Si te preguntas por qué existen personas capaces de mantenerse delgadas toda su vida, la respuesta podría ser más sencilla de lo que creías. No se trata de que sus metabolismos tengan nada de especial. Sus cuerpos, al contrario de lo que muchos creían, no están diseñados para quemar calorías a gran velocidad. Estas personas no viven obsesionadas con la comida. Y el motivo resulta ser puramente genético. Lo vemos a continuación.
Hay individuos que nunca se atiborran de pizza y tampoco parecen obcecados con lo que disfrutarán en la cena. Y un equipo de científicos británicos ha dado con su secreto: tras ingerir una cantidad de alimento suficiente, los genes de estas personas apagan o desconectan la sensación de apetito. De este modo, sus genes les hacen sentirse saciados antes. Además, el mismo interruptor genético que cierra el apetito también reduce su riesgo de padecer diabetes o una cardiopatía, dolencias muy asociadas a los problemas con la báscula.
Para llegar a esta conclusión, publicada en la revista científica Cell, los investigadores han analizado los datos genéticos de medio millón de personas entre los 40 y los 69 años. Monitorizaron sus hábitos alimentarios y de actividad física durante años, con el fin de aislar la variante genética del resto de factores -como la dieta y el ejercicio- que también influyen en el riesgo de sobrepeso.
Dieta y ejercicio no son suficientes
La relación entre el ADN y la delgadez no sorprende a los expertos. «Existen multitud de genes que influyen en aspectos relacionados con el apetito y con el uso que nuestro cuerpo hace de las grasas, por lo que afectan al riesgo de que podamos padecer sobrepeso u obesidad», aclara Vicente Blay, médico endocrino y presidente de la Sociedad Aragonesa de Endocrinología y Nutrición (Saden).
Algunas personas están protegidas de la obesidad gracias a sus genes, ya que incluyen esta llave que abre y cierra las ganas de comer de forma casi automática y que afecta al comportamiento de las proteínas y las enzimas, responsables últimas de nuestros procesos metabólicos. Otros individuos, por el contrario, están más condicionados por ellos, ya que este mecanismo no resulta tan eficaz, y siempre tienen hambre o tardan más en saciarse.Imagen: Pixabay
Un interruptor del hambre llamado MC4R
El mecanismo que apaga o enciende el hambre se oculta en un gen llamado MC4R, cuya actividad induce a la disminución de la ingesta de alimentos. Cuando comemos, este gen se activa de forma natural y avisa al sistema nervioso de que estamos llenos. Después, si todo va bien, el gen se apaga.
El problema reside en que hay personas que cargan con una mutación extraña que lo inactiva y destruye la sensación de saciedad tras las comidas. Por eso, sus portadores tienen más probabilidad de no dejar de comer, a pesar de haber consumido suficiente cantidad de alimentos. No reciben la alerta de «estoy lleno» y están menos protegidos de la obesidad. ¿El resultado? Estas personas siempre tienen hambre y normalmente padecen sobrepeso. Y también crece el riesgo de que sufran ciertas enfermedades como la diabetes y los problemas cardiacos (hasta un 50 % más).
Los genes también influyen en el metabolismo de las grasas
Nuestro material genético, explica Blay, también influye en el modo en que nuestro cuerpo usa las grasas o a qué velocidad las quema. Por eso, entre otras razones, hay quien puede comer como una lima sin que se traduzca en un aumento significativo de su peso. «Otras personas, en cambio, engordan aunque coman menos«, señala Blay.
También nuestro material genético influye en los efectos de la restricción de alimentos sobre el cuerpo o determina cómo nuestro cuerpo acumula las grasas o cómo responde al ejercicio, apunta el endocrinólogo. Esto tiene un efecto directo en los efectos de seguir una dieta cuando queremos adelgazar: «Mientras que hay personas que responden bien y adelgazan con una alimentación baja en hidratos de carbono, para otras resultará más eficaz una dieta baja en grasas».
Hambre por los genes
Un segundo estudio ha analizado el material genético para clasificarlo según el riesgo de desarrollar obesidad incluso antes de los ocho años de edad, un problema que ya afecta al 17 % de la población española, según la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). Esta información puede ayudar a predecir desde la infancia quién tiene mayor riesgo de padecer problemas de peso, por lo que podremos esforzarnos desde antes para mantener los kilos a raya.
Estas dos investigaciones confirman una de las sospechas que los científicos y expertos en nutrición quisieran que más gente entendiera: existen razones biológicas que predisponen a algunas personas a tener problemas de peso, mientras que otras lo tienen más sencillo para mantenerse delgadas por naturaleza.