«Cuidado con los pollos; están todos hormonados y vete a saber lo que nos cuelan»; «Ni se te ocurra tomar frutas después de comer, porque es de sobra sabido que fermentan y engordan»; «Y si quieres perder peso, muchísimo menos se te pase por la cabeza comer plátanos o salirte de la leche desnatada». ¿Te suenan? A buen seguro habrás recibido alguno de estos bienintencionados consejos por WhatsApp, Facebook o Twitter, o directamente de la boca de algunos amigos poco sospechosos de contar mentiras. Pero no por ello dejan de ser lo que han sido siempre: rumores sin base científica alguna, por muy lógicos que parezcan. Desde el pasado mes de julio, protagonizan también la ‘Guía de los Bulos en Alimentación’, editada por el Instituto #SaludsinBulos de la mano de reconocidos especialistas en nutrición. Repasamos a continuación alguno de los más conocidos y te contamos cómo protegerte de estas desinformaciones, que pueden tener serias consecuencias sobre la salud.
Según la pirámide de alimentación saludable de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria (SENC), deberíamos consumir entre tres y cuatro porciones de fruta fresca al día. Sin embargo, es precisamente la fruta la diana de muchas de las falsas informaciones que llegan cada día al móvil de muchos españoles. Se cuestiona no solo el consumo de determinadas piezas, sino incluso la idoneidad de hacerlo en determinados momentos del día. Para que no queden dudas, digámoslo alto y claro: ninguna fruta (tampoco el melón o la sandía) es indigesta por la noche ni su contenido en azúcar influye en la hiperactividad de los niños. Si estás a dieta, no pasa nada con comer plátanos de forma habitual, ya que una pieza de tamaño medio aportará, además de poco más de 100 calorías, carbohidratos, antioxidantes y una cantidad considerable de fibra, lo que resulta beneficioso para mantener una buena salud intestinal. Y no, tampoco es cierto que se desaconseje su consumo después de la comida “porque fermente en el estómago”.
Otro de los bulos más extendidos es el que descalifica los pollos del supermercado por estar hormonados o la carne por contener antibióticos. Nada de eso es cierto. “Europa prohibió el uso de los anabolizantes tradicionales, los productos hormonales y los ?-agonistas como productores del crecimiento en todas las especies productivas”, asegura Gemma del Caño, licenciada en Farmacia, experta en seguridad alimentaria y coautora de la guía presentada este verano. “Tampoco las frutas están modificadas genéticamente”, afirma. Y aunque lo estuvieran, señala que “los alimentos transgénicos no tienen mayor problema que el miedo y la desinformación”.
¿De dónde salen estos bulos?
Por desgracia, no son nada nuevo. El mito de la fruta y la hiperactividad infantil se remonta a los años 70. Y la famosa lista de aditivos supuestamente peligrosos que, en teoría, publicó un hospital lleva circulando desde 1973. Desde luego, tampoco provenía de institución sanitaria alguna, sino de los trabajadores de una industria alimentaria que tenían un conflicto laboral con la empresa y querían boicotearla. Recuerda: detrás de un bulo siempre hay una motivación.
El problema es que, en 2019, estas falsedades se difunden con mucha facilidad gracias a las redes sociales o al auge de aplicaciones como WhatsApp. “Ahora tenemos acceso a mucha más información, que se distribuye muy rápido y no se contrasta. Casi cualquier persona puede decir lo que quiera”, argumenta Del Caño. Y los datos le dan la razón: un 59 % de los médicos considera que se ha producido un aumento en los bulos sobre la salud, y de ellos, tres de cada cuatro lo achacan a la inmediatez de estos nuevos canales de información, según un estudio reciente.
Imagen: studiograndouest
Por otro lado, nuestra forma de interactuar en estas redes influye en cómo nos exponemos a esta información, señala Beatriz Robles, dietista-nutricionista y también coautora de la guía. “Solemos rodearnos de personas que piensan como nosotros. Eso hace que nos retroalimentemos: si vemos las pseudociencias con cierta simpatía, es fácil que tendamos a seguir a usuarios que compartan este tipo de información con un enfoque positivo. Llega un momento en que nos parece que esa información es veraz, porque es a la que nos exponemos preferentemente”.
¿Cuáles son los bulos más perjudiciales? Para esta experta, los más extendidos (y dañinos) se refieren a las supuestas propiedades de algunos alimentos para tratar enfermedades graves como el cáncer o afecciones degenerativas, que pueden resultar atractivos para personas en situación de especial vulnerabilidad y con pronósticos complicados. Desinformaciones que pueden afectar seriamente a la salud de los enfermos, bien porque estos productos interaccionen con la medicación que se está tomando “o porque el enfermo, en una situación desesperada, abandone el tratamiento y opte por tratarse mediante la dieta”, sostiene Robles. También son peligrosas “aquellas dietas que afirman ser milagrosas -añade Del Caño- lo que puede ocasionar una nutrición incorrecta”. Por no mencionar que, cuanto menos, nos harán gastar dinero en productos alternativos sin efectos beneficiosos (como el que sostiene que los adultos no pueden digerir la lactosa y que hace que la población sana consuma lácteos sin ella, siendo un 33 % más caros).
Precaución al compartir
Ante una información cuya veracidad es dudosa, lo mejor es no compartir. Así nos protegeremos a nosotros mismos y a los que nos rodean. Pero ¿cómo saberlo? “Hay una serie de pistas que nos indican que esa información puede ser falsa que nos indican que esa información puede ser falsa, como el medio en el que se publica o si el autor enlaza o no las fuentes a las que hace referencia”, explica Robles. “También si algún otro medio se hace eco de esa información o no, si está desmentida por plataformas de verificación como Maldita Ciencia o #SaludsinBulos… Son páginas a las que además podemos enviar informaciones sospechosas para que las comprueben”. Y, por último, viralizar los desmentidos: si comprobamos que algo que nos han pasado es falso, conviene hacérselo saber.
Otros bulos sin base científica
Una de las cosas que contribuyen a dar credibilidad a estos bulos es que muchos de ellos pueden apoyarse en un cierto grado de veracidad. El problema, claro, es lo que dejan de contarte. A veces puede incluso ocurrir que, aunque un estudio apoye un determinado bulo, existan informaciones más robustas que lo desmientan (pero que no se mencionan).
Por supuesto, los bulos citados no son los únicos que navegan por las redes. En la ‘Guía de los Bulos en Alimentación’ se incluyen otros y se desmienten así:
- No existen los superalimentos. Que no te la cuelen; ningún alimento es imprescindible ni alberga cualidades excepcionales, por muy exótico que parezca.
- Aunque quieras perder peso, no tienes por qué optar por la leche desnatada o sin lactosa. La evidencia científica actual sugiere que la leche entera tiene un mayor efecto saciante, contribuyendo al control del peso.
- No, los productos ecológicos no son más sanos que los convencionales. Decantarte por uno u otro ha de depender de nuestros valores o preferencias personales.
- Comer verduras en conserva o congeladas no es menos saludable que consumirlas frescas, debido al proceso de conservación o ultracongelación, según el caso. Su valor nutricional es muy similar.
- Los edulcorantes no tienen efectos negativos sobre la salud. Y que no te engañen: la estevia no es más natural que el resto.
Esta iniciativa de la Asociación de Investigadores en eSalud (AIES) y la agencia de comunicación COM Salud se creó para combatir los bulos de salud en la Red a través de información y formación a profesionales sanitarios y pacientes, entre otros medios.