El coronavirus ha transformado nuestras vidas; también la enseñanza. Durante meses, lo virtual se ha impuesto y ha abierto nuevas realidades: pantallas de ordenadores, teléfonos y tabletas han sustituido a aulas y pizarras; profesores de escuela ordinaria se han convertido en docentes online; padres que intentan mantener su día a día laboral con el teletrabajo, de pronto actúan también como maestros de sus hijos; y estudiantes que incluso han echado de menos ir a clase. Tras un final de curso precipitado, los meses de verano sirven para preparar la vuelta al cole tras la covid-19. Ahora bien, ¿conviene hacer deberes durante las vacaciones? ¿Cómo volver a la normalidad con la mayor seguridad y evitar ansiedad en los alumnos?
¿Hay que seguir estudiando en verano?
Las vacaciones estivales son (suelen ser) sinónimo de desconexión y disfrute de los pequeños placeres; pero también de cuadernos escolares de verano o de algún que otro trabajo para reforzar lo que los estudiantes han aprendido durante el curso. Teniendo en cuenta lo dura que ha sido esta pandemia para los más pequeños, algunos docentes creen que se han ganado un merecido descanso. Como Cristian Olivé, candidato al Premio Educa Abanca al Mejor Profesor de España y miembro del máster universitario en Formación del Profesorado de Educación Secundaria y Bachillerato en la Universidad Pompeu Fabra, para quien tener en cuenta la opinión de los hijos es esencial: “Quizá se debería plantear en casa el debate de si les apetece realizar tareas académicas durante el verano o si se inclinan más por actividades de ocio. Al final, los alumnos tienen derecho a decidir qué tipo de verano disfrutar. Estoy convencido de que muchos querrán repasar contenidos, pero otros desearán desfogarse y echar a correr como nunca”.
Por su parte, la pedagoga Yolanda Domínguez Frejo sostiene que este año tan especial es conveniente algún tipo de refuerzo. Eso sí, los deberes estivales deben ser personalizados. Aunque los profesores no han estado con ellos desde marzo, conocen bien a sus alumnos por su trabajo anterior con los chicos. Han estado juntos desde septiembre hasta marzo, han compartido clases, tutorías e incluso actividades extraescolares. Por eso, están capacitados para saber qué demanda cada uno de ellos, cuáles son sus puntos fuertes y sus puntos débiles, qué tareas pueden hacer para salir reforzados. “Que cada niño tenga las tareas que necesita para reforzar aquellos contenidos fundamentales para el curso que viene”. No se puede mandar las mismas tareas a todos, porque para unos resultará facilísimo hacerlas, mientras que para otros se convertirá en un esfuerzo aún mayor que durante el curso, al no tener apoyo de los profesores y quizá tampoco de sus mayores, o de un profesor particular. Y, por supuesto, queda descartado aprender nuevos contenidos: basta con centrarse en objetivos mínimos fundamentales para poder seguir el curso siguiente con éxito.
Ahora bien, si se opta por un verano con deberes, los padres deben entender que los niños tienen que descansar un tiempo —mínimo, un mes o mes y medio— sin hacer nada relacionado con el estudio. “La mente necesita desconectar y tener horarios más flexibles que durante la rutina de los demás meses del año”, explica la pedagoga. “El resto del tiempo, sí que les viene muy bien recuperar ciertos hábitos de trabajo que, según la edad, podrían ocupar de media hora a una hora y media diaria”, concluye Domínguez Frejo.
Aprender jugando
Aprender es una aventura que va más allá de abrir un libro, tomar apuntes en un aula o presentarse a un examen de evaluación. Por eso, la propia Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) anima a padres y a profesores a “ir más allá de la enseñanza y el aprendizaje formal y considerar también la educación informal”. Se debe motivar lo más posible a los estudiantes para que jueguen y participen en actividades de aprendizaje entretenidas que les permitan levantar el ánimo en tiempos de crisis y aumentar su motivación por aprender. Y más si estamos de vacaciones.
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Los cuadernos de verano resumen los contenidos principales de cada asignatura e intentan hacerlo de una manera más ligera que los libros de texto habituales; sin embargo, muchos alumnos suelen considerar que son “más de lo mismo”. “Las tareas estivales tendrían que ser muchísimo más lúdicas. Contamos con Internet —una valiosa herramienta para los educadores— donde hay miles de páginas que resultan mucho más atractivas que las fichas o el cuaderno de turno”, aconseja la pedagoga. “Se trata de que los deberes veraniegos sean motivadores, porque si les damos lo mismo que en invierno, no conseguiremos nada, solo potenciaremos su frustración”.
Toda actividad que a los niños y niñas les parezca útil y tenga que ver con su mundo será un recurso muy apropiado. ¿Cuáles? Por ejemplo, materiales online que les permitan interactuar, redactar un cuaderno de bitácora del verano, escribir sus propias historias, así como otras experiencias que en invierno, por falta de tiempo, no se pueden llevar a cabo. Cristian Olivé añade otras vivencias, como establecer el diálogo intergeneracional, leer y escribir sus propias reflexiones o debatir temas de actualidad con los adultos.
Después del largo encierro de esta primavera en casa, las actividades deberían tener lugar al aire libre: en el monte, en la calle, en la playa… o en un parque. Y siempre en compañía de más niños porque, como apunta Yolanda Domínguez, “relacionándose con otros es como más y mejor aprenden, aunque sea guardando distancias y con mascarillas”. Y si este año hemos renunciado a un campamento de verano (algunos hay, sujetos a la nueva normativa de seguridad e higiene), la mejor solución es establecer redes de adultos —otros familiares o padres de amigos, si los propios están trabajando— para permitirles salir el mayor tiempo posible de casa.
Los retos del nuevo curso escolar
Igual que el teletrabajo de los mayores se ha revelado como herramienta eficaz en esta etapa, parece claro que en el próximo curso la educación online convivirá en mayor o menor medida con la presencial, según los expertos. “Durante las semanas de confinamiento, alumnos y profesores han tenido que desenvolverse como nunca dentro de un entorno digital, así que deberíamos aprovechar todo lo que han aprendido y potenciarlo a partir de ahora”, apunta Cristian Olivé.
Pero la próxima vuelta al cole no estará solo marcada por los contenidos que los estudiantes deban aprender, por la manera de impartirlos o por las normas sanitarias que determinan la nueva normalidad en los centros educativos. También será preciso que profesores y padres refuercen la parte emocional de los alumnos, tal como afirma Cristian Olivé: “No deberíamos lanzar la teoría como una ametralladora para intentar recuperar lo perdido, sino ver durante el próximo curso lo que hemos ganado y fortalecerlo. Será necesario mucho trabajo en equipo entre alumnos y mucha atención individualizada. La escuela es un espacio de encuentro y debate, de autoconocimiento y reflexión. Si creemos que la educación supone solo transmitir conocimientos, tenemos los días contados”.
El confinamiento de la primavera ha sido duro: niños y adolescentes han sufrido una carga emocional fuerte y cada uno la ha sobrellevado como ha podido, dependiendo en especial de su situación familiar. “No podemos aparentar que no ha pasado nada, hay que trabajar esos sentimientos durante el curso”, recomienda Yolanda Domínguez. ¿Cómo? Potenciando las tutorías, no solo en grupo, sino también a título personal. Porque los menores tienen que hablar de la covid-19, de cómo ellos han vivido el confinamiento, expresar como cada uno quiera —y pueda— sus vivencias. Y para alcanzar ese objetivo es preciso que existan espacios en la propia escuela en los que puedan contar sus preocupaciones emocionales y sociales, no solo las educativas.