La capacidad que tenga nuestro sistema inmune para recordar a los patógenos (virus, bacterias, hongos, parásitos) y toxinas que una vez nos hicieron daño, y hacerles frente cuando estos vuelvan a intentar “atacarnos”, es clave a la hora de desarrollar ante la infección una intensa sintomatología o que todo se quede en un cuadro asintomático. Hablamos de la memoria inmunológica y las vacunas. ¿Por qué algunas necesitan más de una dosis y por qué dicen los expertos que tendremos que vacunarnos cada año? Varios inmunólogos responden a estas y otras preguntas sobre la memoria inmunitaria.
“El sistema inmunitario es, sin duda, el más complejo del organismo. Parte de la premisa de que todas sus células, incluidos los microorganismos de las microbiotas que conviven con nosotros, participan en la respuesta de nuestras defensas. Eso provoca que esta respuesta sea muy variable de unas personas a otras en una determinada situación”. Con estas palabras, Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología y jefe del servicio de Inmunología del Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (Cantabria), nos pone en alerta de lo complicado que resulta entender el funcionamiento de la memoria inmune y, aún mucho más, pretender ser taxativo a la hora de dar respuesta a las infinitas cuestiones que demanda la sociedad.
La experiencia vivida con la covid-19 nos ha dado algunas pistas para entender que en inmunología no todo es blanco y negro, sino que está lleno de grises: ¿por qué los niños no tienen apenas síntomas?, ¿por qué la gente mayor presenta una mayor gravedad?, ¿por qué también mueren jóvenes?, ¿estaré más protegido con la vacuna o pasando la enfermedad?, ¿por qué una vacuna me ofrece un 95 % de protección y otra un 66 %? Los inmunólogos nos han ayudado a destripar los mecanismos que nos aportan la memoria inmunitaria, aquella que todos deseamos tener lo más despierta y alerta posible.
¿Qué inmuniza más: la infección natural o la vacuna?
La memoria inmunitaria podemos adquirirla pasando la infección de forma natural, es decir, sufriendo la enfermedad o al vacunarnos. Pero la principal diferencia no radica tanto en el tipo de memoria que se crea, sino en el grado de activación del sistema inmune para generar esa memoria, que en el caso de la vacuna es siempre mucho más previsible. Según explica Fernando Moraga-Llop, vicepresidente de la Asociación Española de Vacunología, “la inmunidad que produce el virus salvaje (el microorganismo completo que nos provoca la infección natural, el del sarampión, por ejemplo) puede aportar una inmunidad más potente que la que produce el virus del sarampión atenuado a través de la vacuna triple vírica. Pero que quede muy claro: es más imprevisible”.
Nunca será mejor pasar la enfermedad que vacunarse, ya que sufrir una infección es asumir una serie de riesgos. El caso más claro y reciente de la imprevisibilidad que pueden traer las infecciones generadas por el patógeno salvaje lo tenemos con la covid-19. “Aproximadamente en el 1 % de infectados, el sistema inmune responde de forma muy violenta, ocasionando manifestaciones severas, fundamentalmente en forma de neumonía bilateral o tromboembolismos, con un alto riesgo de provocar la muerte del paciente. Ahora bien, la incidencia de complicaciones graves, no necesariamente mortales, con la vacuna es muy inferior a uno de cada millón de individuos vacunados”, reporta Marcos López Hoyos.
¿Y qué dura más: la inmunidad que produce una infección natural o la de las vacunas? “En el caso de la covid-19, la infección provoca una defensa potente que, hasta la fecha, se ha demostrado que dura, al menos, ocho meses. Pero es muy probable que perdure hasta años. La vacunación todavía no ha demostrado tanta duración, en parte porque no ha pasado suficiente tiempo para valorarlo. Pero los datos de producción de anticuerpos y de células inmunitarias que combaten específicamente el SARS-CoV-2 indican que la respuesta inmunitaria con la vacuna es también potente y protectora”, analiza Jesús Merino Pérez, director del Departamento de Biología Molecular de la Universidad de Cantabria.
Factores que influyen en la memoria inmune
Imagen: Macau Photo Agency
Sufrir muchos síntomas no siempre está relacionado con una mayor inmunidad, ya que en el proceso del desarrollo de la enfermedad intervienen varios factores, desde el estado de las defensas de la persona, hasta la vía de infección y la cantidad de virus que le ha infectado. “Una infección puede manifestar síntomas leves o incluso pasar desapercibida y dejar una respuesta inmune duradera y efectiva (a veces de por vida) y otras, que evolucionan como cuadros clínicos graves, dejan una respuesta inmune de solo meses o como mucho, años”, explica Sergiu Padure, profesor de Inmunología de la Universidad CEU San Pablo.
En ciertas infecciones puede incluso darse el caso de que, si el cuadro clínico es muy grave, la respuesta inmunitaria puede llegar a debilitarse, produciendo pocos anticuerpos. No obstante, en el caso de la covid-19, por norma general ocurre lo contrario, ya que se ha comprobado que los casos más graves se relacionan con una mayor producción de anticuerpos que perduran en el tiempo. “No hay que olvidar que hay una gran variabilidad de casos y también nos hemos encontrado con personas con un nivel alto de anticuerpos que tuvieron una infección asintomática, y al contrario”, manifiesta el experto.
Inmunidad permanente: por qué la desarrollamos con unas enfermedades y con otras no
¿Por qué algunas enfermedades, como el sarampión, nos infectan una vez y ya nos otorgan inmunidad de por vida y otras, como la gripe, nos obligan a vacunarnos cada año? Tiene que ver con el tipo de microorganismo y la respuesta que induce, así como con las mutaciones.
“El virus de la gripe muta cada campaña y los cambios son tan importantes que la respuesta inmunitaria generada no responde frente a la variante previa. Además, la respuesta con la vacuna no es tan potente y solo dura de cuatro a seis meses”, explica López Hoyos. El caso del sarampión y de otros virus que inducen inmunidad permanente, como el de la varicela, es diferente. Estos virus no mutan. El virus del sarampión, por ejemplo, una vez que lo hemos pasado se queda con nosotros de por vida. “La varicela también se padece una vez en la vida y el virus permanece acantonado en la persona, pero hay una diferencia: si hay una caída en las defensas, el virus puede volver a dar manifestaciones, en forma de herpes zóster”, añade Jesús Merino.
¿Nos tendremos que vacunar cada año de la covid-19?
Aún es pronto para confírmalo, pero las evidencias apuntan a que la covid-19 se puede convertir en una enfermedad endémica, es decir, que se quede entre nosotros para siempre. Existen siete coronavirus que infectan a los humanos y cuatro de ellos, responsables junto a otros patógenos del resfriado común, son muy habituales y se estima que una gran parte de la población ya está inmunizada contra ellos. De los tres restantes, el SARS y el MERS también produjeron una pandemia y epidemia, respectivamente, pero las infecciones se llegaron a controlar hasta desaparecer.
Con el SARS-CoV-2, el causante de la covid-19, estamos en plena fase pandémica. “Aún no se puede confirmar, lo más probable es que se convierta en un virus endémico. Seguramente se produzcan brotes, que es lo que ocurre con los otros cuatro coronavirus endémicos, pero estarán controlados porque la mayoría de la población estará inmunizada”, indica el vicepresidente la Asociación Española de Vacunología, Jesús Merino. “Para saber si hay que repetir anualmente la vacunación habrá que observar cómo muta el virus y cuánto tiempo dura la memoria inmunitaria que generamos con la vacuna”, añade.
¿Un vacunado contagia?
Imagen: Alex Mecl
Lo ideal es que una vacuna aporte una inmunidad esterilizante ante cualquier enfermedad, eso significa que el sistema inmune es capaz de repeler al virus antes de que tenga lugar la infección. Normalmente las infecciones que se pasan una vez en la vida inducen unas respuestas inmunes muy robustas y duraderas de manera que, una vez que hemos pasado la enfermedad, ya no nos podemos reinfectar. El sarampión o las paperas se puede incluir en este grupo de enfermedades.
Los virus que infectan a través de las membranas mucosas de la garganta y de la nariz, como el SARS-CoV-2, no inducen esa inmunidad esterilizante, sino lo que se conoce como una inmunidad funcional, en la que nuestras defensas son capaces de reconocer al “bicho” y luchar contra él para no desarrollar una sintomatología grave, pero no evita que volvamos a sufrir la infección. “Todas las vacunas que se están usando ahora mismo contra la covid-19 (Moderna, Pfizer, AstraZeneca y Janssen) se administran mediante inyección subcutánea y generan una protección muy eficaz frente a la infección. Pero no evitan que, si una persona vuelve a infectarse puede ser contagiosa para los individuos de su entorno”, matiza López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología.
Las vacunas que se administran directamente en las superficies mucosas (mediante espray nasal o vía oral) sí que podrían ser capaces de neutralizar rápidamente al virus y limitar en gran medida la capacidad de contagio. Por la rapidez y la urgencia de la pandemia, las primeras vacunas que han llegado al mercado han sido las inyectables, pero existen varias vacunas orales y mediante espray que ya están en las últimas fases de ensayos clínicos y que podrían estar el año que viene en el mercado, entre ellas una española.
¿Podemos relajarnos con una sola dosis?
En la gran mayoría de las vacunas se necesita siempre una dosis de refuerzo, pero esto es algo que se decide durante la fase de ensayos clínicos. Depende del antígeno.
En el caso de la covid-19, la inoculación de una primera dosis de vacuna ya será capaz de incrementar la defensa inmunitaria de la persona vacunada. “Y siempre será mejor tener una dosis administrada de la vacuna que no tener nada. Lo que esperamos conseguir con la segunda dosis es que la capacidad protectora de la vacuna sea mayor (cercana al 100 %) y que la duración de la protección sea mucho mas prolongada”, explica el profesor de la Universidad de Cantabria, Jesús Merino. ¿Y si la he pasado? Aunque aún no hay resultados al respecto, se está considerando que aquellas personas que hayan pasado la infección de la covid-19 (sintomática o asintomática) tienen suficiente con una sola dosis de la vacuna. “Se decida lo que se decida, en todo caso, la segunda dosis es importante para conseguir una memoria inmunitaria más efectiva y duradera”, asegura Merino.
¿Estamos protegidos tras el primer pinchazo?
Cuando nunca hemos tenido contacto con un determinado patógeno, los niveles de linfocitos T y B (las células de la inmunidad adaptativa) específicos para ese patógeno son muy bajos. Pero cuando se padece la infección de forma natural por primera vez, o se administra la primera dosis de la vacuna correspondiente, estas células empiezan a activarse y a multiplicarse, desarrollando la memoria inmunitaria. “Pero el proceso es gradual y relativamente lento, llegando a durar más de una semana. Durante ese tiempo la respuesta inmunitaria sigue siendo muy baja, pero conforme pasa el tiempo y, sobre todo, si existe una segunda dosis, la protección va creciendo exponencialmente”, explica López Hoyos.
¿Eficacia o efectividad?
Al leer las últimas cifras de eficacia de la vacuna rusa Sputnik-V en The Lancet, que alcanza el 92 % o las más recientes anunciadas por Pfizer y Moderna, que superan el 90 %, se hace inevitable pensar que todas las que estén por debajo de ese porcentaje no van a ser tan efectivas, pero no es cierto. Los porcentajes dependen del tipo de población que haya participado en el estudio y de la pauta que se haya seguido en el ensayo clínico. Aunque esa muestra sea muy numerosa, nunca se podrá comprobar con la de millones de personas, por lo que para obtener una información más precisa habrá que esperar a que se extienda la vacunación. Todas las vacunas que están en el mercado contra la covid-19 presentan una efectividad muy alta.