Levantarte y sentir que no has descansado, no poder aguantar de pie, experimentar una intolerancia clara al ejercicio físico, tener dolor de cabeza y de garganta, sufrir mareos o notar deterioro cognitivo con pérdida de memoria. Estos síntomas, por separado, podrían ser indicativos diversas afecciones: desde hipertiroidismo y reuma, hasta lupus, apnea del sueño o algunas infecciones, entre otras. Sin embargo, juntos responden al síndrome de fatiga crónica, una patología de diagnóstico difícil y tratamiento desconocido, como veremos en las siguientes líneas.
El síndrome de fatiga crónica -también llamado síndrome de disfunción humanitaria, encefalomielitis miálgica benigna o enfermedad sistémica de intolerancia al ejercicio– es una enfermedad todavía poco conocida pero que cada vez afecta a más personas. «Diagnosticarla es una tarea muy compleja, que se suele hacer cuando se han descartado el resto de opciones posibles», afirma Indalecio Monteagudo, jefe del servicio de Reumatología del centro médico Ruber Internacional Paseo de la Habana.
Para quienes la sufren, vivir su día a día es una tarea imposible de realizar. No pueden ir a trabajar, ni a acontecimientos sociales, ni tan siquiera salir a las compras, lo que termina por aislar a estas personas y hacer que caigan cada vez más en el pozo de su problema. El grado de dolencia puede ser leve, moderado o grave. En España, dos de cada diez ciudadanos padece esta patología, la mayoría, como ocurre en otros países, son mujeres blancas de mediana edad.
¿Cómo se diagnostica el síndrome de fatiga crónica?
El doctor Indalecio Monteagudo incide en que el diagnóstico de esta enfermedad se hace por exclusión: «Catalogamos esta patología tras realizar una batería completa de pruebas, como analíticas o pruebas de contraste y de imagen, tras comprobar que coinciden varios de los síntomas cardinales y utilizar todas las herramientas que tenemos en nuestras manos para descartar que no se tiene otra enfermedad».
¿Cuáles son los síntomas?
Aunque su diagnóstico es una tarea compleja, la Organización Mundial de la Salud (OMS) propuso unos criterios para guiar a los médicos, conocidos como «Criterios de Fukuda». Para ser diagnosticados de fatiga crónica los pacientes deben presentar de forma simultánea cuatro o más de los síntomas siguientes: dolor de cabeza, de garganta o de las articulaciones (pero sin presentar síntomas de artritis); inflamación con dolor de ganglios; imposibilidad para permanecer de pie; incapacidad para hacer ejercicio físico de forma continuada; e insomnio o sensación de no haber descansado, aún habiendo permanecido en cama horas o días. El dolor puede manifestarse en todo el cuerpo con sensación de pesadez y carga en las extremidades.
Por otro lado, para ser considerada fatiga crónica, los síntomas deben permanecer más de seis meses, aunque pueden ser de distinta intensidad: «que unos días te encuentres bien y otros mal, o que una temporada te sientas mejor que otra», explica Monteagudo.
¿Cómo se trata?
El jefe de Reumatología de la cínica Ruber Inernacional admite que no hay ningún tratamiento capaz de curar esta patología y reconoce que, a pesar de que la mayoría de los enfermos mejoran, «uno de cada cuatro, entre un 20 % y un 25 %, no es capaz de recuperarse, llegando a padecer un síndrome de fatiga crónica que puede desencadenar en una gran discapacidad».
Además, señala que la farmacología funciona «regular, tirando a mal». Aun así, para el dolor se receta ibuprofeno, paracetamol o, cuando es más intenso, tramadol u oxicodona. Para el insomnio se utiliza melatonina y nunca benzodiacepinas, con el fin de no agravar parte de los síntomas de la enfermedad.
Y, sobre todo, es imprescindible «el ejercicio físico realizado en pautas cortas, como nadar, yoga o pilates, además del apoyo psicológico y psiquiátrico, tanto individual como grupal», ya que estas personas manejan mal el estrés y presentan «síntomas de depresión, ansiedad y miedo», expone Monteagudo.
¿A qué se debe la fatiga crónica?
Todavía no se conocen las causas, pero existen diferentes hipótesis. Entre ellas destaca que sea a consecuencia de una infección viral como la gripe A, la hepatitis C o los herpes. «Una de las corrientes más extendidas es que, tras sufrir un proceso vírico, al cabo de un tiempo se pueda desarrollar el síndrome de fatiga crónica», afirma Monteagudo. Otra posibilidad es que derive del contacto con tóxicos o hidrocarburos, aunque, según el experto, es menos probable. Tampoco hay que olvidarse de los trastornos del sistema inmunitario y de las alteraciones hormonales.
¿A quién afecta?
Las mujeres blancas y de mediana edad son las más afectadas. «Esto puede responder a varias razones, como que a las personas de otro color no les dé tiempo a desarrollar la enfermedad. Y, en cuanto a que sean mujeres, la realidad es que ellas acuden más a los médicos que los hombres y que, por lo tanto, se diagnostiquen más esos casos. O, por otro lado, que la presencia de estrógenos tenga que ver con el desarrollo de la propia enfermedad», indica el especialista quien añade: «Estoy convencido de que hay algo, pero lo triste es que, de momento, no sabemos demostrarlo».
¿Se puede prevenir?
Al no conocer el motivo de la enfermedad, su prevención es igual de complicada que el diagnóstico. Aun así, los expertos recomiendan seguir una alimentación saludable, hacer ejercicio físico de manera regular y cuidar también la salud mental.