A la leche, a los frutos secos, al huevo, al pescado… Uno de cada diez niños padece alergias alimentarias en los países desarrollados, informa la Organización Mundial de la Alergia (WAO), y el problema no deja de crecer: según este organismo, la prevalencia ha ido aumentando en las últimas décadas, y hay un incremento en los ingresos hospitalarios por reacciones adversas agudas a algún alimento. Saber reconocer estas alergias es crucial. Te explicamos qué son y qué alimentos son más proclives a producirlas.
Qué es una alergia alimentaria (y qué no)
Antes de nada, debemos saber de qué estamos hablando. Como señalan Ángela Claver y Celia Pinto, alergólogas de la Sociedad Española de Inmunología Clínica, Alergología y Asma Pediátrica (Seicap), “el término ‘alergia alimentaria’ se ha utilizado de manera abusiva, aplicándolo de forma incorrecta para referirse a cualquier tipo de reacción secundaria a un alimento o a un aditivo. Las definiciones de reacción adversa, intolerancia y reacciones alérgicas a alimentos se han prestado a confusión hasta hace unos años, cuando la Academia Europea de Alergología e Inmunología Clínica y la WAO llegaron al consenso actual de los mismos”. Así pues, ¿qué ideas nos deben quedar claras?
- Hipersensibilidad a alimentos. Cualquier reacción adversa a alimentos se engloba dentro de este término. Dentro de este grupo, tendríamos las alergias y las intolerancias.
- Alergias. Si queremos ser precisos, solo podemos hablar de alergia alimentaria cuando se ha producido una reacción de tipo inmunitario. Es decir, cuando nuestro sistema inmune, por error, identifica un alimento con una amenaza y reacciona para hacerle frente. Dentro de este grupo, las más habituales son aquellas en las que se crean unos anticuerpos denominados IgE (inmunoglobulina E), como por ejemplo, la alergia al huevo. Hay otras alergias en las que no intervienen estos anticuerpos, como sucede con la celiaquía, que se considera una enfermedad autoinmune, en la que es el propio organismo el que daña las vellosidades intestinales para defenderse del gluten, al que considera un enemigo.
- Intolerancias. Si no interviene un mecanismo inmunitario, hablamos de “hipersensibilidad no alérgica a alimentos”. Sería el caso, por ejemplo, de la intolerancia a la lactosa. En su gran mayoría se trata de reacciones adversas causadas por un déficit enzimático, pero también pueden ser de causa farmacológica o química.
No se trata de una clasificación baladí: las reacciones son distintas y también lo son la gravedad y las medidas que se deben adoptar. “Una intolerancia no es una alergia. En una alergia, la reacción suele ser rápida: en cuestión de minutos desde que el niño se lleva el alimento a la boca, aparecen los síntomas. En cambio, en la intolerancia las reacciones se mantienen latentes durante más tiempo. Son más lentas y, generalmente, menos graves. Podríamos decir que, en una intolerancia, una transgresión –es decir, comer algo indebido– no compromete la vida (salvo en casos excepcionales); en una alergia grave, sí puede ponerla en riesgo”, insiste Luis Echeverría, coordinador del Grupo de Alergias Alimentarias de la Seicap.
Principales síntomas de las reacciones alérgicas
Los síntomas suelen consistir en aparición repentina de picor, urticaria, así como hinchazón en la lengua, labios o garganta, dificultad para respirar… Pero una reacción alérgica severa puede desencadenar una anafilaxia, es decir, una afectación de múltiples órganos y sistemas que podría poner en riesgo la vida del niño.
Asimismo, aun cuando sean mucho menos frecuentes, también hay reacciones de hipersensibilidad no alérgicas que pueden resultar de extrema gravedad. Es el caso de la intolerancia hereditaria a la fructosa (fructosemia): los niños que la sufren pueden morir si continúan ingiriendo alimentos con fructosa. De ahí que sea esencial saber cómo actuar si estamos con un menor que tenga alergia o intolerancia a algún alimento.
Para eso, es fundamental haber hecho un diagnóstico diferencial para delimitar qué tipo de problema hay detrás de una reacción adversa a un alimento. Aunque siempre debe ser el médico el que haga este diagnóstico, existe una serie de señales que nos pueden orientar para distinguir unas de las otras, y que debemos conocer:
- En las intolerancias alimentarias (hipersensibilidad no alérgica), las reacciones, normalmente digestivas, suelen ser de inicio retardado, es decir, pueden transcurrir horas, e incluso días, desde que el niño toma el alimento problemático hasta que aparecen los síntomas.
- Las alergias mediadas por los anticuerpos IgE se conocen como “de hipersensibilidad inmediata”. La aparición de los síntomas es muy rápida, normalmente en los primeros 20 minutos desde la exposición. Estos síntomas pueden ser cutáneos, respiratorios y gastrointestinales.
- En las alergias alimentarias no mediadas por estos anticuerpos, como por ejemplo la celiaquía, el inicio de los síntomas suele ser retardado, pasadas horas, y a veces días, desde la exposición al alimento. Normalmente, se trata de cuadros digestivos.
Alergias: ¿solo afecta un alimento?
Imagen: Anna Prosekova
“Hasta una tercera parte de los niños con alergia alimentaria presentan reacciones adversas con más de un alimento”, explica Ana María Plaza-Martín, del Servicio de Alergia e Inmunología Clínica del Hospital Sant Joan de Déu (Barcelona). La reactividad cruzada es un fenómeno que ocurre cuando un anticuerpo reacciona no solo con el alérgeno original, sino con otros similares. Es común entre alimentos de la misma familia. Por ejemplo, distintos frutos secos o distintos mariscos.
Cuando un niño muestra síntomas de alergia a un alimento, son muchas las dudas que les surgen a los padres. Por ejemplo, si el pequeño tiene alergia a la leche de vaca, se preguntan si podrán tomar leche de otros animales; si el rechazo es al huevo, quieren saber si solo al de gallina o también al de otras aves. No hay una respuesta única, y la clave suele estar en las proteínas:
- Leche. Los alérgicos a la leche de vaca habitualmente también lo son a las de otros mamíferos, como la de cabra y la de oveja, porque dichas leches comparten muchas proteínas; no obstante, pueden tolerar otras, como la de burra o la de camella. Pero no es necesario retirar o no introducir la carne de ternera en estos niños, ya que la mayoría de ellos la toleran a la perfección.
- Huevo. Los alérgicos suelen serlo también a los de las otras aves, pero no en todos los casos.
- Mariscos. Moluscos, cefalópodos y crustáceos no comparten muchas de sus proteínas. Por lo tanto, deben estudiarse por separado.
- Pescados. Los niños alérgicos a un pescado suelen reaccionar a muchos de ellos. Esto es debido a que la parvalbúmina es la proteína más comúnmente implicada en esta alergia, y se trata de una proteína presente en la mayoría de los pescados.
- Vegetales y frutos secos. Podemos encontrar reactividades cruzadas entre distintas familias. Gran parte de la reactividad cruzada existente entre alimentos del reino vegetal es debida a proteínas comunes. Así, por ejemplo, es frecuente que quienes son alérgicos al cacahuete también lo sean a las legumbres (lentejas, guisantes, garbanzos y judías blancas).