Solo en España se producen 130.000 ictus al año. Esto significa que cada 15 minutos, una persona fallece por esta enfermedad cerebrovascular. Sin embargo, podríamos reducir esas cifras en un alto porcentaje, si conseguimos prevenirla. Una de las claves para lograrlo es controlar la anticoagulación. En el siguiente artículo contamos cómo hacerlo.
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Aunque un ictus puede producirse por diversas causas, uno de los desencadenantes más comunes está relacionado con la fibrilación auricular, el tipo de arritmia más frecuente, que multiplica por cinco las posibilidades de sufrirlo. Como explicó el doctor José Luis Palma Gámiz, vicepresidente de la Fundación Española del Corazón, en la última edición del VI Foro de Salud Cardiovascular para pacientes y familiares, cuando se produce la fibrilación auricular, las aurículas desorganizan su actividad rítmica normal y, con ello, su capacidad contráctil, con lo que el ritmo que se origina es caótico y la inyección de sangre en los ventrículos se hace de forma anárquica.
Por eso la sangre se remansa en un espacio anatómico de la aurícula izquierda llamado orejuela, donde tiende a desarrollar coágulos que pueden desprenderse, ingresar en el torrente sanguíneo y, a través del ventrículo izquierdo y de la aorta, salir. Allí donde impactan causarán una tromboembolia. Y si ese impacto se da en una arteria del cerebro, «se producirá un bloqueo de la circulación en un punto determinado del área cerebral, lo que va a condicionar la aparición de un ictus», aseguró.
En caso de que llegue a darse un ictus, la persona afectada puede padecer una pérdida súbita de visión, dificultad para expresarse verbalmente, pérdida de sensibilidad y fuerza en una parte del cuerpo, dolor de cabeza repentino e intenso sin causa aparente, vértigo acompañado de desequilibrio o caídas. Estos posibles síntomas pueden aparecer juntos o que el paciente experimente solo algunos de ellos.
¿Cómo adelantarse al ictus?
Dado que la fibrilación auricular puede acabar desencadenando este accidente cerebrovascular, una solución para evitar la aparición del ictus es que no llegue a originarse la arritmia. Las principales medidas para lograrlo consisten en seguir una alimentación saludable, evitando grasas saturadas, sal y azúcares; dejar el tabaco si se es fumador; evitar el consumo de alcohol; hacer ejercicio frecuente; no tomar bebidas muy frías, sobre todo si tienen gas, para evitar la excitación vagal; y reducir en lo posible el estrés. Además, conviene controlar tanto la hipertensión como la diabetes, ya que ambas son causas muy comunes de fibrilación auricular.
Sin embargo, en ocasiones estas medidas no serán suficientes. En algunos casos, la ablación electrofisiológica del mecanismo que provoca y mantiene la fibrilación da excelentes resultados suprimiendo la arritmia. Y también se pueden complementar las rutinas cardiosaludables citadas con tratamiento farmacológico que consiste en antiarrítmicos y anticoagulantes. La función de los primeros es recuperar el ritmo normal de las pulsaciones y prevenir la aparición de nuevos episodios de fibrilación auricular. La de los anticoagulantes, evitar la aparición de trombos que puedan desencadenar un ictus. «Hacen que la sangre se vuelva más fluida y que, incluso si han aparecido trombos, puedan disolverse y restaurar una circulación arterial normal», señala el doctor Palma Gámiz.
Tipos de anticoagulantes
Los anticoagulantes más utilizados son los que bloquean la vitamina K, llamados antagonistas de la vitamina K. Esta vitamina actúa en determinadas proteínas del ciclo de coagulación y, a través de su inhibición, es posible prevenir la aparición de coágulos.
Los pacientes que toman fármacos anticoagulantes que son antagonistas de la vitamina K deben revisar periódicamente su INR, un valor que mide el tiempo que tarda la sangre en coagularse. La cifra determina si la anticoagulación es: incorrecta, situación en la que se pueden producir trombosis; excesiva, cuando es posible que se originen hemorragias; o está en el valor adecuado, lo que se corresponde con un INR de entre 2 y 3. El sangrado de encías al cepillarse, los hematomas espontáneos, sangre en la orina o el sangrado rectal pueden ser síntomas de que el INR es más alto de lo que debería. Por el contrario, si está en un valor demasiado bajo, podremos padecer tromboflebitis, pérdida de visión intermitente, zumbido de oídos o disnea repentina. En ambas situaciones se recomienda acudir al especialista para que intente regular el tratamiento.
También existen fármacos anticoagulantes que no precisan de la revisión del INR cuyo fin es inhibir la función de la trombina, además de otros que actúan sobre el factor Xa de la coagulación. Según la Sociedad Española de Cardiología (SEC), ambos suponen una apuesta más segura hacia el control de la anticoagulación respecto a los fármacos antagonistas de la vitamina K.