En España nos tomamos la comida muy en serio. Y más, si cabe, durante la celebración de Navidad. Diciembre es el mes en el que más se invierte en alimentos (un 26 % más que en el resto del año) y, como apunta un estudio de consumo de 2017 realizado por la consultora Deloitte, el gasto medio de los hogares españoles para la comida de estos días ronda los 195 euros, un desembolso superior al de otros países del entorno. En este artículo comentamos qué suelen contener los menús navideños, de qué manera afectan a nuestro organismo y cómo mejorarlos.
Ni el dinero ni el tiempo invertidos en las compras de los alimentos para los menús navideños se traducen en que durante estos días comamos mejor. «En Navidad se altera nuestro patrón alimentario -explica la dietista-nutricionista Isabel Megías-. Las comidas y las cenas son altamente calóricas, ya que podemos ingerir con facilidad unas 1.000 o 1.500 kcal en cada comida. Además, son recetas ricas en azúcares y grasas». En otras palabras: cada vez que nos sentamos a la mesa podemos llegar a ingerir entre el 50 % y el 75 % de la energía recomendada para todo un día. Y, como si fuera poco, la obtendremos de unos alimentos cuyo perfil nutricional no es el más saludable.
Un repaso por los hitos gastronómicos de estos menús lo confirma. Embutidos y quesos de aperitivo, tostadas con foie o cremas para untar, ensaladillas con patata y abundante mayonesa, hojaldres y sopas con marisco (que, muchas veces, contienen nata), carnes con salsas o rellenas, postres especiales (como helados o tartas), turrones y otros dulces tradicionales (como mazapanes o polvorones) y bastantes más bebidas de la cuenta, tanto azucaradas como alcohólicas, forman parte del desfile alimentario. En suma, los menús navideños no solo contienen alimentos y recetas que deberían consumirse de manera muy esporádica, sino que los concentran en un mismo momento y lugar.
Cómo nos afectan estos menús navideños
Las comilonas festivas pueden pasarnos factura aunque las celebremos en casa. Diversos estudios sugieren que esta época del año (entre finales de noviembre y mediados de enero) es crítica, ya que los adultos ganamos entre medio kilo y un kilo de peso. Es un pequeño movimiento en la báscula, pero un gran paso hacia la obesidad porque este incremento suele quedarse en nuestro cuerpo y sumarse a los kilillos extra que, con frecuencia, nos dejan las vacaciones de verano.
Y hay otro problema añadido: el impacto de estos banquetes en nuestro sistema digestivo. Sensación de pesadez, náuseas, acidez estomacal, dolor de cabeza, gases, cólicos, estreñimiento o diarrea son algunas de las consecuencias habituales de estos excesos alimentarios. Unos excesos que impactan de lleno en nuestro organismo y que, a tenor de los datos que arroja el Informe Anual del Sistema Nacional de Salud, no deberíamos cometer. No todo el mundo lo sabe, pero los dos fármacos más consumidos en España son los antiulcerosos, como el Omeprazol, y los hipolepimiantes, como la Simvastatina o Atorvastatina, indicados para bajar los niveles de colesterol en sangre.
La hipertensión arterial, el colesterol elevado y la diabetes están entre los problemas de salud crónicos más frecuentes de nuestro país, y su incidencia va en aumento. En apenas dos décadas, la hipertensión ha pasado a afectar del 11,2 % al 18,4 % de los adultos; el colesterol, del 8,2 % al 16,6 %; y la diabetes del 4,1 % al 6,8 %.
Objetivo: menús con menos grasa, azúcar y sal
La probabilidad de que alguno de nuestros comensales, o nosotros mismos, tengamos alguna de estas patologías es importante. Diseñar el menú supone tenerlo en cuenta y minimizar las cantidades de grasas saturadas, azúcar y sal:
- Hipertensión. Reducir la sal que añadimos a los platos que cocinamos, dejar que cada uno aliñe sus propias porciones de ensaladas u otras guarniciones y evitar alimentos que, de por sí, contengan demasiado sodio, como los embutidos, los quesos muy curados y las aceitunas.
- Colesterol. Evitar, en la medida de lo posible, recetas que contengan grasas saturadas, carnes rojas y dulces típicos hechos con manteca de cerdo. Utilizar grasas de origen vegetal de calidad (aceite de oliva) y dar prioridad a las técnicas de cocción más saludables: hervidos, horno, plancha.
- Diabetes. Cuidar el tipo de salsas y guarniciones que empleamos (muchas veces, contienen mermeladas o azúcar), ofrecer fruta de postre y disminuir la presencia de dulces navideños e incluir alguno que sea apto para personas con diabetes.
Por supuesto, podemos preparar un menú especial para estos casos, pero eso generará una situación algo incómoda a la hora de comer, además de ser más laborioso y costar más dinero. Una buena medida es mejorar el menú general. Así cuidaremos la salud de todos sin hacer diferencias.