Comemos, desayunamos y hasta cenamos cada vez más fuera de casa, y lo hacemos poco en familia: en el comedor escolar, solos en el restaurante, picoteando en el bar de la esquina o incluso de táper ante el ordenador de la oficina. Esta tendencia hace que nos perdamos los muchos beneficios que aportan estas comidas compartidas. En las siguientes líneas te los contamos todos, te explicamos qué puede perjudicarlas y te planteamos un reto: ¿qué tal si haces hueco en la agenda para tomar con los tuyos al menos una comida al día?
Muchos recordamos con nostalgia las comidas en familia, una costumbre muy frecuente en nuestra infancia. Hoy en día no es tan común. Los horarios de trabajo han podido con ella y, a veces, con la de cenar juntos, porque con el desayuno ya se ha perdido la batalla.
De hecho, según la última encuesta sobre hábitos de vida elaborada por la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO), el 77 % de los españoles realiza a diario alguna de estas tres comidas fuera de casa, un porcentaje que sube hasta el 90 % en el caso del desayuno. Otro informe, el Estudio Nutricional y de Hábitos Alimentarios de la Población Española (ENPE), promovido por la Escuela de Alimentación de la Fundación EROSKI, defiende que disfrutamos a la mesa de la compañía de toda la familia a mediodía y por las noches, pero no por las mañanas. Los fines de semana cualquier comida se hace mayoritariamente en familia, y se amplía con abuelos, tíos y primos, muy influidos por nuestra cultura mediterránea.
Y aunque no lo hagamos tanto como quisiéramos, en realidad comer constituye la actividad que más desarrollamos a diario con nuestros hijos. Como padres, por tanto, no debiéramos desaprovechar esos minutos con ellos. Así, haremos familia y disfrutaremos de sus beneficios. Porque las comidas familiares suponen algo más que tomar alimentos en un mismo lugar y tiempo. “Como padres, nos permite identificar si nuestros hijos están teniendo problemas en el colegio, con amigos, con el consumo de sustancias, con la comida… Podemos transmitir valores, compartir proyectos, resolver problemas y mejorar la comunicación. A padres e hijos nos permite expresarnos, conocernos y ayudarnos entre nosotros, entrenarnos en expresión oral, empatía, capacidad de escucha, tolerancia… Y a los abuelos, les mitiga la soledad, les hace sentirse queridos y reciben estimulación cognitiva con la conversación”, resume la psicóloga Miriam Magallón, autora del libro ‘Comer en familia’.
Beneficios nutricionales de comer en familia
Todas estas repercusiones se analizan en el informe ‘Comer en familia: hacer de la rutina salud’ (2014), de Beatriz Beltrán y Carmen Cuadrado, profesoras del departamento de Nutrición y Bromatología de la Facultad de Farmacia de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Para este análisis se basan en cerca de 540 trabajos científicos relacionados con aspectos dietéticos y nutricionales publicados entre 2008 y 2014. De esta revisión bibliográfica destacan, de forma muy breve, los estudios que vinculan estos encuentros en familia con la salud, la educación y el comportamiento de niños y adolescentes. Pero, sobre todo, las autoras inciden en las implicaciones dietéticas y nutricionales que comer juntos tiene para toda la familia:
- Instaura y promociona una alimentación saludable. Según el informe, los gustos, las preferencias y las bases de los hábitos alimentarios se forjan en los primeros años y es ahí donde los padres tienen un papel educativo decisivo. Nos autoexige a comer de manera más sana. “Somos su ejemplo. Los niños aprenden por imitación. Si no comes verdura ni fruta, tu hija mañana no lo hará, porque no lo ha visto. Pero también aprenden en comedores y con los amigos. Las presiones del entorno social, la tele o los anuncios es tan bestial…”, advierte el dietista-nutricionista Pablo Ojeda. Adquirir hábitos alimentarios adecuados en las comidas en familia ayudará a mantenerlos o, al menor, suavizar los efectos negativos que los rodeen.
- Fomenta el seguimiento de dietas de mayor calidad, compuestas por un mayor consumo de frutas y verduras, cereales integrales y alimentos ricos en calcio y una menor ingesta (20 %) de comidas preparadas, alimentos ricos en grasa y sal, snacks y refrescos, según distintas investigaciones. “Los niños que comen con sus padres suelen tomar lo mismo que ellos y esto puede influir en la mejor calidad”, apunta el informe, que también subraya la menor prevalencia de comportamientos alimentarios extremos (anorexia o bulimia). “Comer en familia reduce en un 35 % la probabilidad de sufrir trastornos de la alimentación”, puntualiza Magallón, quien aconseja merendar y cenar con los niños para prevenir atracones y desórdenes alimentarios al final de la tarde.
- Posible factor preventivo de sobrepeso y obesidad, en niños y adolescentes y de otras enfermedades crónicas asociadas. El informe de la Universidad Complutense se hace eco de otros trabajos que relacionan las comidas familiares con la prevención de la obesidad. Uno de ellos es ‘Family meals and body weight’, publicado en Appetite en 2011, que analiza los hábitos de 100 familias estadounidenses. En este estudio se muestra una clara relación inversa entre el número de comidas realizadas en familia y el índice de masa corporal (IMC). En esa misma línea insistió una investigación publicada en The Journal of Pediatrics, que evaluó durante 10 años a más de 2.000 adolescentes: los niños que comen en familia son hasta un 15 % menos propensos a sufrir estas patologías, además de otras enfermedades crónicas asociadas, como diabetes tipo 2. Y todo porque en casa se toman menús más equilibrados y raciones adecuadas. Incluso hay estudios que avalan que las personas que comen en la cocina o el comedor presentan IMC más bajo que las que lo hacen en cualquier otro lugar de la casa.
- Constituye la base para elaborar los recuerdos de alimentación que se forman en la infancia y que perduran toda la vida. Los olores, sabores o texturas de determinados productos o preparaciones pueden acompañarnos de adultos y hasta determinar nuestras elecciones alimentarias.
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Otros beneficios para toda la familia
Pero los beneficios de las comidas familiares no solo implican a la nutrición. Según Beatriz Beltrán y Carmen Cuadrado, los menores que participan en estas comidas comienzan a aprender más sobre su herencia cultural, étnica y religiosa y su historia familiar. Además, recurren a ‘Los sorprendentes beneficios de la comida familiar’, publicado en The Journal for Nurse Practitioners en 2011, para asegurar que tiene un impacto positivo en su desarrollo intelectual y en la adquisición de vocabulario de los más pequeños, lo que les redunda en su rendimiento intelectual desde la infancia temprana a los diez años.
Esa misma revisión estadounidense asocia las comidas familiares con valores positivos y cierto efecto protector a comportamientos de alto riesgo en la adolescencia (alcohol, drogas, violencia, actividad sexual, depresión, suicidio, problemas escolares, atracones de comida o pérdida excesiva de peso).
Además, las autoras del informe español apuntan que las comidas familiares juegan un papel importante en la satisfacción laboral y el bienestar de los padres. Según las investigaciones que consultaron para su documento, los padres cuyo trabajo interfiere y dificulta estos encuentros reflejan una mayor insatisfacción con su empleo y futuro profesional; es decir, la satisfacción en el trabajo se une con el tener tiempo para llegar a casa y participar en las comidas familiares que, a su vez, estrecha los lazos con el resto de parientes.
Comer en familia no será beneficioso si…
Sin embargo, todos estos beneficios pueden verse empañados por diferentes factores. Comer con la tele u otros dispositivos (móvil, consola, televisión) lleva a consumir mayor cantidad de alimentos y hasta puede influir en la glucemia en niños con diabetes. “Cuando no estamos prestando atención a lo que estamos haciendo, la lectina (la hormona de la saciedad) pasa un poco desapercibida”, indica Ojeda.
El nivel socioeconómico familiar también puede afectar a la calidad nutricional de la dieta, así como el estrés laboral o la depresión en alguno de sus miembros o ciertas creencias y comportamientos, como la minusvaloración de las comidas familiares, escasas habilidades culinarias, poca planificación de las comidas y poco tiempo para prepararlas.
Y hasta comer fuera de casa. Un estudio de 2013 citado en el informe indicó que alrededor de un cuarto de las familias de los adolescentes se alimentaban de comida rápida en la cena familiar dos o más veces por semana.
¿Por qué no fomentar las comidas en familia?
Muchos de estos inconvenientes se podrían superar con planes que impulsaran las comidas familiares. Según el estudio de la Universidad Complutense, “su fomento es una medida de promoción de la salud y como tal ha de ser considerada en las políticas sociales y de salud pública”. No en vano, ponen como ejemplo de lo que se debería hacer a las iniciativas para dejar de fumar y promover la lactancia materna.
Sin embargo, en España apenas hay campañas dirigidas a fomentar la frecuencia de las comidas familiares, como sí pasa en Estados Unidos. Allí, el Family Day de Columbia promueve las cenas haciendo hincapié en su papel como ayuda para evitar el abuso de drogas en niños y adolescentes, mientras, por ejemplo, la iniciativa privada The Power of Family Meal, cuya página web ofrece recetas y asesoramiento en las compras y la planificación de menús, anima a compartir una comida al día, pues es “una magnífica manera de reforzar la unión con las personas que son más importantes”.
En nuestro país, solo el programa de orientación educativa Comidas en familia (Àpats en família) en Cataluña ofrece recursos, con juegos y recetas para intentar que las familias coman juntas. En el resto de guías o recomendaciones recogen esta necesidad como una pauta más. El ejemplo más claro está en la Estrategia NAOS (Estrategia para la Nutrición, Actividad Física y Prevención de la Obesidad), dependiente del hasta hace poco Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social: solo el último punto de su decálogo para el ámbito familiar y comunitario se centra en la necesidad de involucrar a la familia en todos los aspectos de la alimentación en el hogar. ¿Serían necesarios más planes específicos? “Por supuesto, si no el mensaje se diluye”, reconoce el pediatra Carlos Casabona.