Nuestra química sexual cambia a lo largo del año. En verano aumenta el número de horas de sol y esto explica, dicen los científicos, que los flechazos y nuestra actividad sexual crezcan con el calor. Este comportamiento ha sido tratado de forma extensa por diversos estudios que tratan de arrojar luz a esta cuestión. En el siguiente artículo comentamos algunos de ellos.
Entre las investigaciones que analizan la relación entre el calor y el deseo sexual, la más conocida es ‘Estacionalidad en la reproducción humana‘, publicada por la Universidad de Oxford (Reino Unido). Los científicos concluyen que en los países de climas templados o fríos, con veranos de temperaturas elevadas pero no tórridas, los nacimientos aumentan durante los diez meses posteriores al verano. Por el contrario, aseguran que en los países de clima cálido o tropical, con épocas estivales más extremas, la natalidad desciende durante los diez meses tras el estío. La conclusión es que el verano hace su trabajo, y el número de relaciones sexuales crece, siempre que las temperaturas no sean excesivas ni extremas.
En verano aumenta el número de relaciones sexuales, siempre que las temperaturas no sean extremas
El deseo erótico, y por ende los afectos, tiene su propio movimiento. No mantenemos un deseo constante a lo largo de toda nuestra vida. En función del estado de ánimo, de las necesidades y de las interacciones con otros y con el entorno, se manifestará de una manera u otra. «Por ello, estados apáticos y melancólicos -típicos de la astenia primaveral- o estados más activos y extravertidos -como ocurre en verano- influyen en el deseo sexual», dice la bioquímica y sexóloga Natalia Urteaga, de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología. Pero el calor no dispara el deseo sexual de todos, ni del mismo modo, puntualiza la sexóloga. Hay personas con mayor predisposición a verse afectadas por las variaciones climáticas.
Verano de flechazos
Para entender por qué el verano despierta el deseo sexual, primero hay que poner nombre propio a la química del deseo. Y la protagonista del torbellino hormonal se llama testosterona. Según la bióloga Helen Fisher, autora de ‘Por qué amamos’, la testosterona es una de las estrellas en el mundo del flechazo erótico y esta alcanza su nivel álgido en verano. El motivo de esta revolución hormonal es que los días son más largos, y este aumento de horas de luz la activa: el sol y la mayor duración de los días estivales podría incrementar los niveles de testosterona en los hombres ya que el sol, comenta la bióloga, predispone a la mayor liberación de estas hormonas sexuales masculinas de una manera natural.
Pero la testosterona no está sola en la tarea de poner patas arriba el deseo sexual. La serotonina, el neurotransmisor que influye en el placer, también está más despierta en verano, dice Fisher, que ha estudiado durante 30 años el amor romántico. Y lo mismo sucede con las feromonas, las sustancias que desprendemos por la piel y que, aseguran los científicos, actúan como imanes sexuales entre individuos. Lo ha adivinado: también ellas viven su particular fiesta durante el verano, ya que durante esta estación enseñamos más piel, y las feromonas están más expuestas.
Incluso hay quien ha sacado la calculadora sexual para saber cuántas horas de luz hacen falta para disparar el deseo. Es el caso del estudio publicado en la revista científica especializada The Journal of Reproductive Rhythms. Estos científicos afirman que el momento del año perfecto para concebir -y disfrutar del sexo- es cuando el sol brilla durante al menos 12 horas al día. Una ecuación que se cumple en verano y, por el contrario, no se da durante el invierno.
Y todo este colocón sexual tiene mucho de química. Con el aumento de la temperatura y las horas de luz, «la regulación hipotalámica se ve afectada -aclara Urteaga- alterando la producción de determinadas hormonas y neurotransmisores, que están más activas». Y esto afecta a nuestro estado físico, emocional e intelectual y, por tanto, también a la manera de relacionarnos eróticamente.
Sexo, una cuestión de equilibrio
El bioquímico y divulgador científico catalán Pere Estupinyà documenta esta particular fiesta del deseo veraniego con innumerables datos y estudios científicos en su libro ‘S=EX2 La Ciencia del Sexo’. Estupinyà dice que nuestro comportamiento sexual responde a un equilibrio entre dos sistemas de excitación y de inhibición, que a su vez están condicionados por factores fisiológicos y psicológicos. Y aquí las hormonas juegan su papel, pero también lo hacen la conducta, la pareja, el ambiente y el clima. Y, todo ello, apunta el químico, «altera nuestra actividad erótica».
Y aún hay más: Matthew Vess, psicólogo de la Universidad de Ohio (EE.UU.), sugiere que en la mente de las personas el calor está asociado con la idea de intimidad. Según Vess, el calor agradable del verano «puede fomentar la interacción amistosa y positiva entre personas y aumentar el número de relaciones sexuales«.
Más que química
Pero el deseo es más que la respuesta a un cóctel químico de hormonas y neurotransmisores. También activa emociones profundas, relacionadas con zonas concretas de nuestro cerebro, como el séptum o el área tegmental ventral. De hecho, estos vaivenes cambian en función de cómo nos sintamos. «La energía con la que afrontamos nuestras actividades eróticas o sentimentales varía con la hora del día, las fases de la luna e, incluso, con las estaciones del año; pero también depende de factores emocionales como el deseo, el amor, el miedo o la pena», asegura el estudioso de las filosofías y culturas orientales Valentín Zurbano.
En definitiva, el verano dispara nuestra predisposición a los flechazos y al deseo sexual. Hormonas, neurotransmisores y hasta la química se alinean para que esto suceda. Y la buena noticia es que, además de ser divertido, nos pone de buen humor.
- Puede seguir a Eva San Martín en Twitter.