Probióticos: ¿un beneficio real o una estrategia de venta?

Los probióticos son organismos vivos beneficiosos para la salud, pero también constituyen un reclamo publicitario en muchos alimentos. ¿Se exageran sus bondades?
Por EROSKI Consumer 7 de junio de 2020
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Imagen: belchonock

Estos organismos vivos, que administrados en las dosis adecuadas aportan beneficios para la salud, son un reclamo publicitario en muchos alimentos. Pero, para que sus bondades sean efectivas, estos productos deben contar con una serie de características que no siempre se cumplen: contener, al menos, 1.000 millones de bacterias por dosis y que estas se mantengan vivas hasta su llegada al intestino. Lo explicamos en el siguiente artículo.

Lactobacilos, bifidobacterias… Son muchos los productos que encontramos en el súper que presumen de tener estos microorganismos vivos en su composición: yogures, encurtidos, quesos, leches fermentadas, algas, aceitunas Pero, ¿para qué sirven? Las cepas de bacterias se han convertido en un potente reclamo comercial que se sustenta en los efectos sobre la salud que se les atribuye: reducen el estreñimiento, acaban con las diarreas, regulan el colesterol… Pero, ¿son ciertos estos resultados o estamos ante una burbuja publicitaria?

Estos alimentos se conocen como probióticos, pero lo primero que debe tener claro un consumidor es que el hecho de que un producto contenga, por ejemplo, bifidobacterias, no quiere decir que sea un probiótico. Para que sean eficaces estas bacterias buenas, levaduras y hongos deben cumplir dos características: es imprescindible que lleguen vivos y en suficiente cantidad hasta el intestino. Según el consenso científico que avaló la Organización Mundial de la Salud (OMS), si el probiótico tiene menos de 1.000 millones de bacterias UFC (unidades formadoras de colonias), no cabe esperar beneficios en el organismo, a menos que hayan sido contrastados por la ciencia. Por lo tanto, un alimento que no cumple estas reglas no es un probiótico.

¿Cómo saberlo?

Es importante que el producto que dice tener estos efectos detalle el estado de los microorganismos que contiene al final del periodo de conservación, es decir, en el momento del consumo. Hay diferentes tipos: en algunas algas marinas, estas bacterias se mantienen gracias a la liofilización (un proceso por el que se congelan y desecan para reducir el contenido de agua) y en otros alimentos, como el yogur, conservan sus propiedades solo si permanecen en frío. Para saber si un alimento es probiótico, su envase debe indicar la cepa de la bacteria que incluye –porque cada una tiene una función específica– y el número de microorganismos.

Hasta ahora, la medicina ha documentado la eficacia de algunas cepas probióticas en indicaciones muy concretas relacionadas, sobre todo, con el sistema inmune (prevención de infecciones) y con la salud gastrointestinal. Por ejemplo, el uso de Bifidobacterium lactis y de Streptococcus thermophilus se asocia, según los metaanálisis (revisión de las investigaciones hechas), con una menor tasa de diarrea e infecciones por rotavirus.

Esa demostración científica es indispensable para que un microorganismo sea considerado un probiótico. Para acreditar sus efectos beneficiosos se le exigen los mismos requisitos y pasa por las mismas pruebas que el principio activo de un medicamento antes de su comercialización. Se estudia en el laboratorio, se testa en animales para establecer su mecanismo de acción y garantizar su seguridad y, finalmente, se prueba en humanos.

¿Cómo encontrarlos?

El documento ‘Probióticos y salud’, evidencia científica que elaboraron los especialistas de la Sociedad Española de Microbiota, Probióticos y Prebióticos (SEMiPyP), puntualiza que los efectos saludables de una cepa no se pueden atribuir a otras, aunque sean de la misma especie. Es decir, si un probiótico es bueno contra la diarrea, otro producto que tenga otra cepa, aunque sea de la misma familia, no tiene por qué ser beneficioso para ese trastorno.

¿Se refleja así en los envases de los productos que incorporan probióticos? Los que se venden en las farmacias como complementos alimenticios en cápsulas u otras presentaciones, sí. Igual que ocurre con los medicamentos: en el prospecto se detallan las indicaciones y, si existen, efectos secundarios. No sucede lo mismo con los probióticos que se incluyen como suplementos en algunos alimentos de venta en supermercados, como los yogures o las leches fermentadas. Como reclamo comercial, pueden encontrarse tan solo términos genéricos, como «fermentos naturales», que sugieren sus bondades digestivas, sin mayor precisión.

 

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Imagen: Pixabay

Reclamos comerciales

Los productos con suplementos probióticos buscan el éxito comercial dirigiéndose a un público amplio y no especifican en qué grupos de población ha demostrado su eficacia la cepa concreta que incorpora ese alimento, un aspecto muy importante, según los especialistas de la SEMiPyP.

Estos microorganismos no actúan de la misma forma en personas de distintas edades (niños o ancianos) o en estado fisiológico diferente (por ejemplo, gestación y lactancia). Desde la SEMiPyP argumentan que las diferencias anatómicas y fisiológicas entre los menores, los adultos y los ancianos, no solo de la microbiota intestinal, justifican que se precisen los beneficios, si existen, en cada grupo. Un ejemplo: la revisión de las investigaciones sobre el empleo de probióticos para la prevención de la diarrea aguda demostró que su uso es más eficaz en los niños que en los adultos.

Cuando aparecieron los productos con suplementos de probióticos, las campañas de publicidad aseguraban que tomarlos era suficiente para conservar la salud intestinal, entre otros efectos. “Está comprobado científicamente que refuerza las defensas de tu cuerpo”, apuntaba una campaña. No era falso, pero la promesa de los beneficios de tomarse un yogur con una determinada bacteria generaba unas expectativas demasiado genéricas y, en la mayoría de los casos, desproporcionadas.

La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) intervino para poner coto a esa publicidad, que consideró engañosa, y recordar qué decía la evidencia científica. La industria alimentaria ha presentado alrededor de 300 solicitudes para que la administración europea avale los beneficios de productos concretos que decían contener cepas con efecto probiótico; la EFSA no ha aprobado ninguna.

La unión con los prebióticos

La salud de nuestros intestinos depende de que las 1.000 especies diferentes de bacterias que contienen se mantengan en equilibrio, y esto puede lograrse de dos maneras: agregando microorganismos vivos (probióticos) o ayudando a los que ya tiene a crecer proporcionándoles los alimentos que “les gustan” (prebióticos). A este segundo grupo pertenecen muchas frutas y verduras (alcachofa, puerro, espárrago…), ricas en fibra y almidón, que sirven de sustento para los microbios intestinales. Ambas estrategias son compatibles y lo que ha averiguado la ciencia es que, en ocasiones, cuando se unen, multiplican los efectos beneficiosos en la salud.

También existen suplementos de prebióticos, como los hay de probióticos, pero sobre ambos los especialistas señalan que no pueden en ningún caso sustituir una dieta equilibrada y variada. Atribuir efectos prodigiosos a nutrientes y complementos concretos de los alimentos es una tendencia aprovechada comercialmente por muchas marcas. En el caso de los probióticos, está justificado su uso tanto en la prevención como en el tratamiento de numerosos problemas digestivos o infecciosos. Sin embargo, recurrir a ellos no es sustitutivo de hábitos saludables, explican los expertos. Así, a una persona con estreñimiento puede venirle bien un probiótico (es uno de los beneficios contrastados por la medicina), pero, sobre todo, debe hacer ejercicio físico regular, beber agua e incorporar a su dieta fibra, alimentos frescos de origen vegetal y cereales integrales.

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