Adaptarse a un confinamiento como el que hemos tenido que vivir para evitar la expansión del coronavirus ha exigido reorganizar la vida en familia. Para los niños ha resultado y resulta —aún no han vuelto al cole— especialmente difícil: la obligación de estudiar, jugar y hacer ejercicio dentro de casa ha podido desestabilizar la armonía doméstica y tener efectos negativos en el terreno emocional, que analizamos a continuación. Pero de esta inédita circunstancia cabe extraer lecciones que ayuden de cara al futuro, como también lo vemos en estas líneas.
Hay en España 6.885.528 niños menores de 15 años, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). De ellos, más de seis millones y medio acudían cada día a los centros donde cursan educación infantil, primaria y ESO (hasta los 6 años, la escolarización es de carácter voluntario). En condiciones normales, su rutina de lunes a viernes se limitaría a ir de casa al colegio y del colegio a casa, si exceptuamos las actividades extraescolares y el rato de juegos en el parque. Pero ante una situación de confinamiento, las condiciones normales dejan de serlo. Esos casi siete millones de niños se han visto obligados a permanecer en sus casas, conviviendo con padres y hermanos 24 horas al día, durante semanas: un panorama nuevo al que no fue sencillo adaptarse.
Cuarentenas como la que hemos vivido alteran el ritmo de la unidad familiar y privan a los pequeños del necesario contacto con el exterior, el cual redunda en “experiencias educativas de calidad, in?uyendo en la motivación y el entusiasmo de los niños sobre el aprendizaje y la escuela”, según la psicóloga y educadora Gabriela Bento, de la Universidad de Aveiro (Portugal). Las actividades al aire libre también tienen bene?cios para la salud, por el gasto energético que implican y la absorción de vitamina D del sol, cuyo déficit puede provocar problemas óseos de adultos.
El confinamiento para los niños, según el país
En España, la cuarentena ha sido drástica para personas de todas las edades; también en Italia y Portugal. En Italia, después de tres semanas de aislamiento completo, se consintió que los padres salieran a dar cortos paseos con sus hijos menores de edad. En otros países las medidas han sido más laxas. En Francia y Bélgica se permitieron “salidas indispensables para el equilibrio de la infancia”. El Gobierno belga animó incluso a realizar ejercicio en el exterior. En Alemania, niños y adultos han podido salir a la calle, siempre y cuando mantuvieran con otros una distancia de seguridad de un metro y medio y en grupos de a dos, excepto en familias. En el Reino Unido se permitieron desde el inicio los paseos con niños, aunque se prohibió su acceso a parques de juegos, para evitar aglomeraciones y por el riesgo de contagio a través del contacto con metal o plástico, donde el virus permanece hasta tres días. Estas medidas buscaban un equilibrio entre su seguridad y su bienestar.
Imagen: cocoparisienne
En esa línea se pronunció el Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid, que pidió “priorizar las salidas a la calle de forma gradual de niños, niñas y adolescentes”. Llamaba a no descuidar la atención “sobre sus necesidades evolutivas, emocionales y, en definitiva, psicológicas”, porque el con?namiento puede generar problemas de esta índole, “en especial, en niños, niñas y adolescentes”. Y, entre estos, enumeraba: alteraciones del estado de ánimo, estrés, alteraciones del sueño, trastornos de conducta alimentaria, síntomas de ansiedad, también psicosomáticos, problemas de conducta o problemas relacionados con la adicción a la tecnología y al juego.
Los expertos han estado a favor de dicha ?exibilidad siempre que se garantizara previamente la seguridad de los niños. Así, para la Asociación Española de Pediatría (AEP) era “prudente y deseable” que se instaurara un periodo previo de confinamiento riguroso que protegiera a la población, y que la población infanto-juvenil lo cumpliera al igual que el resto de los ciudadanos. Una vez garantizada su salud en esa fase preliminar, la AEP creyó conveniente “priorizar un desescalamiento organizado del confinamiento de niños y adolescentes, manteniendo las salidas controladas y vigiladas por un adulto”. De la misma opinión es la psicóloga infantil Silvia Álava: “En todo momento lo que debe buscarse es el menor de los males. Y hasta que la situación no esté del todo controlada, el menor de los males ha sido que los niños se queden en casa. Cuando se logra ese control, es el momento de salir con cuidado y sentido común”.
Efectos psicológicos del confinamiento en los niños
En el plano emocional, el confinamiento puede producir estrés causado por un cambio tan fuerte en su entorno, como advertían investigadores chinos en un artículo publicado en The Lancet también en marzo de 2020. Durante el encierro, “es posible que se den alteraciones de sueño, episodios de rebeldía, rabietas, cambios de humor y peleas entre hermanos”, pone de relieve Silvia Álava.
Tras la cuarentena, en estos días pueden manifestarse secuelas: “A nivel emocional, algunos niños pueden experimentar más ansiedad, miedo, trastornos obsesivos o depresivos”, advierte Álava. “En el plano de la conducta pueden volverse retadores, tener pataletas o regresiones: por ejemplo, vuelven a hacerse pis en la cama cuando lo habían superado”. Son indicadores de que alguna pequeña factura les ha pasado. Si vemos que no concilian bien el sueño, tienen miedo, pierden el apetito o tienen un hambre voraz, hacen llamadas de atención… “Quizá es momento de pedir ayuda profesional”.
Cómo establecer rutinas y no caer en los castigos
Estos con?ictos derivan en gran medida del caos que ha suscitado la nueva realidad. Álava subraya la importancia de establecer horarios y rutinas en los pequeños, pues “les da seguridad”. También lo afirma Carmen de Andrés, doctora en Ciencias de la Educación y profesora de Facultad de Formación del Profesorado y Educación de la Universidad Autónoma de Madrid: “Todos necesitamos esas rutinas, también los mayores. Es primordial establecerlas, para que los pequeños sepan cuándo es tiempo de estudiar, de jugar, de comer, de hacer ejercicio o de dormir”. Cuanto más organizada esté la jornada como en una situación normal, menos probabilidades habrá de que se produzcan los problemas antes citados.
De cara a lograr la deseable armonía, nunca es tarde para elaborar en familia un cuadro de horarios “donde programemos qué hacemos cara hora”, señala Silvia Álava. “Al hacerles partícipes de la plani?cación, los niños no la han visto como una imposición, sino resultado de su propia iniciativa, y será más fácil que la cumplan”.
Imagen: Victoria_Borodinova
Sofocar insurrecciones es posible sin recurrir a regañinas o castigos, que elevarán la tensión en una atmósfera poco relajada de por sí. “Cuando surgen conductas disruptivas que queremos que desaparezcan, lo mejor es dejar de prestarles atención”, explica la psicóloga. “Por el contrario, debemos premiar y alentar aquellas acciones que queremos perpetuar”. Coincide UNICEF, que recomienda usar lenguaje positivo para decir a los niños lo que deben hacer. “Por favor, recoge tu ropa”, en vez de: “No lo dejes todo hecho un lío”.
El colegio en casa: ¿es home-schooling?
La actividad docente ha tenido y tiene su espacio principal en el domicilio. En esta circunstancia, ha sido tarea de los padres asegurarse de que sus hijos se sentaran a estudiar, de que lo hicieran en un espacio adecuado y de supervisar sus avances. En de?nitiva, el con?namiento ha requerido mayor implicación por parte de los adultos.
Para el estudio en casa, los expertos siguen recomendando programar tareas, destinar un lugar especí?co para el estudio ordenado y luminoso, alternar trabajos que requerían más esfuerzo cognitivo (memorizar, asimilar, comprender) con actividades menos intensas (hacer lecturas, notas marginales, esquemas y resúmenes… Pero, aunque esta es la teoría, en la práctica muchas familias no han podido dedicar a los hijos la atención requerida, bien por desconocimiento, bien porque no ha sido posible, porque los padres no se han sentido “capacitados”, o bien porque las casas no han favorecido disponer de un lugar para ello.
Esta forma de estudio casero remite inevitablemente al concepto de home-schooling, opción educativa en la que los padres deciden instruir a los hijos por su cuenta, fuera de las instituciones. Sin embargo, Carmen Urpí, profesora en el Departamento de Educación de la Universidad de Navarra y doctora en Pedagogía, encuentra notables diferencias. “Estar encerrado en casa no es una situación habitual de home-schooling, sino un trance obligado por la alarma declarada”, explica. En caso de cuarentena, el papel de los adultos “sería no tanto convertirse en docentes, sino, sobre todo, en padres, brindando soporte moral y afectivo”, añade Urpí.
Los expertos sugieren aprovechar el tiempo extra que los padres pasan ahora con sus hijos para llevar a cabo actividades que estimulen su creatividad. “Hacer un dibujo, cocinar, bailar… son tareas que canalizan muchas emociones y les hacen sentir bien”, afirma Carmen de Andrés. En cualquier caso, no conviene dramatizar; no haber podido llevar a cabo este conjunto de recomendaciones no tendrá un efecto notable en los niños menores de 15 años. “A esa edad, todo es recuperable; sería más complicado en adolescentes a punto de entrar en la universidad, por el nivel de exigencia de sus materias”, a?rma De Andrés. El plan de estudios debe asumir que este no ha sido un curso normal. “¿Realmente pueden darse por aprendidas las materias correspondientes? Pues no. Será necesario hacer una reestructuración de las materias en el curso siguiente de modo que se comience con un repaso del anterior”, indica Álava.
Tiempo para juegos, pantallas y ocio en familia
Imagen: marcisim
Pero no todo va a ser estudiar o dibujar; los niños deben jugar. El juego aporta mucho en el desarrollo cognitivo, social, emocional y en la formación de la personalidad. A través del juego los pequeños enriquecen su mente, estimulan su fantasía, crean situaciones y les dan solución. Hoy, parte del ocio infantil está ligado al uso de dispositivos electrónicos. “En estas semanas, todos nos colgamos más de las pantallas. Los padres no deben culpabilizar a los niños porque vean más televisión o jueguen con las maquinitas”, dice De Andrés.
Con ciertos límites, eso sí: la Sociedad Española de Pediatría Extrahospitalaria y de Atención Primaria recomienda en niños mayores de dos años que el tiempo de pantalla no supere las 1,5 horas los días de clase y dos horas los ?nes de semana y en vacaciones. Los menores de dos años no deben ver la televisión: “Es la etapa del mayor desarrollo psicomotor y el tiempo frente a la pantalla es un tiempo perdido en este importante proceso”. Para que no se pasen el día pegados a la pantalla, “debemos pactar por escrito el tiempo que van a dedicar a la tableta, al móvil o los videojuegos”, señala Silvia Álava.
Por otra parte, las horas en familia propician el ocio conjunto. Quizá el resto del año la falta de tiempo impide ver películas juntos, preparar con los hijos un bizcocho o competir en juegos de mesa.
Qué aprender de tanto tiempo juntos
¿Es posible extraer bene?cios de este tiempo juntos? La respuesta es sí. Los padres pueden aprovechar los periodos de convivencia estrecha para infundir valores a sus hijos. “Si los pequeños han visto a sus progenitores concentrados en su trabajo, ellos se concentrarán en el estudio; la disciplina es un concepto que se les puede transmitir”, dice Silvia Álava. Y añade: “Esta situación puede ayudarnos a educar en la corresponsabilidad. Compartir tareas es el mejor camino para lograrlo. No para que los padres se ahorren trabajo, sino porque de ese modo van a fomentar la autonomía y la responsabilidad de sus hijos”. Como sugiere UNICEF, también se puede “involucrar a los niños en actividades de limpieza, de acuerdo con su edad y habilidades. Desarrollan el sentimiento de ser necesitados”.
Es tiempo, en de?nitiva, de rescatar el espíritu de grupo fomentado, lo que reforzará lazos afectivos. Como explica la psicóloga Álava, “hay que inculcarles la idea de que los integrantes de la unidad familiar forman un equipo y las tareas deben repartirse entre todos”. Mantengamos esa piña.