En vacaciones rompemos las rutinas en alimentación, en horarios… y con nuestros hijos. Les dejamos que se vayan más tarde a la cama o se tomen algún que otro helado. Pero esta relajación tiene sus consecuencias cuando no somos tan flexibles: enfados, rabietas y gritos por las dos partes. Por eso en verano, como durante el curso, hay que seguir educando con límites y sin gritar. De la mano de una experta en inteligencia emocional, te contamos cómo hacerlo sin levantar ni una voz.
¿Se puede educar a nuestros hijos sin gritar? Los expertos dicen que sí. Resultará una tarea difícil, pero no imposible, y por varias razones. No es un buen ejemplo. Gritar constituye un tipo de violencia verbal que utilizamos cuando deseamos que alguien nos escuche y queremos imponerle nuestras ideas o límites. Supone una expresión de la pérdida de control ante determinadas situaciones que nos superan como padres. Pero claudicar alzando la voz con los más pequeños tiene consecuencias: frustración, tensión, inseguridad, baja autonomía (no sabes qué hacer hasta que te gritan) y otros muchos problemas, como muestran varios estudios.
La Universidad de Pittsburgh y la Universidad de Michigan, ambas en EE.UU., colaboraron en una investigación conjunta, publicada en 2014 por la revista Child Development, en la que hicieron un seguimiento del comportamiento de casi mil familias. El 45 % de las madres y el 42 % de los padres admitieron haber gritado y en algún caso insultado a sus hijos de entre 13 y 14 años. Y los efectos de esa violencia verbal no fueron pocos, como comprobaron los científicos: problemas de conducta como discusiones y peleas con compañeros, dificultades en el rendimiento escolar, mentiras a los padres, hasta robos en tiendas y síntomas de tristeza repentina y depresión.
Otro estudio, de la Escuela de Medicina de Harvard (EE.UU.) demostró que los gritos, el maltrato verbal y la humillación o la combinación de los tres elementos alteran de forma permanente la estructura cerebral infantil. Y otro trabajo más reciente, realizado por investigadores de la Universidad de Montreal y del Centro Hospitalario Universitario Sainte-Justine, en Canadá, viene a corroborar esto y más, pues afirma que gritar a un niño, darle una torta, abofetearlo o sacudirlo regularmente puede alterar sus circuitos cerebrales del miedo.
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Consejos para educar a tus hijos sin gritos
¿Has contado alguna vez hasta diez para no pegar un grito? Seguro que habrás probado esta técnica, como también habrás recurrido a otras como la del semáforo (en rojo esperamos y nos tranquilizamos; en ámbar, pensamos; y en verde, nos expresamos) o la relajación del árbol (respirar varias veces de forma pausada), sin saber que tenían hasta nombre.
Otro método muy conocido en los últimos años es el reto del rinoceronte naranja. Creado por una madre estadounidense de cuatro hijos, se planteó dejar de gritar a sus hijos durante un año y compartir su experiencia en un blog. Y lo consiguió. Algunas de sus ideas: cerrar los ojos e imaginarse en un lugar de paz, escuchar música, respirar hondo, alejarse del lugar unos instantes, sacudir el cuerpo, aplaudir hasta que dejen de hacer lo que consideras que hacen mal…
Puedes probar este curioso método durante un fin de semana, una semana entera o estas vacaciones, y seguir el resto del año. No te olvides de llevar algo naranja (una pulsera, un anillo o uñas pintadas) para tener siempre presente el reto y compartir tu objetivo con tu familia o amigos que te sirvan de apoyo y recordatorio (también cuenta esta comunidad de Facebook). Apunta cuándo gritas y el motivo para conocerte mejor y anticiparte a esos momentos y, si necesitas gritar, hazlo, pero no a tus hijos.
Pero también te animamos a seguir las pautas para educar sin gritos que recomienda Sonia Martínez, psicóloga, especialista en inteligencia emocional y directora de los centros Crece Bien en Madrid:
- Anticipación. En verano los hijos nos ponen a prueba con los límites, intentado ver hasta dónde podemos llegar. Somos más flexibles en los hábitos: se acuestan más tarde, comen un helado, cenan más tarde, ven más dibujos animados… Pero no todos los días, y el niño, acostumbrado a rutinas, no lo entenderá. ¿Cómo evitar los enfados y gritos? Anticipándonos. “Les comentaremos que, como es verano, nos vamos a saltar ciertas rutinas, que tienen que hacer ciertas cosas, que se deben organizar…. Pero les remarcaremos que es una excepción y no una regla”, sugiere Martínez, pues siempre habrá otras normas que se mantendrán.
- Obedecer a la primera y sus consecuencias. Por gritar con frecuencia para poner límites o reprender por un mal comportamiento, el niño puede que se acostumbre a dar una respuesta ante ese tono y hasta que no llega al grito, no cambie su conducta. Y debe obedecer a la primera. Sí, a la primera. “Deben aprender que sus padres no tienen que repetirles las cosas cinco veces, pues eso provoca gritos, castigos desproporcionados y que actuemos bajo nuestro enfado”, explica la psicóloga. Para conseguirlo, se les puede dar un tiempo (contamos hasta diez y debe estar todo recogido, por ejemplo) y avisarles de ello antes, pero “si no obedece a la primera, debemos decirle que lo sentimos un montón y cumpliremos con las penalizaciones que previamente habremos hablado con ellos: no ver dibujos, no ir a la piscina con los amigos…”, apunta. Con las consecuencias -que no castigos- pautadas antes y de realización fácil e inmediata, se les deja la capacidad para responsabilizarse y tomar sus decisiones. Y todo ello sin chillidos, chantajes, burlas o la manida amenaza “te vas a enterar”.
- Entender que son niños. “Que el niño no obedezca o no haga lo que tiene que hacer debemos verlo como una oportunidad de aprendizaje. Debe aprender a regularse, saber esperar, responsabilizarse, tomar una buena decisión…”, comenta la experta. Y atento a esto: a veces pasa que les pedimos tantas cosas a la vez que ni nosotros somos capaces de hacer y el pequeño no lo hace y nuestro enfado es totalmente desproporcionado. Podemos cambiar esta práctica.
- Cómo hablarles y comunicarnos en familia. Al gritar a tus hijos, se habitúan a que deben chillar para que les hagan caso. ¿Qué tal si les hablamos con susurros? “En nuestros centros lo hacemos y se quedan estupefactos. Prestan mucha atención”, reconoce Martínez. Lo conveniente es que, antes de hablarle, nos acerquemos, le miremos a los ojos y deje de hacer lo que está haciendo. Y otro consejo: instalar en casa el «gracias, por favor, podrías ayudarme… Muchas veces ayudamos a los niños a que se porten bien fuera, pero no les decimos que deben ser amables con nosotros o sus hermanos”, asegura la especialista.
- Cómo decir “lo estás haciendo muy mal” sin gritos. Te guiño un ojo, te toco el hombro, te enseño una tarjeta naranja… son maneras “en clave” de llamar la atención del menor, a la vez que se evitan los gritos, las charlas y los discursos. Pero luego, cuando el niño está tranquilo, otro día o por la noche, será el momento de hablarlo y decir si puede hacerlo mejor y cómo hacerlo mañana. Con hijos más mayores, se pueden poner en la nevera las normas de la casa y firmarlas. Y con solo señalar la regla no cumplida con un bolígrafo, no hace falta ni repetirla.
- Ante el aburrimiento, hay niños que chinchan al hermano, tiran cosas, sacan y no recogen… Tienden a molestar. Para que esto no ocurra, los padres podemos organizarle ese tiempo libre tan amplio en verano: ahora pintar, luego jugar solos con un puzle, a mediodía bailar… y jugar con ellos. “Necesitan tiempo de juego con el adulto. A veces, solo parece que estamos con ellos para enseñarles, educarles, decirles qué está mal y corregirles”, confiesa la psicóloga.
- Tratar con los hermanos. Se entretienen, pero también surgen problemas entre ellos. Para frenar las peleas entre hermanos, y que no crezcan, hay que darles unas pautas de cómo expresar al otro lo que necesitan o cómo llegar a acuerdos. En este sentido, nombrar funciones también ayuda: uno puede recoger, otro elegir el juego un día…
- Para evitar gritos futuros. En verano pueden ir adquiriendo pequeñas responsabilidades y hábitos: recoger juguetes, colaborar en casa ayudando a doblar las toallas, preparar la bolsa de la playa, hacer las camas, recoger y poner la mesa… Si lo instauramos de niños, no tendremos estos problemas en su adolescencia.
- Motivación. Métodos como el de la tabla de puntos pueden servir de ayuda. Si todos, incluidos los padres, cumplimos con nuestras responsabilidades y conseguimos cuatro de los cinco puntos en la semana -cabe un día de equivocación-, el sábado y domingo haremos un plan especial en familia. Hacer las cosas bien motiva. Y reconocerlo más. ¿Por qué no premiarse y felicitarse en familia por comunicarnos bien sin gritos?
- ¿Y si les gritamos? Lo idóneo es que, si nos enfadamos, primero respiremos hondo -incluso salgamos del lugar-, nos tranquilicemos y, luego, lo hablemos con él. Será un buen ejemplo, pero también un modo de actuar que debemos inculcarles si ellos se enfadan. También funciona la técnica del semáforo. Pero a veces nos pierden los nervios y las formas. Entonces, “habrá que decirle que ha hecho mal, pero que nosotros también, por gritarle. Pediremos perdón y le daremos la oportunidad de que él también lo haga por no haberse vestido a tiempo o recogido la mesa… Y le daremos otra para poder repararlo con un dibujo, ayudando en casa… Además, propondremos juntos un plan para ver cómo actuar la próxima vez y mejorarlo”, plantea Sonia Martínez.
- Cuando todos nos gritamos. Si en familia hemos empezado a gritarnos, aparecen los insultos, no somos amables… es difícil volver atrás. Pero se puede mirar adelante con un reto que explica la especialista: cada día todos tomaremos conciencia de cómo hemos elevado el tono de voz (medio, alto o bajo) y nos “autopuntuaremos”, y si el resultado es positivo, nos daremos un pequeño premio simbólico (choque de manos, un abrazo, un paseo juntos, comprar el chocolate preferido…).