.
El año pasado, una mamá bloguera australiana publicó un listado de las 44 razones «completamente racionales» que, en un solo día, provocaron berrinches de su hija de tres años de edad. La lista incluye motivos tan variados como no tener el desayuno preparado tan rápido como ella quería, que su madre cortara un sándwich en triángulos, que se sentara encima de su amigo imaginario o que ese día no fuera su cumpleaños.
Los angloparlantes han creado un juego de palabras que define muy bien esta etapa de los niños: threenager, una combinación de three («tres») y teenager («adolescente»). Esta «mini-adolescencia» de los tres años -conocida también como la «edad del no»– marca el cierre de la transición del bebé al niño pequeño. Así como con la pubertad llega un momento de rebeldía en que los chicos y chicas necesitan oponerse al mundo para ratificar su personalidad, a los tres años de edad ocurre algo parecido. ¿Cómo sobrellevarlo?
No todos los niños atraviesan por este periodo, y cuando sí lo hacen no es demasiado largo. Pero conviene conocer algunos consejos para pasar este momento. El pediatra estadounidense Barton D. Schmitt publicó en 1987 un libro titulado ‘Your Child’s Health’ (La salud de tu niño), que se convirtió en un título de referencia para la crianza. Incluye varias recomendaciones para afrontar la «mini-adolescencia» del pequeño. Se enumeran a continuación.
1. No enfadarse
Enfadarse con el niño por responder a todo que «no» o por sus rabietas equivale a tomarse demasiado en serio algo que en realidad no lo es. Esta etapa es necesaria en los pequeños para reforzar su autonomía y su identidad. No es casual que coincida en el tiempo con un mayor desarrollo del lenguaje, de la capacidad de explorar y de comenzar a socializar con otros menores. Hay que procurar tomárselo con calma o incluso con humor, pero con cuidado de que el niño no crea que se están burlando de él.
2. No aplicar castigos
Esto se desprende del consejo anterior: si el plan es aceptar esta fase como necesaria en el pequeño y no darle más importancia de la que tiene en realidad, sería contradictorio castigarle. Si en lugar de eso se toma la actitud contraria (no dar mayor importancia, tratar de cambiar de tema), será mucho más fácil que el niño deje atrás una rabieta por un motivo que no lo justifica, como que hoy no sea su cumpleaños o haber cortado el sándwich en triángulos.
3. Ofrecer opciones
Esta es la recomendación más apropiada para evitar las constantes negativas del menor. Cuando se le debe indicar que haga algo, en lugar de ordenárselo o de preguntarle si lo quiere hacer -ante lo cual el niño dirá que no-, lo idóneo es ofrecerle dos o tres posibilidades para hacerlo. La pregunta «¿quieres ponerte esta camiseta o esta otra?» implica que el adulto ya ha decidido antes que el pequeño usará una de esas dos camisetas, pero a su vez le brinda la sensación de que controla la situación, de que es él quien toma las decisiones. De este modo, no solo se evitarán las situaciones de enfado, sino que se contribuye a acortar la duración de la «edad del no».
4. Si no hay opciones, guiar de manera positiva
El consejo anterior no siempre es aplicable, pues no siempre hay opciones posibles. Si se ha de viajar en coche, el niño debe ir en su sillita reglamentaria; si quiere jugar con un cuchillo, no se le debe permitir, y así en innumerables circunstancias. En estos casos, es conveniente evitar las órdenes directas («no toques el cuchillo»), a las que el menor buscará oponerse, sino guiar de forma positiva («el cuchillo es peligroso, si juegas con él te puedes hacer daño, es mejor que lo guardemos»).
5. Informar con antelación
Un anuncio tan simple como «en cinco minutos tienes que dejar de jugar porque vamos a comer» ayuda a evitar los enfados y berrinches que se podrían producir si se avisa de pronto que la comida ya está y hay que dejar todo ahora mismo. Si ese tiempo de transición es positivo incluso para muchos adultos, para los menores en esta edad, más aún.
6. Eliminar las reglas excesivas
Estar sometido a excesivas reglas es algo que no gusta a nadie. En el caso de los threenagers, cuantas más reglas se intente imponerles, más posibilidades se les dará de decir «no» y enfadarse. Si el pequeño se siente bajo menos control, estará más relajado y se mostrará menos proclive a las rabietas. Y si las normas se dictan de forma positiva en vez de negativa («puedes jugar en tooodo el salón e incluso en el pasillo» en lugar de «no entres en la cocina ni en el baño»), tanto mejor.
7. Evitar las demasiadas negativas
Decir que «no» a los niños muchas veces es inevitable, dada la gran cantidad de cosas que, por su propio bien, no se les puede permitir hacer. Como plantea el pediatra Carlos González: «¿A quién puede sorprenderle que sea una de las primeras palabras que aprenden, si se les dice que ‘no’ continuamente?».
El consejo del doctor Schmitt es pensar bien si, cuando no resulta imprescindible, compensa decirle que no y, en general, llevar la contraria al pequeño. Y, en todo caso, si la respuesta será positiva y se le dará al niño lo que quiere, es mejor hacerlo desde el principio y evitar que inicie un lloriqueo. No solo porque este puede dar lugar a una rabieta, sino además para evitar que relacione su llanto con la obtención de lo que desea.
La “mini-adolescencia” que los niños atraviesan alrededor de los tres años, que es normal y pasajera, no debe confundirse con el llamado trastorno de oposición desafiante o trastorno negativista desafiante. Este es un patrón de comportamiento desobediente y hostil, que incluye como núcleo común -según la Asociación Española de Pediatría (AEP)- la “falta de respeto más allá de lo esperable y admisible para el grado de desarrollo del niño”.
Este trastorno se inicia por lo general hacia los ocho años de edad. “Sin embargo, puede empezar incluso en los años de preescolar”, apunta la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos. La AEP indica que el tratamiento de este trastorno no es farmacológico, sino que se basa en “orientaciones terapéuticas fundamentales derivadas de estudios contrastados y replicados”, entre las cuales están entrenar a los padres en estrategias para manejar conductas perturbadoras y al niño en técnicas de control de la ira.