En la última edición de ‘El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo‘ se estima que el 8,9 % de la población mundial, casi 690 millones de personas, pasó hambre el año pasado. Son 10 millones más que en 2018 y casi 60 millones más que hace cinco años. Desde 2014 el número de personas que padece hambre ha aumentado al ritmo de la población mundial. Así, cinco años después de que todos los países miembros de Naciones Unidas se comprometieran con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible a poner fin al hambre, la inseguridad alimentaria y todas las formas de malnutrición, seguimos sin realizar progresos suficientes para alcanzar este objetivo.
La segunda meta de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) es poner fin al hambre en el mundo y tiene dos variantes: asegurar el acceso de todas las personas a una alimentación sana, nutritiva y suficiente durante todo el año (2.1) y poner fin a todas las formas de malnutrición (2.2). Los datos más recientes de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) indican que el mundo no está avanzando hacia ninguna de las dos.
Existen muchas amenazas que afectan a los progresos: desde los conflictos, la variabilidad climática y los fenómenos meteorológicos extremos, a la desaceleración y el debilitamiento de la economía. Y ahora nos encontramos además con la pandemia de la covid-19, así como los brotes sin precedentes de langosta del desierto en África oriental, que están empeorando las perspectivas económicas mundiales de un modo que nadie podría haber anticipado. Es posible que la situación solo vaya a peor, si no se actúa con urgencia y se toman medidas sin precedentes.
El precio de una dieta saludable
La superación del hambre y la malnutrición en todas sus formas (incluyendo desnutrición, déficit de micronutrientes, sobrepeso y obesidad) va más allá de garantizar alimentos suficientes para sobrevivir: lo que la gente come —y, especialmente, lo que los niños y niñas comen— debe también ser nutritivo y saludable. Y, sin embargo, un obstáculo clave sigue siendo el alto coste de los alimentos nutritivos y la baja disponibilidad de dietas saludables para un gran número de familias.
El informe presenta pruebas de que el coste de una dieta saludable excede los 1,90 dólares diarios, el umbral de la pobreza internacional. Esto significa que incluso el precio de la dieta saludable más barata quintuplica el coste de alimentarse tan solo con alimentos ricos en fécula o almidón. Los alimentos lácteos ricos en nutrientes, frutas, verduras y los alimentos ricos en proteínas (procedentes de plantas o de animales) son los grupos de alimentos más caros.
Resulta inaceptable que, en un mundo que produce alimentos suficientes para alimentar a toda su población, más de 1.500 millones de personas no se puedan permitir una dieta que cumpla los niveles necesarios de nutrientes esenciales y más de 3.000 millones ni siquiera se puedan permitir la dieta saludable más barata.
Las personas que no disponen de acceso a dietas saludables viven en todas las regiones del mundo; por tanto, estamos ante un problema global que nos afecta a todos. En Euskadi, por ejemplo, según la Encuesta de Pobreza y Desigualdades Sociales (EPDS) 2018, más de 33.000 niños, niñas y adolescentes viven en hogares en situación de privación material severa, lo que puede suponer no permitirse una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días.
Como resultado, la carrera para terminar con la malnutrición parece comprometida y sigue siendo una grave amenaza en especial para los niños y las niñas. En 2019, entre un cuarto y un tercio de los menores de cinco años (191 millones) sufrían retraso en su crecimiento o emaciación (es decir, eran demasiado bajos o demasiado delgados para su edad). Otros 38 millones de niños y niñas menores de cinco años tenían sobrepeso.
Un cambio global contra el hambre y la malnutrición
«El avance en la lucha contra la malnutrición es demasiado lento para alcanzar las metas mundiales de nutrición de 2025 y 2030», advierte el informe de la FAO. Pero todavía es posible lograr un cambio global hacia dietas saludables que ayudaría a controlar el retroceso en el hambre y, a la vez, generaría enormes ahorros. Se calcula que un cambio así permitiría compensar casi por completo los costes asociados a las dietas poco saludables derivados de la mortalidad y las enfermedades no transmisibles relacionadas con la alimentación, que se calcula alcanzarán 1.300 millones en 2030; mientras que los costes sociales de las emisiones de gases de efecto invernadero asociados a las dietas, estimados en 1.700 millones, podrían reducirse en más de tres cuartas partes.
Aunque las soluciones específicas serán diferentes en cada país, o incluso dentro de un mismo país, las respuestas generales pasan por la totalidad de la cadena de suministro de alimentos, en el entorno alimentario y en la economía política que configura las políticas de comercio, gasto público e inversión. Es fundamental una transformación de los sistemas alimentarios para reducir el coste de los alimentos nutritivos y aumentar la asequibilidad de las dietas saludables.
Los gobiernos deben integrar la nutrición en sus planteamientos de la agricultura; trabajar para acabar con los factores que causan el aumento de costes en la producción, almacenamiento, transporte, distribución y comercialización de los alimentos —incluyendo la reducción de deficiencias y de pérdida y derroche de alimentos—; apoyar a los productores locales a pequeña escala para que cultiven y vendan más alimentos nutritivos, y garanticen su acceso a los mercados; priorizar la nutrición infantil como la categoría que más lo necesita; promover el cambio de hábitos a través de la educación y la comunicación; e incorporar la nutrición en los sistemas de protección social y en las estrategias de inversión.
Pero no olvidemos adoptar también un compromiso individual para apoyar este giro transcendental, para garantizar que se convierta en un camino sostenible para todas las personas y para el planeta.