Ha ocupado titulares estos días, pero el dato no es realmente una sorpresa: durante los meses más estrictos de confinamiento, hemos subido de peso. Así lo sugiere una encuesta realizada por la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (Seedo), cuyos resultados estiman que casi la mitad de la población ha engordado y que, en el 73 % de los casos, el aumento ha sido de entre uno y tres kilos. Detrás de estas cifras están nuestra manera de comer, el tipo de alimentos elegidos y la reducción de actividad física, tres elementos fundamentales en el estilo de vida que condicionan la salud, especialmente en mitad de una pandemia. Las investigaciones sobre obesidad y covid-19 señalan que el sobrepeso empeora nuestras perspectivas de supervivencia. ¿Deberíamos adelgazar de manera preventiva?
¿Por qué engordamos? La tormenta perfecta
El confinamiento de los meses pasados provocó alteraciones importantes en la rutina. El modo de trabajar, de hacer vida social, de educar, de comprar y hasta de sentir ha sido diferente en este tiempo cargado de incertidumbre y extrañeza. Pero también se han mantenido algunas constantes en ese contexto de cambios; por ejemplo, el hecho de comer. Nos hemos seguido alimentando mientras todo lo demás se modificaba, si bien en muchos casos hemos cambiado nuestra manera de comer.
Las razones que lo explican son diversas: desde el intento de ahorrar al máximo (en abril había más de un millón de familias con todos sus miembros en paro) hasta la ansiedad, el aburrimiento o la pereza de cocinar todos los días. En líneas generales, quienes pudieron mantener su presupuesto en alimentación dejaron atrás la compra de búnker —con grandes cantidades de legumbres, pasta, arroz y conservas— para colocar en el carrito los llamados productos de indulgencia: más patatas fritas y snacks, más bollería y galletas, más alcohol y chocolate. Y más pedidos de comida a domicilio.
La ansiedad, la angustia y el miedo favorecieron el llamado “hambre emocional”, ese del picoteo entre horas, las visitas frecuentes a la nevera y la preferencia por los alimentos ricos en grasas, azúcar o sal, una combinación ganadora en tiempos de tristeza porque nos provoca una potente sensación de felicidad. El aburrimiento, la mayor disponibilidad de tiempo o el desafío de entretener a los niños nos hizo cocinar más y, sobre todo, alentó el boom repostero y panadero, ese que agotó la levadura de los lineales del supermercado en cuestión de semanas.
A estos cambios —significativos y, sobre todo, sostenidos— se sumó el sedentarismo, un elemento tan importante como el tipo de alimentos elegidos y la frecuencia de consumo. Según la encuesta de la Seedo, más del 50 % de las personas permanecieron sentadas cinco horas (o más) cada día, el 30 % dedicó esa misma cantidad de horas a ver la televisión y el 56 % de las personas hizo menos ejercicio durante los meses de confinamiento. La disminución (o ausencia) de ejercicio físico ha influido en casi todas las personas, más allá de qué o cuánto hayan comido. Por tanto, no es de extrañar que incluso quienes mantuvieron su dieta habitual hayan experimentado un aumento de peso.
Los problemas derivados del sobrepeso
Subir un kilo, dos o tres puede parecer poco pero no lo es, porque las personas tendemos a mantener el peso ganado con el paso de los años. El problema, más allá de la preocupación estética, es que el incremento de peso tiene repercusiones muy serias en la salud general. Sobre todo, en mitad de una pandemia que ha sido capaz de llevar los servicios sanitarios al límite. ¿Cuáles son las principales consecuencias?
? Más obesidad, peores perspectivas frente al coronavirus
El sobrepeso empeora nuestras perspectivas de recuperación si nos contagiamos de SARS-CoV-2. La evidencia disponible indica que la obesidad es un factor de riesgo que aumenta la gravedad de la covid-19 y la probabilidad de fallecer por esta enfermedad. ¿Hasta qué punto? Algunos estudios, como el OpenSAFELY, realizado en Reino Unido, señalan que el riesgo de sufrir una enfermedad crítica de covid-19 se incrementa en un 44 % para las personas con sobrepeso y que casi se duplica para las personas con obesidad. A su vez, la probabilidad de fallecer por covid-19 también aumenta con el nivel de obesidad: cuanto mayor es nuestro índice de masa corporal (IMC), mayor es el riesgo de muerte.
¿Por qué sucede esto? De momento, no hay una única respuesta, sino varios mecanismos que podrían explicar la relación entre ambas patologías. Un editorial publicado en junio de este año en The British Medical Journal (BMJ) destaca estos cuatro:
- La obesidad disminuye la función pulmonar a través de una mayor resistencia en las vías respiratorias y una mayor dificultad para expandir los pulmones. Respirar cuesta más cuando hay exceso de peso y es mayor la presión sobre el diafragma.
- La enzima ECA2, que el virus utiliza para entrar en las células humanas, es más abundante en las personas con obesidad.
- La grasa acumulada de las personas con obesidad puede actuar como un reservorio viral para el SARS-CoV-2 antes de propagarse a otros órganos.
- La obesidad también puede alterar las respuestas inmunes, debilitando nuestras defensas y aumentando la probabilidad de que se produzca una tormenta de citoquinas (esa respuesta descontrolada del sistema inmune que hace colapsar todo el organismo hasta provocar la muerte).
En todo caso, hay más mecanismos posiblemente implicados, como la inflamación. En la obesidad, los adipocitos causan inflamación sistémica, que empeora el pronóstico de los pacientes que contraen una infección por covid-19, tal y como detalló el pasado 3 de junio el portal ConscienHealth.
? Más obesidad, más presión sobre el sistema sanitario
El aumento de peso durante el confinamiento podría ser solo una anécdota antropológica si el sobrepeso de la población fuese anecdótico también. Pero la realidad es bien distinta. En España, en 2017, el 55 % de los adultos ya tenía sobrepeso y casi 2 de cada 10 personas presentaba obesidad, una condición que dispara el riesgo de sufrir otras enfermedades y, con ello, las tasas de mortalidad. Es decir, lo sucedido en estos meses de 2020 agrava un problema de salud pública que ya arrastrábamos de antes: los altísimos índices de sobrepeso y obesidad que registramos en nuestro país y el resto del mundo.
La obesidad también es una pandemia y los datos más recientes indican que está fuera de control. Un extenso informe de la FAO, titulado ‘El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo’ y publicado en 2019, subraya que “la prevalencia del sobrepeso está aumentando en todos los grupos de edad, en todas las regiones, y se dan tendencias especialmente acusadas entre los adultos y los niños en edad escolar, incluidos los adolescentes”. Según este mismo documento, el avance en la lucha contra la malnutrición es demasiado lento para alcanzar las metas mundiales de 2025 y 2030.
O, peor aún, nos dirigimos al escenario opuesto. El libro ‘La pesada carga de la obesidad‘, publicado por la OCDE también en 2019, sostiene que la esperanza de vida se reducirá 3 años en 2050 y que el sobrepeso provocará la muerte de hasta 92 millones de personas en los países que, como España, integran esta organización. Ese pronóstico tiene consecuencias que van más allá de la disminución en la esperanza y la calidad de vida de las personas. De continuar con esta tendencia, en los próximos 30 años la obesidad supondrá el 10 % de nuestro gasto sanitario.
¿Tenemos que adelgazar para protegernos de la covid-19?
Patologías asociadas, más presión en el sistema sanitario, peores perspectivas frente al nuevo coronavirus… Si la obesidad aumenta el riesgo de covid-19 y agrava la enfermedad, ¿adelgazar sería útil para protegernos de la pandemia? Algunos mensajes recientes lanzados en redes sociales y medios de comunicación sugieren que sí, pero la respuesta no es tan sencilla como parece.
«La obesidad empeora las perspectivas, pero eso no significa que adelgazar las mejore, ni que reduzca el riesgo o evite el contagio de covid-19», advierte el dietista-nutricionista Julio Basulto, quien reacciona con preocupación ante la idea de bajar de peso para protegerse de la pandemia. «¿Bajar de peso cómo?», se pregunta, y menciona numerosos ejemplos en los que hacer dieta para adelgazar pone en riesgo nuestra salud, más allá del coronavirus.
Batidos détox, planes excesivamente restrictivos, métodos milagrosos… Todos son perjudiciales de por sí, pero pueden serlo aún más si el objetivo es hacer frente al nuevo virus. “El modo de adelgazar que promueven las dietas de choque se traduce en una peor respuesta inmunitaria”, advierte Basulto. También suponen pérdida de masa muscular, vitaminas, minerales y déficit de nutrientes fundamentales para que funcione bien nuestro organismo. Es decir: ponerse a dieta por la covid-19 como quien se pone a dieta por la operación bikini puede suponer un riesgo añadido de cara a superar la enfermedad.
«Perder peso de manera saludable es útil para mejorar la respuesta inmunitaria, pero no evitará que contraigamos la covid-19. Tampoco garantiza que la sintomatología vaya a ser menor —explica el nutricionista—. Aunque hay muchos estudios que relacionan la obesidad con una mayor inflamación sistémica y una menor respuesta inmunitaria, lo cierto es que ninguno ha demostrado beneficios de adelgazar en pacientes con covid-19, así que la razón para perder peso debe ser mejorar la salud, no protegernos de esta infección«.
La recomendación, en suma, es no entusiasmarse con los atajos ni con planes a corto plazo. Por ello, los expertos en nutrición recomiendan seguir una dieta saludable: un patrón de alimentación que podamos sostener en el tiempo donde destaquen la presencia de vegetales (frutas, legumbres, hortalizas) y la ausencia de productos ultraprocesados (responsables, en gran medida, de nuestros índices de obesidad). En otras palabras, la pérdida de peso no debería ser el objetivo sino la consecuencia de alimentarnos mejor.