El niño llora, grita, patalea, se tira al suelo y hasta puede pegarte, decir palabras que pueden herirte, o, por el contrario, aislarse en su habitación. Todas ellas son conductas normales en una rabieta o berrinche. Y tienen su explicación científica. Conocerla te hará ver a tu hijo de 2-3 años, y hasta con más edad, de manera diferente cuando pase por una. Y también actuar de forma distinta. A continuación de contamos qué pasa en el cerebro y el resto del cuerpo cuando un niño tiene una rabieta. Y te apuntamos qué debes hacer y qué no en estas circunstancias.
¿Qué es una rabieta?
En torno a los dos años de edad, los niños y niñas tienen reacciones emocionales que desconciertan a sus padres. Cuando llega la hora de irse a dormir, o en el momento de tener que vestirse, por una chuchería… o aparentemente sin motivo, el pequeño explota en llanto, gritos, pataletas… Estas rabietas o berrinches son conductas evolutivas, propias del desarrollo del menor; su reacción ante una situación de frustración, impotencia o malestar.
¿Qué significan? A estas edades, “el niño va ganando en autonomía y surge en él la conciencia de que es una persona distinta a sus adultos y que puede decidir. Empieza a decir ‘no’, como una manera de diferenciarse y de poner un límite respecto a los adultos”, comenta Leire Iriarte, psicóloga sanitaria y vicesecretaria de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (Sepypna). Esta oposición también es una muestra de que quiere construir su propia identidad. Y como los recursos lingüísticos del niño aún son escasos, se sirve de una manifestación conductual (la rabieta) para explicar lo que quiere (o no) o simplemente qué le ocurre o siente. “Es reflejo de un conflicto o lucha interior del niño y que no sabe gestionar”, reconoce.
Y les ocurre a todos. Pero su personalidad y temperamento tiene mucho que decir. Algunos niños reaccionan más fuerte y con más rapidez (los que suelen tener más rabietas), y otros lo hacen con menos fuerza y tardan más en reaccionar (tienen muchas menos). Sin embargo, por sexos no hay apenas diferencia. Los niños son más propensos a mostrar su malestar con conductas y mientras que ellos tienen a patalear, ellas prefieren aislarse en una esquina o en su habitación.
Los niños con patología neurológica (daño cerebral, autismo…) tienen más rabietas, pero, por supuesto, el berrinche no es en sí mismo un síntoma de trastorno mental. “En caso de que sea continuado, sin posibilidad de calmarse y, acompañado de otras manifestaciones problemáticas, podríamos pensar que algo está ocurriendo”, sostiene Iriarte.
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Entonces, ¿cuándo una rabieta no es normal? “La rabieta es una reacción tan natural y fisiológica como hacerse pis cuando uno es pequeño”. Así de claro se expresa Álvaro Bilbao, neuropsicólogo y experto en plasticidad cerebral. Por eso, a los cinco e incluso a los siete años, también los berrinches pueden ser habituales. “Hay niños que tienen muy poco autocontrol y los padres se ponen nerviosos y no lo hacen bien… por lo que podría perpetuarse más en el tiempo”, señala. Y es normal.
Pero en edades tan avanzadas también puede servir como herramienta de control, de mostrar cierto poder sobre los demás o de intentar conseguir algo que quiere. Estaríamos ante rabieta secundaria o instrumentalista. “Pasa —dice Bilbao— en niños que han tenido muchas rabietas y sus padres ceden, por lo que empieza a tenerlas para lograr lo que quiere”.
Qué pasa en el cerebro (y el cuerpo) de tu hijo cuando tiene una rabieta
Álvaro Bilbao conoce muy bien el cerebro infantil. En su libro ‘El cerebro del niño explicado a los padres’ (2015) les acerca el mundo interior de los más pequeños para que puedan educarles desde la comprensión de sus verdaderas necesidades. Y las rabietas también tienen su explicación.
Aparecen cuando el niño tiene unos dos años. ¿Por qué no antes? “A estas edades ya se ha desarrollado una zona de la corteza cerebral que permite persistir, mantener la atención o la intención en un tema concreto. Sin embargo, no tiene desarrollada la otra capa del cerebro que le permite controlar sus emociones. El niño no tiene suficientes neuronas dopaminérgicas en la corteza prefrontal; las que tienen la capacidad de inhibir los estados emocionales más intensos que suceden en el sistema límbico. Es como si tuviéramos un coche que no tiene frenos”, aclara.
Entonces, cuando una región del cerebro emocional se excita en exceso debido a la frustración, la tristeza o a cualquier otra emoción que resulte muy intensa, el niño no será capaz de dominar su estado de ánimo. “Se encuentra atrapado entre esa necesidad de luchar por lo que quiere y la incapacidad por calmarse solo. En ese momento, una manera de calmar esa tensión emocional que se ha producido es a base de llanto, pataleo… La pataleta no ocurre para conseguir lo que quiere, sino que ocurre cuando se ha dado cuenta de que no y es entonces cuando descarga las emociones”, comenta.
¿Y cómo lo hace? Durante una rabieta ocurrirán dos reacciones físicas:
- El niño se agitará con pataleo, golpes, gritos… El sistema nervioso parasimpático está activado y se recurre al movimiento como forma de descargar esa emoción. Los ganglios basales se activan y el cuerpo se mueve. Aquí también tiene mucho que ver la dopamina. “Cuando tenemos una frustración, salimos a correr, a hacer ejercicio… activar este circuito motórico nos ayuda a activar la dopamina; que es una fuente de calma”, afirma el neuropsicólogo.
- El niño llorará. Se activa la producción de serotonina, un neurotransmisor que nos tranquiliza. “Llorar es una estrategia bien pensada a nivel biológico para que el niño se calme antes”, asegura Bilbao.
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Así que, aunque veamos al niño enrabietarse, lo que está haciendo en realidad es intentar calmarse. De ahí que “no debamos minimizar estas reacciones o enfadarnos pensando que está reaccionando por algo que para nosotros puede resultar hasta una nimiedad, sino tratar de entender lo que le está ocurriendo en ese momento y por qué necesita expresarse de esta manera”, recomienda la psicóloga clínica Leire Iriarte.
¿Se puede prevenir un berrinche?
Prevenir los berrinches, por tanto, es difícil, pero podemos intentar minimizarlos. ¿Cómo? La miembro de Sepypna aporta dos pautas:
?? Evitar situaciones que estimulen o faciliten que el niño se manifieste de esta manera: se muestra muy cansado, está hambriento o tiene alguna incomodidad física. En este sentido, Bilbao discrepa: “Hay padres que confunden necesidades con rabieta. El niño que tiene hambre no tiene una rabieta, sino que está pidiendo cubrir una necesidad: comer. Pero el que quiere una chocolatina y ha desayunado hace una hora, está pidiendo un capricho. Es bueno que los niños entiendan la diferencia entre necesidad que se debe cubrir y un capricho que puede esperar y que es bueno que niño tenga resistencia”.
?? Anticiparles lo que va a ocurrir. “Los niños deben tener claras unas pocas normas firmes, coherentes y consistentes, de manera que puedan anticipar qué es lo que va a ocurrir”, explica la psicóloga. “El niño necesita límites, que le digan que ‘no’, porque esto les proporciona organización, seguridad y les ayuda a poder regularse por sí mismos”, resume.
Cómo actuar ante un berrinche
Y si aparece una rabieta, ¿qué podemos hacer? Es habitual que esas situaciones los padres nos sintamos impotentes, rabiosos, culpables… pero es importante mantenerse calmados en esos momentos. Por tanto, no se debe reaccionar con angustia, rabia o enfado. Álvaro Bilbao nos da varios consejos al respecto:
? No debemos gritarle ni castigarle. Tampoco dejarle solo. Y no hacerle sentir vergüenza.
? Sí debemos quedarnos al lado del niño, darle tiempo y darle un abrazo cuando el berrinche termine y decirle que esté tranquilo y que estamos ahí.
Para Iriarte, no hay fórmulas, pero es importante ser pacientes y entender que cada niño tiene su ritmo y sus tiempos: “Cada padre deberá ver en cada momento y en función de lo que le ayuda a su hijo cuál es la mejor estrategia que le ayuda a calmarse”.
Así, si el uso de las palabras puede ser insuficiente o hace que empeore la situación, podríamos actuar: abrazarle, agarrarle, ponernos a su lado en silencio, llevarlo a un sitio tranquilo… cualquier cosa que ayude a disminuir la fuerza o intensidad de la rabieta. Y, a medida que el niño se va calmando, la psicóloga recomienda “hablarle, empatizando con su malestar o con su emoción, tratando de transmitirle que, a pesar de que no estamos de acuerdo con la manera en que expresa su malestar, vamos a ayudarle a hacerlo de otra manera, reafirmando el amor y el cariño que les tenemos”. ¿Y dejarle solo? Dejarle en un lugar tranquilo no significa abandonarle. “Se le puede acompañar, pero si no quiere, podemos salir de la habitación y acudir cada cierto tiempo, de manera que sienta que estamos ahí y le vamos a ayudar”, apunta.
A veces pasa que este tipo de pataletas se dan en la calle, tiendas… sitios donde hay gente. Esto puede hacer que os sintamos más incómodos, pasemos hasta vergüenza, no sepamos cómo reaccionar y nos inhibamos a la hora de controlar la conducta del niño. El neuropsicólogo justifica esta conducta: “Estas personas, de pequeños cuando tuvieron una rabieta, tuvieron un adulto al lado que les hizo pasar vergüenza, les hizo sentir culpa, que eso no estaba bien…”.
¿Qué hacer en estos escenarios? “Tratar de ignorar el posible juicio social”, aconseja Leire Iriarte. “No juzgarnos a nosotros mismos ni decir al niño ‘hasta aquí’. Si sabes que la rabieta es normal, que tu hijo lo que está haciendo es descargar esa rabia, esa frustración… tienes una baza más para poder estar tranquilo y llevar al niño desde la calma”, resume Álvaro Bilbao.