Una de las preguntas más habituales que recibimos los pediatras desde mayo hasta finales de septiembre es la siguiente: “Doctor, ¿le puedo dar agua al bebé? Porque con el calor que hace tengo miedo de que se deshidrate y en la televisión no paran de decir que los adultos tenemos que beber dos litros al día de agua incluso antes de tener sed”. La respuesta está condicionada por diversos factores, que van desde la edad del niño y las frecuentes infecciones que tiene si asiste a la guardería, hasta el clima. Pero ¿hay que ofrecerle agua al bebé? ¿En qué momento? En el siguiente artículo se despejan estas dudas.
¿Cómo mantener el equilibrio hídrico del bebé?
Si el bebé tiene pocos meses, aún no ha comenzado la alimentación complementaria y solo toma leche materna (o adaptada), no es necesario darle agua en condiciones normales. La razón es muy sencilla: casi el 90% de la leche materna es agua; es decir, si toma el pecho, ya está bebiendo agua, y no poca, pues toma, a voluntad, varias veces al día, poniendo en acción los mecanismos comprobados durante milenios que el organismo tiene para regular nutrición, equilibrio hídrico y temperatura. Lo que puede suceder es que en verano, con las altas temperaturas ambientales, el niño tome más a menudo el pecho. De esta manera se alimenta e hidrata a la vez, pues en los primeros meses el proceso de la sudoración (uno de los mecanismos que ayudan a eliminar el calor) no está todavía bien desarrollado.
Si se ofrece agua, algunos bebés la aceptan, y entonces se llenan el estómago (que aún es pequeñito) con algo que ni nutre ni alimenta, quitándole el sitio a la necesaria e imprescindible leche, y perdiendo además la oportunidad de estimular la producción de leche al no succionar del pecho con frecuencia.
Si no se recomienda agua en esta etapa, menos aún se deben dar infusiones que por lo general llevan azúcar o componentes herbales que pueden ser peligrosos. Con la moda de lo natural, estos preparados se presentan como inofensivos, cuando no lo son.
Si hay 38 ºC a la sombra, lo lógico es quedarse relajados en casa en la habitación más fresca, en vez de salir a la calle (con una botella de agua o no), hasta que el calor dé un respiro. Otra opción es pasar la tarde en una biblioteca que tenga aire acondicionado y cuentos o juegos para bebés y niños pequeños.
Los bebés no pueden decir que tienen sed. De ahí viene precisamente la importancia de ofrecer el pecho o el biberón a demanda. Por eso, si aún se dice en el Centro de Atención Primaria que se le dé cada tres horas, no se está dando un buen consejo: tanto el pecho como el biberón se ofrecen a demanda.
¿Y cómo se sabe que lo piden, si no hablan? Las madres lo tienen muy claro: teniendo a su hijo pegadito al pecho. Así, cuando lo necesite, lo tendrá preparado, sin esterilizar, sin hacer cálculos de cuanta agua hay que poner por cacito, sin tener que ir a comprar leche adaptada en polvo, sin tener que lavar después los biberones… Todo son ventajas.
Por lo que respecta a la lactancia artificial, como no se puede ni se debe ponerle el biberón al lado para que lo coja cuando quiera, la demanda está regida por los grititos, vocalizaciones, leve enojo, movimientos de cabeza, brazos y piernas y, sobre todo, observando la expresión de la cara al mostrarle el biberón. Si se pasan por alto estas señales, vendrá el llanto, signo tardío de hambre, dificultando, en ocasiones la alimentación por excesiva irritabilidad.
¿Cómo saber si el bebé está deshidratado?
La osmolalidad de la leche materna es muy parecida al plasma sanguíneo del cuerpo, es decir, que los iones y el resto de nutrientes y elementos que la leche contiene no pueden dar sed, pues tiene un correcto equilibrio de electrolitos. De ahí la importancia extrema que para conservar este equilibrio tiene respetar la proporción de agua con la que se debe preparar el biberón, en caso de no ser posible la lactancia materna. Esta proporción es normalmente de 30 a 1, esto es, cada 30 ml de agua se añade un cacito raso del preparado en polvo (el que viene con el mismo bote, no el cacito de otra marca).
Se han dado casos de deshidratación en niños de muy poca edad por no respetar esta proporción, ya que, al dar una solución concentrada (por ejemplo, 60 ml con 2,5 o 3 cacitos), se está provocando una osmolalidad elevada en el plasma sanguíneo que podrá enfermarlo de gravedad. La hiperosmolalidad es un potente estímulo de la sed; si esta no se satisface, aparece la deshidratación con alguno o varios de estos síntomas:
- Sequedad de mucosas: lengua y labios pierden brillo y se muestran resecos.
- Disminución de la elasticidad o turgencia de la piel (signo del pliegue).
- Bajada de peso.
- Fiebre.
- Aumento de la frecuencia respiratoria (polipnea).
- Irritabilidad en forma de llanto que no calma con facilidad ni en brazos de la madre.
- Somnolencia excesiva.
- Mancha menos el pañal (micciones menos frecuentes) y con olor más fuerte por estar la orina más concentrada.
Estos signos también pueden presentarse en el bebé, si sufre una gastroenteritis que le provocará vómitos o diarreas.
Si comienza a deshidratarse, el pediatra prescribirá una solución oral de rehidratación que tiene la composición adecuada para reponer su equilibrio iónico e hidratarlo. No es recomendable la fabricación casera de sueros con agua, azúcar, sal y limón «a ojo», ni con bebidas isotónicas ni con zumos, ni diluyendo refrescos a los que se les ha dejado ir el gas.
Cuando aún no ha comenzado la deshidratación, pero están al inicio del proceso, es posible que rechacen el suero oral prescrito. Se puede ofrecer, ahora sí, agua normal y corriente, preferiblemente de baja mineralización, en pequeñas dosis cada poco tiempo, para evitar los vómitos.
Según la tolerancia y el cuadro clínico, si la deshidratación es marcada, será necesaria la visita a un centro hospitalario para administrar sueros por vía venosa.
Por todos estos motivos, no es aconsejable poner cereales en los biberones, y no solo porque lleven azúcar añadido, sino también por alterar la osmolalidad de la leche. Algunos sanitarios aún siguen recomendando -incluso antes de los seis meses- uno o dos cacitos de cereales en el biberón de la noche, con la intención de que el niño duerma más, algo que ni sucederá ni es conveniente. Sería como pretender que un adulto coma dos platos de paella a las 11 de la noche para dormir mejor… Absurdo, ¿no?
¿Cuándo es recomendable ofrecer agua a un bebé?
A partir de los 6-7 meses, en vaso, y cuando ya comienza a comer alimentos distintos a la leche, se le puede ofrecer agua (sin agobiarlo) o ponerle al alcance fruta y hortalizas como el tomate o pepino (es importante conocer el método BLW o ACS), ya que las frutas y verduras tienen una cantidad elevada de agua: por ejemplo sandía (91%) o melón (92%).
No son recomendables los zumos por debajo del año y en muy poca cantidad por encima de esta edad. La Academia Americana de Pediatría ha publicado nuevas recomendaciones sobre este asunto, bien desarrollado en este artículo.
La única bebida que deben tomar los lactantes y niños, aparte de la leche, es el agua, salvo en el caso de los mayores de 4-5 años, en los que en alguna ocasión (ojo que hay demasiadas) se podría hacer un extra, digamos lúdico, en compañía de familiares y amiguitos. Darles un poco de gazpacho, hecho sin sal y con limón en vez de con vinagre, tampoco sería una mala idea para beber algo saludable; hay bebés (mayores de 8-10 meses) y niños pequeños a quienes les encanta.