Cientos de miles de millones de microorganismos residen en nuestro cuerpo. Bacterias y, en menor medida, virus, hongos, arqueas y protistas, que son indispensables para nuestra salud, pero que también pueden ser responsables de trastornos y enfermedades. Hablamos de la microbiota. Un auténtico ecosistema que, en los últimos años, se ha revelado como pieza clave de nuestro organismo. Veamos el porqué de su importancia.
Microbiota: qué es y dónde se encuentra
Las últimas investigaciones revelan que tenemos la misma cantidad de bacterias que de células humanas. Según este cálculo, el catedrático de Microbiología Ignacio López-Goñi asegura que seríamos “mitad humano, mitad bacteria. Es más, el ser humano no sería una unidad independiente, sino una comunidad dinámica e interactiva de células humanas y microbianas”.
En esta comunidad, poblada por más de 1.000 especies bacterianas diferentes, la gran mayoría de los microorganismos se encuentra en nuestro tracto digestivo, principalmente, en el intestino: más del 90 % residen en el colon. También tenemos microbiota en la cavidad oral y nasofaríngea, en el tracto genitourinario, en el tracto respiratorio e, incluso, en la leche materna.
Puede que no seamos conscientes de su presencia, pero está más presente en nuestro día a día de lo que creemos. ¿De dónde vienen el olor de los pies, la halitosis o las caries? ¿Qué hay detrás de trastornos gastrointestinales o de intolerancias alimentarias? Incluso, las bacterias pueden ser la causa oculta de las dificultades en la concentración y memoria, de enfermedades autoinmunes, de problemas dermatológicos y de dolores articulares. Estos desórdenes pueden surgir cuando el ecosistema bacteriano pierde su equilibrio y se altera su composición y diversidad.
La armonía de nuestra microbiota intestinal influye en cómo hacemos la digestión y en qué medida digerimos y absorbemos los componentes de los alimentos, porque se encarga de aprovechar los nutrientes que no son digeribles en estómago e intestino delgado y de producir nutrientes esenciales como algunas vitaminas, aminoácidos y ácidos grasos. Por ejemplo, como explica la doctora en Ciencias Biomédicas Sari Arponen, las personas que tienen una enfermedad de Parkinson cuando beben leche pueden tener una alteración de la microbiota que provoca la producción de un metabolito neurotóxico como es el sulfato de indoxilo. Por esa razón, los pacientes con esta patología quizá deberían dejar de beber leche.
Microbiota variada, microbiota sana
La gran mayoría de nuestras bacterias (en torno al 90 %) pertenecen a los filos Bacteroidetes y Firmicutes (un filo es una categoría taxonómica que engloba familias, géneros, órdenes…). De forma muy simplificada, podríamos decir que las primeras son las “buenas” y las segundas, las “malas”. La clave para nuestra salud es el equilibrio: se trata de que haya una ratio adecuada entre estos dos filos de bacterias y que, si se rompe, no sea a favor de las Firmicutes. En personas con distintas enfermedades, como obesidad, patologías metabólicas o autoinmunes, se ha visto que hay menos diversidad que en las personas sanas. Por tanto, nos interesa una microbiota variada.
- Margarida Mas: “La diversidad de la flora intestinal marca la diferencia entre la salud y algunos trastornos y enfermedades”
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Cada uno de nosotros tiene una microbiota diferente, hasta el punto de que su composición es tan personal como la huella dactilar. A esta diversidad se suma la falta de estudios sobre la microbiota sana, ya que la mayoría se centra en personas con algún problema de salud, por lo que resulta muy difícil definir la excelencia. Lo importante para hablar de una microbiota sana es, precisamente, el equilibrio entre las diferentes familias de microorganismos, así como su diversidad. Hay que distinguir entre:
- Eubiosis. Con este término nos referimos a una microbiota normal y equilibrada que pueda “beneficiarnos de sus efectos positivos sobre la salud a nivel metabólico, inmunitario, neuronal y de barrera protectora”, explica Eva Gosenje, dietista-nutricionista del Grupo Eroski.
- Disbiosis. A menudo se producen cambios cuantitativos o cualitativos de la composición de nuestra microbiota, y esto puede provocar alteraciones en su funcionamiento. Ese desequilibrio bacteriano puede producirse por muchos motivos: alimentación, toma de fármacos, estrés, sedentarismo, consumo de tóxicos (tabaco y alcohol…). Se trata, sobre todo, de factores que pueden hacer disminuir las bacterias beneficiosas o aumentar las patógenas.
¿Para qué sirve la microbiota?
La microbiota realiza más de 20.000 funciones que las células humanas no pueden hacer. De esta manera, los microorganismos tienen una relación simbiótica con nosotros: les dejamos un lugar para vivir y les aportamos los nutrientes que precisan (les damos casa y comida, podríamos decir); a cambio, ellos llevan a cabo trabajos que no podemos realizar por nosotros mismos:
Función metabólica
Nos ayudan con la digestión al fermentar alimentos no digeribles. El director de la Unidad de Investigación del Sistema Digestivo en el Hospital Universitario Vall d’Hebron, Francisco Guarne, pone un ejemplo: “En los vegetales hay carbohidratos complejos que no podemos metabolizar, por lo que llegan intactos al intestino. Allí sirven de alimento a las bacterias, que los metabolizan y generan butirato, con el que se alimentan las células epiteliales que cubren el intestino”.
Función de barrera
Proteger la barrera intestinal es muy importante, ya que sirve para evitar el paso al torrente sanguíneo de sustancias tóxicas. Si la barrera está agujereada (hiperpermeabilidad intestinal) y pasan los tóxicos, el sistema inmune se pondrá alerta y provocará una inflamación de bajo grado, que es el origen de muchas enfermedades autoinmunes.
Función de defensa
A lo largo de nuestra evolución como especie, en el transcurso de millones de años, las bacterias han ayudado a las células del sistema inmune a identificar amenazas. “La microbiota favorece la comunicación con el sistema inmunitario y nos permite mantenerlo en buen estado para combatir las enfermedades infecciosas, lo que ayuda a evitar patologías autoinmunes o alergias”, explica Sari Arponen, doctora del Servicio de Medicina Interna del Hospital de Torrejón.
Factores que afectan a la microbiota
Hemos comentado que la composición de la microbiota es tan personal como una huella dactilar. Pero ¿de qué depende que tengamos esas diferencias en número y diversidad? La respuesta rápida es de todo. Porque, desde que nacemos hasta que morimos, nuestras acciones, relación con el entorno o alimentación van a ir modulando nuestra microbiota.
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- Nacimiento. Aunque estamos acostumbrados a pensar en el intestino cuando oímos hablar de microbiota, también hay bacterias en otras zonas. Entre ellas, en la mucosa vaginal. En el nacimiento se produce un trasvase de estas bacterias beneficiosas de la madre a su hijo a través del canal del parto. Dado que esto no se da en los casos de cesárea, hay especialistas que sugieren impregnar una gasa en el flujo vaginal de la madre y aplicarlo por el cuerpo del bebé para transmitirle esa protección inicial.
- Lactancia materna. Durante mucho tiempo se pensó que la leche materna era estéril, pero hoy se ha demostrado que está colonizada por bacterias. Álex Mira, director del laboratorio de Microbioma Humano en el Área Genómica y Salud de la Fundación FISABIO, es coautor de un estudio en el que se trazó el mapa de la microbiota bacteriana en la leche materna. En él, se identificaron más de 700 especies, aunque se sigue sin determinar todas sus funciones. “Al principio pensábamos que eran una ayuda a la digestión, pero cada vez cobra más fuerza la idea de que favorecen el desarrollo del sistema inmune del bebé y le ayudan a distinguir lo propio de lo ajeno”, afirma Mira.
- Genética. No solo heredamos los ojos azules o el sentido del ritmo. Al parecer, también nuestros genes pueden influir en cuáles son los microorganismos predominantes en nuestra microbiota. Un estudio estadounidense de 2016 y publicado en la revista científica Cell Host & Microbe reveló cómo los genes tienen un impacto en el tipo y en la cantidad de bacterias que se alojan en nuestro intestino.
- Patologías. Nos movemos entre el huevo y la gallina, en ese qué fue primero. Si una microbiota desequilibrada causó una enfermedad o si una patología fue el origen de un desequilibrio bacteriano. El investigador del CSIC Manuel Ferrer, coautor de una investigación en torno a los efectos de ciertas patologías en nuestra microbiota intestinal, apunta que “algunas enfermedades autoinmunes, como el lupus, la enfermedad de Crohn o la artritis reumatoide pueden afectar a la microbiota mucho más que otros factores como la obesidad, la edad, la dieta o el tabaco”.
- Fármacos. Los antibióticos arrasan con la microbiota y pueden producir trastornos importantes, sobre todo, porque ese vacío de bacterias beneficiosas podría ser ocupado por microorganismos patógenos, como el Clostridium difficile, que puede causar diarrea y afecciones intestinales más serias y desencadenar un proceso inflamatorio. Pero no son solo los antibióticos. Hoy se sabe que uno de cada cuatro medicamentos puede ser capaz de modificar la microbiota. Y eso puede tener un efecto negativo, pero, en algunos casos, también positivo. Así, uno de los fármacos tradicionales para tratar la diabetes cambia la composición de la microbiota con un efecto metabólico favorable, ya que elimina bacterias nocivas y aumenta las positivas.
- Ejercicio. Una revisión de 18 artículos científicos desarrollado en la Universidad de Granada ha demostrado que existe una asociación positiva entre la actividad física y la diversidad y composición de nuestra microbiota.
- Estrés, ansiedad y el eje intestino-cerebro. Existe una conexión por la cual el estrés y las emociones repercuten en nuestro bienestar intestinal; ahora bien, se trata de un eje bidireccional y, de hecho, cada vez se estudia más cómo la microbiota puede ayudar a explicar algunos de las más frecuentes enfermedades neurológicas, como el Alzheimer, la enfermedad de Parkinson o la esclerosis múltiple.
- Edad. En la primera infancia la microbiota dependerá básicamente del modo de nacimiento, de la lactancia, del estado de salud de la madre, de la genética… A medida que vamos cumpliendo años, continuamos interfiriendo en nuestra microbiota según nuestros hábitos. En la vejez se observa una menor diversidad bacteriana y un incremento de las potencialmente patógenas.