Como una ola. O, con más precisión, como un tsunami. Así ha llegado a nuestra sociedad un conjunto de productos para fumar que imitan al cigarrillo en tanto se distancian de él, envueltos en sofisticadas hechuras y elocuentes mensajes: “sin humo”, “inofensivos”, “beneficiosos”. ¿Lo son? El presente artículo ofrece una lectura de la situación y pone el foco sobre dos aspectos relevantes como son la salud pública y los intereses comerciales. Por señalar el punto de partida, consideremos lo siguiente: la mitad de los adolescentes en España los ha utilizado alguna vez. Sí, el 50 %. Un tsunami.
La impactante cifra de consumo de cigarrillos electrónicos por parte de los estudiantes de 14 a 18 años fue hecha pública hace unas semanas por el Gobierno de España durante la presentación de una campaña para alertar a la ciudadanía sobre los nuevos productos para fumar (datos provisionales de 2018 de la Encuesta Estudes). Según el Ministerio de Sanidad, los jóvenes (y no, por ejemplo, los adultos fumadores que quieren dejar de fumar) son el mayor grupo consumidor de estos nuevos dispositivos, lo que supone un riesgo para la salud pública.
Pero ¿qué es la salud pública? Un instrumento de bienestar social, podría decirse. O, según la ley que la desarrolla en nuestro país, aquello que pretende “que la población alcance y mantenga el mayor nivel de salud posible”. Uno de sus ejes fundamentales, muy relacionado con lo que tratan estas líneas, es el llamado principio de precaución, según el cual, ante los indicios de que algo pueda afectar seriamente a la población, se prohibirá o limitará dicho elemento, aunque pueda existir incertidumbre científica sobre el carácter exacto del riesgo que comporta.
Más mercado de adictos a la nicotina
Imagen: Pixabay
Partiendo de esta premisa, la Organización Mundial de la Salud (OMS) publicó este verano su séptimo ‘Informe sobre la Epidemia Mundial de Tabaquismo’, en el que califica de “nuevo desafío” a los cigarrillos electrónicos y productos semejantes que están poblando el mercado, la mayoría de los cuales simulan el acto de fumar mientras suministran nicotina.
Tras hacer una diferenciación general entre productos de tabaco calentado (que llevan tabaco y nicotina), sistemas electrónicos que suministran nicotina y sistemas electrónicos que no suministran nicotina, y tras advertir de la existencia de productos híbridos que contribuyen a mayor confusión de los consumidores, la OMS señala lo siguiente:
- Pese a que muchos de estos productos se comercializan como alternativas limpias y hasta “ecológicas”, sus emisiones son “tóxicas”, en mayor o menor media, y no un mero e inocuo vapor de agua, por lo que pueden afectar también a las personas que están junto a sus consumidores.
- Pese a que se promueven como ayudas para dejar de fumar, “no hay pruebas independientes suficientes para respaldar el uso de estos productos como una intervención para dejar de fumar a nivel poblacional”; al contrario, la mayoría contribuye a “la expansión del mercado de usuarios de nicotina, con un alto riesgo de adicción, particularmente entre niños y adolescentes”.
- Pese a que estos productos se venden como de riesgo reducido, y “si bien algunos de estos productos tienen emisiones más bajas que los cigarrillos convencionales, no están exentos de riesgos y el impacto a largo plazo en la salud y la mortalidad aún se desconoce”.
Esta última frase, por sí sola, debería bastar para que un consumidor racional se lo pensase dos veces. Pero la evidencia demuestra que nuestras decisiones de consumo, aunque nos cueste reconocerlo, no son todo lo racionales que nos gustaría, ya que están influidas por multitud de factores que escapan a nuestra percepción y control. Y aquí entra en juego un elemento fundamental que conforma este escenario: la industria que lo promueve y sus intereses comerciales.
La amenaza que no cesa
Según la OMS, la información errónea sobre estos productos suministrada por sus fabricantes es una “amenaza presente y real” que puede interferir en los esfuerzos para que la gente no fume o deje de fumar, ya que sus promotores “explotan la falta de consenso claro sobre las formas específicas del daño que causan para confundir a los consumidores y evitar regulaciones que afecten a sus productos”.
Y ¿quién es esta industria? En sus inicios, productos como los cigarrillos electrónicos fueron desarrollados por compañías no tabacaleras. Pero esto ha cambiado de forma drástica en los últimos tiempos, debido a que las compañías tradicionales del tabaco han invertido cantidades significativas en este nuevo mercado. Por ejemplo, un tercio de las acciones de la empresa de cigarrillos electrónicos líder en Estados Unidos está controlado por uno de los gigantes del tabaco.
Sin embargo, el caso más llamativo quizá sea el de la denominada Fundación para un Mundo Libre de Humo, financiada por uno de los mayores fabricantes de cigarrillos del planeta y que, según afirma, promueve investigaciones para erradicarlos y apostar por una estrategia de “reducción de daños” y “productos alternativos”, lo que coincide precisamente con lo que vende su único financiador en esta emergente línea de negocio.
En palabras de la OMS, dicha fundación está soportada económicamente por un “oponente persistente al control del tabaco” y forma parte de “una estrategia industrial para influir en las agendas científica y política”, por lo que ha reiterado que “no se va a asociar” con la misma y ha solicitado a los gobiernos y a la comunidad científica que hagan lo mismo y rechacen sus fondos y peticiones de colaboración. La agencia de la ONU va más allá y señala que el hecho de que un fabricante de cigarrillos se posicione como “un defensor de la reducción de daños es un buen ejemplo de estrategia manipuladora (…) para ganar la apariencia de respetabilidad”, mientras al mismo tiempo “bloquea los esfuerzos regulatorios”.
Aviso a la comunidad médica en España
En nuestro país también se libra esta batalla. La Organización Médica Colegial emitió el pasado diciembre una declaración oficial sobre estos nuevos dispositivos, para los que, en virtud de “un uso racional del principio de precaución”, pide la aplicación de “la normativa nacional e internacional del tabaco”, exhortando a los profesionales médicos a “que se informen por fuentes independientes y exhaustivas y no acepten colaborar con la industria tabaquera”.
Pocos meses antes, y bajo el auspicio del Comité Nacional de Prevención del Tabaquismo, casi medio centenar de colegios de profesiones sanitarias, sociedades científicas y organizaciones de consumidores y de promoción de la salud de nuestro país suscribían la Declaración de Madrid para solicitar nuevos avances en la lucha contra el tabaco. Entre otras medidas, las entidades firmantes del documento solicitan la aplicación a los nuevos productos para fumar de las regulaciones existentes sobre fiscalidad, espacios sin humo o publicidad.
En suma, la rápida introducción en el mercado de estos productos, empujada por evidentes intereses comerciales, tiene implicaciones claras en la salud pública. No solo por los posibles riesgos para quienes los consumen y quienes están a su lado, o porque pueda haber una pérdida de oportunidad para que los fumadores abandonen el cigarrillo mediante métodos eficaces y de consenso, sino porque puede suponer un retroceso en la desnormalización del hábito de fumar. Está en juego la captura de una nueva generación de consumidores.
Durante los últimos meses, en Estados Unidos se han detectado varios centenares de casos de enfermedad pulmonar grave y varias muertes asociadas al consumo de cigarrillos electrónicos. Sin embargo, más allá de estos hechos, que aún deben esclarecerse, las principales agencias sanitarias del país mantienen como recomendación oficial que los cigarrillos electrónicos “nunca deben ser usados por jóvenes, adultos jóvenes, mujeres embarazadas o adultos que no estén usando productos de tabaco en la actualidad”, pues, pese a que “tienen el potencial de beneficiar a adultos que fuman si se usan como un sustituto completo de los cigarrillos regulares (…), no son seguros”.
También en el caso norteamericano los jóvenes se hallan en el epicentro de esta realidad. Como señalan las autoridades sanitarias estadounidenses, el “disparado aumento en el uso de cigarrillos electrónicos amenaza con deshacer el progreso logrado, poniendo a una nueva generación en riesgo de adicción a la nicotina”, por lo que “tenemos el compromiso de revertir esta epidemia”.