El fantasma del hambre ha desaparecido de muchos territorios de nuestro planeta. En los últimos 40 años, el número de personas que lo sufrían se ha reducido de 1.200 millones hasta 690 millones, lo que es un gran logro. Pero esto no significa que tengamos más salud: aunque haya menos desnutrición (por falta de alimentos), hay muchísima malnutrición. Es decir, personas cuyos cuerpos presentan un desequilibrio entre la masa grasa y la masa magra (músculos, huesos y órganos) en beneficio de la primera.
Esto se debe, sobre todo, a una elevada ingesta de productos insanos, ultraprocesados, ricos en azúcares añadidos y grasas de mala calidad. Hoy existen millones de personas con sobrepeso y obesidad que se ven arrastradas a padecer enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, hipertensión, problemas osteoarticulares y varios tipos de cáncer. Y esto no es todo. Además de empeorar la salud de nuestro organismo a nivel global, esta forma de consumir está afectando de manera seria a la salud del planeta en el que vivimos. ¿Cómo cambiar esta tendencia? Lo contamos con cinco consejos de expertos.
Distintos especialistas señalan que gran parte del cambio climático y de la pérdida de biodiversidad se debe a nuestro actual modelo de consumo alimentario, basado en más alimentos de origen animal que en los de origen vegetal (frutas, verduras, legumbres, cereales integrales, frutos secos y semillas). La producción de alimentos es responsable de hasta el 30 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y el 70 % de uso de agua dulce. La transformación de ecosistemas naturales a terrenos de cultivo y pastos es el factor que más presión ejerce sobre especies que están actualmente en peligro de extinción. Cambiar este escenario es una cuestión de supervivencia.
Para asumir este inmenso reto, deberíamos tomarnos en serio el problema e intentar cumplir las cinco recomendaciones que un grupo de expertos ha publicado en un informe, tras varios años de trabajo, en la prestigiosa revista The Lancet. Son las siguientes:
1. Disminuir las sobras de alimentos
Muchas personas de 40 años o más recuerdan que, en su infancia, les solían decir en la mesa: «No tires comida, que hay muchos niños que tienen hambre». A juzgar por las cifras actuales, aquellas malas costumbres infantiles se han incrementado en las últimas décadas: cada año, alrededor de 1.300 millones de toneladas de comida terminan en los contenedores de basura, un tercio de la producción total.
Todos los países desperdician alimentos pero, según el nivel de desarrollo de cada país y continente, el despilfarro se da en distintos eslabones de la cadena. Mientras que en África se pierde, sobre todo, en la agricultura (por falta de previsión y tecnología, o por las estructuras precarias), en Europa es el consumidor quien compra en exceso y deja que se caduquen los alimentos. Así, aquí tendríamos que producir menos para ajustar la producción al consumo real.
Lo mismo sucede en supermercados con miles de productos que no se han vendido pasada la fecha de caducidad o en los restaurantes con cantidades exageradas de comida servida que provocan dos problemas: sobrepeso y obesidad (porque cuanto más vemos en el plato, más comemos) y comida sobrante que va a los contenedores. No hay más que fijarse en los platos de los comensales de las mesas contiguas en los restaurantes normales.
Además, sabemos que hasta un 45 % de frutas y verduras, el grupo de alimentos más saludable, es precisamente, junto al grupo de raíces y tubérculos, el que más acaba en la basura, sea en la del productor, del distribuidor, del vendedor o del consumidor, unas cifras que deberían hacernos reflexionar.
2. Aprovechar el agua
No deberíamos cultivar más tierra de la que ya se cultiva ni destruir bosques para producir más alimentos. También sabemos que la cría de animales supone un consumo de agua mucho más elevado que el que se produce en la agricultura. El libro ‘Más vegetales, menos animales’, de Julio Basulto y Juanjo Cáceres, es muy esclarecedor al respecto.
3. Disminuir a la mitad el consumo actual de carnes rojas
Y, también, el de carnes procesadas, lácteos procesados y azúcar, antes del año 2050, fecha en la que se estima que la población mundial alcanzará los 10.000 millones de personas. Para ese momento, deberíamos ser capaces de producir alimentos que proporcionen a toda la población dietas sostenibles, saludables y de referencia (además de adecuadamente energéticas), de acuerdo a las culturas y gastronomías de las distintas regiones del mundo. El reto es que no haya desnutrición ni malnutrición: todas las personas deberían tener acceso a una alimentación sostenible y saludable. Comer menos carnes rojas y procesadas, menos lácteos y menos azúcar mejorará nuestra salud y la del planeta.
4. Transformar de manera radical nuestros hábitos alimenticios
Lo hemos hecho tras la Segunda Guerra Mundial, de manera rápida y alegre, por el éxito de los alimentos hiperprocesados. En parte, esta situación supone un triunfo de la tecnología alimentaria que no hemos sabido asimilar. Hoy sabemos producir alimentos baratos, energéticos, sabrosos, seguros y duraderos… pero no podemos resistirnos a un consumo habitual y exagerado de los mismos, entre otros factores, por acciones publicitarias agresivas que falsean la realidad, como explica el abogado Francisco José Ojuelos. Apelar a nuestra responsabilidad y capacidad de libre elección en un entorno de estas características es erróneo y francamente injusto.
5. Brindar educación nutricional a los niños
Para mejorar el sistema global alimentario es necesario acometer cambios profundos y trazar estrategias diferentes a las realizadas hasta ahora en nutrición infantil. La conducta y actitudes saludables que se aprenden a una edad temprana son más efectivas y duraderas, además de poder ser transmitidas a las generaciones venideras.
Algunas medidas públicas para solucionar los problemas existentes son la restricción efectiva a la publicidad de alimentos insanos en cualquier tipo de plataforma; las sanciones por el desperdicio de alimentos; o el cese de contratos públicos de provisión de productos hiperprocesados (por ejemplo, en máquinas de vending y en restauración) de hospitales y centros sanitarios. También está favorecer a las capas desfavorecidas el acceso a los alimentos saludables como frutas y verduras, cuyo precio se ha elevado en los últimos años por encima de lo deseable.
Por último, como ciudadanos, debemos exigir políticas que ayuden a cumplir estos objetivos mediante la prestación de una Atención Primaria de Salud de alta calidad, sin recortes presupuestarios, que puedan integrar la educación nutricional de toda la población, pero en especial a los niños y jóvenes, con una adecuada planificación familiar.