En las últimas semanas se ha generado un importante revuelo en las redes sociales tras la presentación de un artilugio diseñado para distraer a los pequeños mientras comen: una cuchara que permite encajar el teléfono móvil y proyectar imágenes holográficas para entretener a los niños cuando los adultos los alimentan. El objeto se ha quedado en fase de prototipo y no se comercializa, pero sería una versión tecnológica del clásico avioncito: prometía “facilitar” la tarea a los padres y ayudar a que los bebés comieran “mejor”. Pero ¿en realidad es necesario entretener a los niños con tecnología para que coman bien? ¿Tiene algún riesgo distraerlos? Estas cuestiones se analizan en el siguiente artículo.
En la vida diaria se oyen con frecuencia frases como «este niño es buen comedor» o sus contrarias como «este niño es mal comedor». Lo habitual es que, en ausencia de enfermedad, el menor coma según sus necesidades, mediante un mecanismo fino y eficiente comprobado durante milenios: el hambre. La alimentación de un niño no debería precisar de distracciones de ningún tipo para que cumpla un marco teórico concreto. En otras palabras: no hay necesidad de distraerlo para que no se entere de que se le mete una cucharada de papilla cuando ya había mostrado claros signos de rechazo (cerrar la boca, apartar la cara, movimientos de brazos, irritabilidad, llanto, gritos…).
Distraer para comer, una estrategia peligrosa
No hay ninguna especie animal en la que los progenitores animen, alienten, impulsen, azucen o empujen a sus crías a comer, ni con días de vida, ni con dos o tres años de edad. ¿Las mamás gatas maúllan a sus gatitos en un tono especial para que mamen o se tumban para que sean ellos los que se acerquen a alimentarse con su leche? ¿Las perritas dan saltos o ladran para que sus cachorros se aproximen a mamar? Dado que la raza humana es una especie animal, cabe preguntarse si no se debería seguir, a la hora de alimentarse, el instinto natural del hambre como método para poder saber la cantidad de alimento que se necesita en un determinado momento.
En los primeros meses de vida, estamos más desvalidos que el resto de seres vivos, pues dependemos de que seamos puestos al pecho de nuestra madre. También es obvio que en nuestra especie existe, en la actualidad, un componente social y lúdico al alimentarnos. Sin embargo, esto no debería predominar sobre los aspectos relacionados con la salud. Precisamente, comer por encima de nuestras necesidades, sin reconocer los signos de saciedad, es uno de los factores de la epidemia de sobrepeso y obesidad que está asolando el planeta, como recuerda con cierta periodicidad la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Por tanto, intentar que los bebés coman distrayéndolos es una equivocada y peligrosa estrategia que los podría llevar a ser niños y adolescentes con exceso de grasa, con altas probabilidades de desarrollar problemas de salud (como diabetes, hipertensión arterial, enfermedades cardiovasculares, trastornos articulares, depresión o algunos tipos de cáncer) tanto en etapas adolescentes y juveniles como en la etapa adulta.
La (excesiva) preocupación por la comida infantil
¿Por qué estamos tan obsesionados con la pretensión de que los pequeños coman lo que nosotros pensamos que deben comer? Quizás llevemos muy adentro el temor, frecuente en etapas pasadas, de la aparición de una enfermedad, ya que la pérdida de apetito era uno de los primeros signos de muchas patologías mortales en épocas pretéritas.
Hay que tener en cuenta que la mortalidad infantil era muy elevada por la gran frecuencia de enfermedades infecciosas graves, ya que, entre otros factores de salud comunitaria, no existían las vacunas y los tratamientos eran ineficaces, algo que, por fortuna, ha cambiado de manera espectacular. En la actualidad, y en nuestro entorno, la muerte de un niño debido a enfermedades infecciosas es noticia en cualquier medio informativo por lo poco común que es.
Las tensiones y el conflicto a la hora de comer
Hay familias que piensan que la culpa de que el hijo coma «mal» es suya, porque no han preparado de forma apropiada la comida, y consideran el problema como algo personal. Otras se lo toman como una especie de acto rebelde o perverso del pequeño, que solo está pensando en fastidiar al familiar que le está dando de comer (sucede sobre todo con niños algo más grandes, de entre uno y tres años de edad). También están quienes sienten que la actitud del menor al rechazar la comida tiene la finalidad de recabar más atención de los cuidadores, lo que propiciaría que esta asociación se mantenga en el tiempo.
En este ambiente enrarecido, que sucede con bastante frecuencia, la hora de comer se convierte en una batalla campal con una duración exagerada. ¿Cuántas veces oímos los pediatras frases como: «estoy una hora o dos hasta que se lo come todo; le cuesta comer a este hijo»? ¿No sería mejor jugar durante esa hora o dos y luego ponerse a comer juntos, porque al haber pasado ese tiempo, el niño ya tendrá algo más de hambre? Está claro que cuando alguien, sea un bebé o un adulto, tarda una hora en comerse un plato, es porque no tiene nada de hambre. Como dice el reconocido pediatra Carlos González en el libro ‘Mi niño no me come’, «muchos niños pasan a veces seis horas al día peleándose con su madre junto a un plato de comida. No se sabe por qué».
El aterrizaje de la tecnología en la comida de los niños
Las cucharas-avión no son el único invento tecnológico para distraer a los bebés a la hora de comer. En la actualidad, se ha extendido el empleo de todo tipo de pantallas (móvil, tableta, televisor, ordenador, etc.) como medio eficaz -casi hipnotizador- para que el niño se acabe la comida que se le ha puesto delante.
Lo que, sin embargo, debe ser conocido por todos, es la posición de los expertos como el psicólogo Alberto Soler sobre este asunto, que coinciden con la opinión de la Academia Americana de Pediatría: «Evitar totalmente la exposición a la televisión y otras pantallas antes de los dos años de edad». Es decir, el uso de pantallas no solo es perjudicial en el plano nutricional, pues muchos bebés acaban comiendo por encima de sus necesidades al no ser verdaderamente conscientes de la cantidad de comida que ingieren, sino que afecta también al lenguaje, a la atención, a la memoria y al sueño, entre otras alteraciones.
La hora de alimentarse supone un excelente espacio para la comunicación, el afecto, el contacto y las relaciones entre el pequeño y el cuidador, de tal modo que se respeten las decisiones, como ir más despacio o no desear más comida. Las actitudes de los adultos con los bebés y niños deben basarse en la confianza y en el aliento, estando atentos a lo que expresan, tanto de manera oral como no verbal, y esto no se puede conseguir con exposición a pantallas u otro tipo de distracciones.
El dietista-nutricionista Julio Basulto explica muy bien en este artículo la importancia de comer con los hijos en un ambiente agradable y relajado y, por supuesto, sin imágenes electrónicas. Podemos hablar, cantar y divertirnos con nuestros bebés a la hora de comer, pero sin pantallas ni coacciones ni engaños.